La Vanguardia

Peius Gener era el rey del disfraz

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Barcelona no sólo mantenía la tradición de celebrar cada año bailes de máscaras, sino que a finales del siglo XIX y comienzos del siguiente adquiriero­n un esplendor singular.

Esta tradición la mantenían bien viva una serie de sociedades que se dedicaban a organizar aquella diversión. Tal sistema permitía tener la seguridad de que la fiesta estaría concurrida, que la diversión estaría bien organizada y que no se colaría gente indeseable, pues tan sólo se admitía la entrada a los socios. No era de extrañar, pues, que los asistentes pertenecie­ran a una determinad­a escala social, la que propiciaba cada sociedad.

Los encuentros más fastuosos se daban en la Llotja y en el Liceu, que previament­e había quitado todas las butacas de platea para convertir aquel gran espacio en el salón de baile. Los teatros también acogían aquellas celebracio­nes.

Cada año los asistentes lucían un nuevo disfraz, luego de haber meditado la elección. Importaba la sorpresa, pero también el lucimiento. Se hacían a medida; algunos se las ingeniaban para que se les prestara un conjunto histórico. Era una ocasión para no escatimar y para exhibirse. Y había que guardar recuerdo, mediante el paso por el estudio del fotógrafo. Pau Audouard fue el retratista de la alta sociedad. La imposibili­dad técnica no permitía que los diarios las publicaran y La Vanguardia dedicó dos páginas con dibujos para describir lo que vestía cada barcelonés en el baile del teatro Lírico

Peius Gener era un enamorado de aquellos encuentros, y sabía estar a la altura que exigía su fama. Tenía la obsesión de forjarse personalid­ades distintas según las ocasiones, merced a su imaginació­n, que le permitía inventar siempre con gracejo.

El momento culminante fue el año en que se disfrazó de marqués de Pescara en la batalla de Pavía. La pieza más importante no era el vestido, sino la coraza. La pieza se la prestó su amigo Estruch, dueño del museo de armas que atesoraba y exhibía en la plaza Catalunya. Era de las llamadas “de golpe”, que se cerraba mediante simple presión y que sólo se podía abrir mediante una palanqueta que actuaba de llave de seguridad.

Causó sensación, todo el mundo le confesaba su admiración, que alcanzó su cenit cuando bailó con la célebre Carolina Otero; la Bella había venido de París sólo para asistir al baile del Lírico.

Con tanto movimiento, el mecanismo se había accionado y Peius quedó encerrado. Riutort asegura que fue debido al abrazo que le había dado el pintor Eliseu Meifrén. No se la pudo quitar y no tuvo más remedio que aguardar hasta la tarde del día siguiente, lunes, al llegar el celador del museo, que vivía en Badalona. Peius había quedado exánime.

Toda la burguesía desfilaba por el acreditado estudio fotográfic­o de Pau Audouard

PAU AUDOUARD / IMAGEN CEDIDA POR EL ARXIU FOTOGRÀFIC DE BARCELONA

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A Peius Gener le encantaba encarnar otros personajes
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