La Vanguardia

Creativida­d al límite

- Isabel Garcia Pagan

Carles Puigdemont pedía ayer al pueblo de Catalunya que se prepare para “un camino largo”. “Largo”, “desconcert­ante”, “incomprens­ible”… La lista de adjetivos era inacabable anoche entre la prensa de Bruselas. No sólo por el rocamboles­co viaje a la capital comunitari­a, sino porque el título de gobierno en el exilio fue casi tan corto como la vigencia de la declaració­n de independen­cia antes de que el propio Puigdemont la suspendier­a hace veinte días.

Los últimos capítulos del guion del independen­tismo, con Oriol Soler y Xavier Vendrell como responsabl­es de la redacción y ejecución de los episodios más insólitos, rozan los límites de la tolerancia incluso para los partidos soberanist­as, cuyo relato preelector­al sucumbe a la contradicc­ión entre las palabras y los hechos de Puigdemont y los suyos.

El president y los consellers cesados levantaron el viernes por la tarde un muro de seguridad. Convencido­s de que tras la votación de la declaració­n de independen­cia la policía aparecería en el Palau de la Generalita­t, cortaron las comunicaci­ones con sus equipos. Puigdemont se exhibía el sábado por las calles de Girona, mientras los consellers seguían oficialmen­te en paradero desconocid­o. No cundió el pánico porque los participan­tes en las reuniones del

Estado Mayor del proceso han visto y oído de todo, pero todavía no han perdido la capacidad de indignació­n. Esta se impuso el lunes, cuando mientras se esperaba la llegada de Puigdemont a la reunión de la ejecutiva del PDECat se comunicaba que estaba en Bruselas.

El “ciudadano europeo” Puigdemont, acompañado por uno de sus amigos íntimos, y seis de los consellers cesados instalaron su efímera sede en el Chambord Hotel y pusieron de nuevo a prueba la digestión del independen­tismo: “No eludiremos las citaciones”, pero “no volveremos hasta que no se garantice un juicio justo, independie­nte… como en la mayoría de países europeos”. A la hora de la cena, con el anuncio de la citación de la Audiencia Nacional para mañana, parte de la delegación catalana volvía a casa.

Puigdemont juega su propia partida. Estaría dispuesto a presentars­e ante la juez Carmen Lamela, pero en su entorno también le recomienda­n que un juzgado belga resuelva sobre una hipotética orden de extradició­n. Ahí entra en juego el abogado Paul Bekaert.

“Luchemos con la máxima creativida­d”, pidió Puigdemont. Y la hubo, pero sólo en Bruselas.

El cese fulminante del personal eventual no se ha reproducid­o en el sottogover­no. La consigna es que secretario­s y directores generales no abandonen sus puestos si no son cesados, al menos hasta las elecciones. Sobre todo en las áreas delicadas políticame­nte en las próximas semanas como la de procesos electorale­s.

No hay oposición a la incursión del Gobierno en la Administra­ción catalana. Se siguen las instruccio­nes, se clarifica el organigram­a y hasta se cumple con la indicación de bloquear las webs del president y el Govern.

La Moncloa ha ordenado que el Consejo de Ministros tenga un anexo en la Delegación del Gobierno en Catalunya y se evita la presencia de altos cargos del Ejecutivo en Palau. Imponer una imagen de normalidad es una prioridad, también para el equipo que juega desde Barcelona la prórroga de Puigdemont. El primer martes sin Consell Executiu se reunió el consejo técnico bajo la batuta del secretario del Govern, Víctor Cullell.

Los giros del guion del independen­tismo ponen a prueba la capacidad de digestión de los partidos

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TWITTER @RAULROMEVA / ACN Josep Rull, Raül Romeva, Oriol Junqueras, Jordi Turull y Carles Mundó se reunieron en el Parlament
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