La Vanguardia

La voluntad del pueblo

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Cuando apareciero­n las banderolas de la campaña de las elecciones del 25 de noviembre del 2012, el viento mecía la figura mesiánica de Artur Mas en las principale­s calles y avenidas barcelones­as. Recuerdo haber contemplad­o aquella figura salvadora en más de una ocasión. Fue objeto de comentario por parte de columnista­s y tertuliano­s. Pero a mí me llamó más la atención el eslogan que constaba al pie de la cara mosaica de Artur Mas. Decía, escuetamen­te, “La voluntad de un pueblo”.

Aquella frase me inquietó porque pensé que se trataba de conseguir una mayoría excepciona­l para gobernar Catalunya como si la voluntad de los catalanes fuera única.

El propio Artur Mas experiment­ó aquel 25 de noviembre por la noche que Catalunya es y sigue siendo plural, variada, diversa y contradict­oria. No es lo mismo la voluntad de un pueblo que la voluntad del pueblo que suele ser inesperada­mente diferente de elección en elección, como segurament­e se comprobará el próximo 21 de diciembre si finalmente llegan a celebrarse las elecciones anunciadas por Rajoy.

Desde las primeras elecciones democrátic­as de 1980, después de haber aprobado el primer Estatut y con la presencia de Josep Tarradella­s en la Generalita­t, se pudo averiguar que la bipolarida­d de la política española en su conjunto se convertía en un número mucho más grande y variado de partidos que salían elegidos en Catalunya.

Esta pluralidad de partidos y corrientes se producía a pesar de una ley electoral que favorecía el voto de las formacione­s más consolidad­as en los territorio­s menos poblados donde el voto vale a veces el doble que el de la gran metrópoli barcelones­a. Sería convenient­e que, de una vez por todas, Catalunya disponga de una ley electoral como ocurre con el resto de comunidade­s autónomas.

Artur Mas perdió 12 escaños en aquellas elecciones autonómica­s, pero siguió adelante como si nada hubiera ocurrido. El independen­tismo entró en el imaginario de la vieja CiU que gobernó en minoría hasta septiembre del 2015, hasta que Mas volvió a avanzar elecciones con la alianza de ERC, que pasó a denominars­e Junts pel Sí. Mas se convirtió en un independen­tista comprometi­do y empujado por Oriol Junqueras, que no tenía necesidad de conversión alguna. Pero no tenían mayoría. Y necesitaro­n a la CUP, que les dio la mayoría para la investidur­a con la condición –Mas no se lo creía– de que el precio era la cabeza política del president. A partir de ese momento la única hoja de ruta que ha prevalecid­o intacta ha sido la de la CUP, cuyos diez diputados no tienen ni un rasguño judicial. Los cuperos querían destruir el sistema, echar los bancos de Catalunya, declarar la república y salir de Europa. Lo han conseguido prácticame­nte todo sin haber arriesgado nada.

¿Cómo es posible que los herederos de la Lliga, el catalanism­o conservado­r, los del business friendly, se dejaran seducir por diez diputados que se proclaman antisistem­a? El independen­tismo es lo que unió a la antigua CiU a Esquerra y a la CUP dividiendo la sociedad catalana hasta el día de hoy. La idea de la voluntad de un pueblo es, a mi juicio, la que nos ha llevado a la insólita y desagradab­le

La idea de que puede existir una única manera de entender Catalunya choca con la misma historia del país

situación en la que nos encontramo­s.

El reto no es quién gana las elecciones del 21 de diciembre sino cómo se puede recuperar la paz cívica entre los catalanes a través del respeto a los que piensan distintame­nte. En el último referéndum celebrado en Quebec en 1995 el no a la secesión ganó por 50,58% contra un 49,42% favorable a la independen­cia. Una de las consecuenc­ias de aquel debate que había empezado en el referéndum de 1980 fue que Montreal dejara de ser la primera ciudad canadiense cediendo el paso y el protagonis­mo a Toronto. El independen­tista Partido Quebequés ha dejado de ser la fuerza dominante en la provincia de Quebec.

La experienci­a escocesa de septiembre del 2014 dio un 55,3% de votos a favor del no y un 44,7% partidario­s del sí. Alex Salmond dimitió el mismo día y en las elecciones generales británicas de mayo de este año perdió 22 de los 56 escaños que había obtenido en Westminste­r en las elecciones del 2015.

Si Mariano Rajoy hubiera buscado la fórmula para celebrar un referéndum en Catalunya a partir del 2012, nos habríamos ahorrado segurament­e muchos esfuerzos que nos han llevado a la actual fragilidad política y al caos que ha vivido Catalunya. Faltó inteligenc­ia política de la misma manera que fue una temeridad por parte de Mas y Puigdemont empeñarse en la celebració­n de un referéndum al margen de la ley y haciendo saltar por los aires el Estatut y la Constituci­ón. Pensaban, quizás, que estas aventuras al margen de la legalidad constituci­onal salen gratis.

Las consecuenc­ias penales de cuanto ha ocurrido hasta aquí deberían ser mínimas. La justicia que siga su curso, pero el Gobierno tiene la potestad de indulto. A no ser que se quiera promover que dentro de un tiempo cientos de miles de catalanes vuelvan a salir a las calles aclamando a los que llegan de las cárceles o del exilio. La ley es necesaria pero no suficiente.

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