¿Una muerte inevitable?
La desaparición de las galerías comerciales del Bulevard Rosa era una muerte anunciada. Era el primero y prácticamente único superviviente de un modelo comercial basado en pequeñas tiendas más o menos singulares agrupadas en un pasillo interno. Un modelo que en su día fue innovador, pero que pronto se vio –incluso los mismos promotores del Bulevard– que era difícil de replicar con éxito y que ha ido languideciendo con locales cerrados y la desaparición de publicidad del centro. La privilegiada ubicación y el hecho de comunicar dos calles comerciales tan emblemáticas como el paseo de Gràcia y la rambla de Catalunya favoreció buena parte del éxito inicial y le ha permitido sobrevivir.
¿Era también una muerte inevitable? Los cambios en la distribución comercial y, muy especialmente, del centro de Barcelona así lo parecen indicar. El éxito del Bulevard se basó en un consumidor local joven, con ganas de diferenciación y de novedades, que encontró respuesta en una acertada selección de comercios de moda y complementos. A estas alturas, la especialización turística del comercio del paseo de Gràcia hace que el formato –pequeño comercio en un interior laberíntico– tenga poco atractivo. Los turistas buscan grandes marcas y, en todo caso, un acceso a pie de calle fácil y diáfano. Con los turistas, la rentabilidad de los locales de la zona se ha multiplicado y en este caso, como en otros, los propietarios pasarán de ser tenderos –ni que sea dirigiendo un determinado formato de centro comercial– a rentistas.
Esta ocupación casi en exclusiva del centro de Barcelona por grandes marcas global es se produce a menudo en macro estable cimientos que ocupan edificios enteros con estrategias de control del espacio, para que no se pueda ubicar la competencia. Estos
El Ayuntamiento tendría que restringir el uso comercial de los edificios a planta baja y primer piso
establecimientos actúan como estandartes y escaparates singulares para prestigiar el producto ante autóctonos y foráneos. Complementariamente potencian la venta por internet y se evitan disponer de establecimientos de proximidad en el resto de barrios de la ciudad o en el área metropolitana. Al fin y al cabo refuerza la tendencia a dualizar la oferta entre las grandes empresas, muy a menudo foráneas y con un papel cada vez más hegemónico, y el pequeño comercio de barrio, repartido entre cadenas alimentarias locales que apuestan la proximidad y la oferta en manos de recién llegados, que son los únicos dispuestos a soportar la autoexplotación de largos horarios y bajas rentabilidades y retribuciones.
Es difícil luchar contra todo eso, pero al menos el Ayuntamiento debería revisar la normativa urbanística y restringir el uso comercial de los edificios existentes a planta baja y primer piso. Sería una fórmula para limitar las dimensiones de los macrocentros y sus repercusiones en el mercado inmobiliario y en el sector comercial. De otro modo, propietarios de edificios y locales céntricos seguirán acaparando las rentas derivadas del éxito de la ciudad.