“El socialismo no supo dar sentido a la vida humana”
Mira Milosevich, historiadora, autora de ‘Breve historia de la Revolución Rusa’
Entre las decenas de libros publicados en los últimos meses con motivo del centenario del asalto al palacio de
Invierno, la Breve historia de la Revolución Rusa (Galaxia Gutenberg), de la serbia Mira Milosevich (Belgrado, 1966), presenta la peculiaridad de considerar aquel suceso como el arranque de un ciclo que todavía no ha concluido. El ensayo está escrito además desde la experiencia, pues la autora nació, se crió y vivió hasta los 27 años bajo el comunismo yugoslavo. “Fui pionera de Tito. Aún me sé de memoria el juramento: ‘Doy mi palabra de que voy a estudiar, ser buena amiga y respetar a los mayores”, recita.
¿Qué queda del comunismo soviético cien años después del asalto al palacio de Invierno? En lo social, queda sobre todo una cierta mentalidad. Los soviéticos consiguieron crear el Homo sovieticus, el hombre nuevo; un ser humano más bondadoso, solidario, entregado al colectivo, sin atributos individuales ni propiedad privada. En esto, la URSS tuvo éxito… en cierto modo. Porque más de 25 años no han bastado para borrar la mentalidad de una gente que no luchaba por derechos propios, pues no tenía ninguno, sino para obtener las recompensas de lo colectivo. Hablo de corrupción. El concepto es: ‘Ya que no tengo ningún derecho, a ver qué puedo sacar del régimen’. La prohibición de la propiedad privada y la insistencia en entregarlo todo al colectivo crearon además un sentimiento de resignación. Algo de esa apatía hay aún ante el Gobierno de Putin, apatía alimentada por la falta de una alternativa articulada y de tradición de competencia entre partidos.
¿En cuanto a la economía, talón de Aquiles de la revolución?
Queda una economía que también fracasó en la transición al libre mercado en los noventa. Está demostrado que la economía planificada es del todo inviable. Que los cargos de un partido dirijan una fábrica tiene un resultado nefasto. Y lo de ahora es una mezcla de economía controlada por el Estado, sobre todo en la producción y distribución de productos clave como los hidrocarburos, con un régimen autocrático que no es tiránico pero sí centralizado y concentrado en una persona y su círculo cercano.
¿Lo peor de dos sistemas?
Bueno, es un Estado híbrido que cumple requisitos de la democracia formal, pero con un servicio secreto, un Ministerio del Interior y unos oligarcas que controlan el Estado e impiden el desarrollo de una democracia sustancial. No es un país capitalista sino un Estado modernitario: modernizador y autoritario. La corrupción es el gran problema. Empezó a ser escandalosa en la época de Breznev, donde se agudizó la malformación del hombre nuevo.
Pero se supone que aquellos inicios tuvieron algo de positivo.
Los bolcheviques introdujeron un amplio proceso de alfabetización y universalización de la educación libre, así como una industrialización. La idea de una sociedad más justa y más igualitaria pervivirá siempre, pero a los que hemos vivido en un régimen comunista nos queda claro que no somos iguales. De lo que se trata es de aspirar a que se aplique una justicia igualitaria en cuanto a derechos ante la ley. El motor de una sociedad, en lo económico y lo político, es la creación. Y para ello es preciso que prevalezca el hombre libre. En este sentido, el socialismo ha fracasado total- mente, porque el deseo de control de un partido y su líder impiden la creación y la innovación. Ha fracasado a la hora de dar sentido a la vida humana, nada menos.
¿La clave es la libertad?
Sí. Y la falta de libertad individual durante el comunismo continúa presente, aunque no de la misma forma. El Estado sigue intentando controlar a los ciudadanos. Tras las manifestaciones del 2011 por el supuesto fraude en las legislativas, el régimen creó un marco legislativo para controlar la competencia política. Internet se limita bajo una identificación de la homosexualidad con la pornografía infantil, y se tiende a sustituir los servidores extranjeros por rusos. Cualquier ciudadano u organización que colabora con el extranjero o recibe financiación externa puede ser tachado de traidor. Y existe un fuerte control de los medios de comunicación a través de las subvenciones.
¿Los intelectuales europeos no quisieron ver la realidad de la URSS? Es llamativa la miopía que muchos de ellos mostraron ante las acciones de Stalin. No hay explicación racional, sino en todo caso emocional, a la fascinación de algunos. Marx contribuyó a la confusión al dejar la mayoría de sus obras sin terminar, lo que dio pie a interpretaciones libres sobre la lucha de clases y ciertas ideas inacabadas.
La caída del régimen abrió los ojos de casi todos, dentro y fuera.
La URSS colapsó en implosión por fracaso de sus políticas y sus reformas. Con Gorbachov se demostró que no se podía democratizar el comunismo. Son conceptos incompatibles. Él sabía que la URSS había fracasado, pero no aceptó que sus bases ideológicas no funcionaban.
Usted dice que el ciclo que abrió la revolución no se ha cerrado. ¿Qué condiciones tienen que darse para que se cierre?
Rusia no puede ser a la vez democrática e imperial. O democracia y superpotencia. Porque si desarrollara una democracia sustancial, las ansias independentistas de las repúblicas caucásicas del norte –Chechenia es el exponente más claro– podrían llevar a su desintegración. El concepto de gran potencia de Rusia implica ejercer poder en el espacio postsoviético. Las injerencias en estados soberanos como Georgia y Ucrania son incompatibles con un desarrollo real de la democracia. Esa práctica de las zonas de influencia es tanto del zarismo como del bolchevismo. Otra señal de que el ciclo no se ha cerrado es que persiste la identidad de péndulo de Rusia. El país siempre ha oscilado entre Europa y Asia. Cuando las cosas van bien, el péndulo va hacia Europa, que es hacia donde más tiende. En las guerras napoleónicas y la Segunda Guerra Mundial, Rusia demostró que podía ser un aliado de Europa. Pero cuando Europa intenta frenar a Rusia en su intento de ejercer su influencia, Rusia gira hacia Asia, pues allí se siente Europa.
Van dos condiciones, no fáciles, para cerrar el ciclo. ¿Más?
También pervive el planteamiento de la participación en la Segunda Guerra Mundial como guerra patriótica en la que Stalin y la URSS vencieron a la Alemania nazi y en la que, mientras Estados Unidos perdió 300.000 hombres y el Reino Unido 375.000, Rusia sufrió entre 25 y 27 millones de víctimas mortales. Esta desproporción, aparte de crear un culto al sacrificio, ha generado una memoria histórica vinculada a la superioridad del Estado soviético; un sentimiento que Putin utiliza como un símbolo de la grandeza de Rusia. Stalin sigue ocupando un lugar significativo en las encuestas anuales sobre popularidad de figuras históricas.
Vayamos a lo actual. ¿Cómo ve la peculiar y ambigua relación entre Trump y Putin?
Se ha hablado muchísimo de un gran acuerdo para luchar juntos contra el Estado Islámico y luego repartirse el mundo en zonas de influencia. Pero no creo que las cosas cambien tanto. No es posible un acuerdo entre Rusia y EE.UU. Las grandes potencias pueden cortejarse y coquetear, pero no se casan, porque compiten entre sí.
UN CICLO TODAVÍA SIN CERRAR
“La resignación social, la falta de democracia y el ansia imperial frenan una transición real”
TRUMP Y PUTIN, ESA PAREJA
“Rusia y EE.UU. quizá se cortejen, pero no se casarán: las grandes potencias compiten”