La Vanguardia

Buscando la felicidad

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Jordi Llavina recuerda la reciente adquisició­n por una cifra astronómic­a de una nota manuscrita de Albert Einstein donde el genio reflexiona sobre la realidad: “El físico se la regaló a un botones del hotel de Tokio donde se hospedaba, junto con otra todavía más breve, acaso porque en ese momento no disponía de unas perras con que obsequiarl­e. La cuartilla con el membrete del hotel tokiota está fechada en noviembre de 1922. La caligrafía es elegante; la tinta, negra”.

La semana pasada se subastó en Jerusalén una nota autógrafa de Albert Einstein a la que se ha dado el título de La teoría de la felicidad. Sucinta como un aforismo y mucho menos sesuda que la de la relativida­d (que dio justa fama a su creador), dice, en alemán: “Una vida tranquila y modesta trae más alegría que una búsqueda de éxito ligada a un constante descontent­o”. El físico se la regaló a un botones del hotel de Tokio donde se hospedaba, junto con otra todavía más breve, acaso porque en ese momento no disponía de unas perras con que obsequiarl­e. La cuartilla con el membrete del hotel tokiota está fechada en noviembre de 1922. La caligrafía es elegante; la tinta, negra. Por lo visto, según el hasta hace poco propietari­o de la nota, Einstein advirtió al botones: “Tal vez si tienes suerte, estas notas serán mucho más valiosas que una simple propina”. Hacía poco que le habían concedido el premio Nobel de Física. Era una auténtica celebridad. Menos de un año después, estaría en Catalunya, invitado por el IEC. Su visita a Poblet y a l’Espluga de Francolí, donde quiso fotografia­rse rodeado de niños, es aún muy recordada en el pueblo.

La nota en sí podría ser una apresurada apostilla a la obra de Séneca. Acaso Einstein, al redactarla, estaba hasta las narices de la fama. O no. Por lo demás, no es de aplicación universal, ni que decir tiene: hay vidas tranquilas y modestas agriadas por muchas y variadas razones; y existencia­s felices que justifican su paso por el mundo yendo incansable­mente en pos del éxito. ¡La felicidad siempre fue un concepto de una entera relativida­d!

Lo que fascina a muchos (uno de ellos pagó 1,3 millones de euros por la nota) es poseer algo que perteneció a un genio universal. Yo añadiría que si ese algo tiene que ver con la escritura, tanto mejor. Un mechón de pelo de una actriz a mí me da grima. Por el contrario, me he dejado mucha pasta adquiriend­o primeras ediciones de poetas que admiro (Carner, Vinyoli, Manent, Barral, Gil de Biedma). Si esas ediciones incluyen un autógrafo del autor, se encarecen. Aquí, no en el mundo anglosajón (en el que una primera edición dedicada, aun por el autor, se deprecia).

En conclusión, si tienes un poco de dinero, puedes aspirar a la pequeña felicidad de poseer algo escrito por un genio (no una nota de Einstein). Yo, desde luego, lo prefiero a unos zapatos de piel de cordobán.

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