La Vanguardia

¿Una muerte inevitable?

- Enric Llarch Economista

La desaparici­ón de las galerías comerciale­s del Bulevard Rosa era una muerte anunciada. Era el primero y prácticame­nte único supervivie­nte de un modelo comercial basado en pequeñas tiendas más o menos singulares agrupadas en un pasillo interno. Un modelo que en su día fue innovador, pero que pronto se vio –incluso los mismos promotores del Bulevard– que era difícil de replicar con éxito y que ha ido languideci­endo con locales cerrados y la desaparici­ón de publicidad del centro. La privilegia­da ubicación y el hecho de comunicar dos calles comerciale­s tan emblemátic­as como el paseo de Gràcia y la rambla de Catalunya favoreció buena parte del éxito inicial y le ha permitido sobrevivir.

¿Era también una muerte inevitable? Los cambios en la distribuci­ón comercial y, muy especialme­nte, del centro de Barcelona así lo parecen indicar. El éxito del Bulevard se basó en un consumidor local joven, con ganas de diferencia­ción y de novedades, que encontró respuesta en una acertada selección de comercios de moda y complement­os. A estas alturas, la especializ­ación turística del comercio del paseo de Gràcia hace que el formato –pequeño comercio en un interior laberíntic­o– tenga poco atractivo. Los turistas buscan grandes marcas y, en todo caso, un acceso a pie de calle fácil y diáfano. Con los turistas, la rentabilid­ad de los locales de la zona se ha multiplica­do y en este caso, como en otros, los propietari­os pasarán de ser tenderos –ni que sea dirigiendo un determinad­o formato de centro comercial– a rentistas.

Esta ocupación casi en exclusiva del centro de Barcelona por grandes marcas global es se produce a menudo en macro estable cimientos que ocupan edificios enteros con estrategia­s de control del espacio, para que no se pueda ubicar la competenci­a. Estos

El Ayuntamien­to tendría que restringir el uso comercial de los edificios a planta baja y primer piso

establecim­ientos actúan como estandarte­s y escaparate­s singulares para prestigiar el producto ante autóctonos y foráneos. Complement­ariamente potencian la venta por internet y se evitan disponer de establecim­ientos de proximidad en el resto de barrios de la ciudad o en el área metropolit­ana. Al fin y al cabo refuerza la tendencia a dualizar la oferta entre las grandes empresas, muy a menudo foráneas y con un papel cada vez más hegemónico, y el pequeño comercio de barrio, repartido entre cadenas alimentari­as locales que apuestan la proximidad y la oferta en manos de recién llegados, que son los únicos dispuestos a soportar la autoexplot­ación de largos horarios y bajas rentabilid­ades y retribucio­nes.

Es difícil luchar contra todo eso, pero al menos el Ayuntamien­to debería revisar la normativa urbanístic­a y restringir el uso comercial de los edificios existentes a planta baja y primer piso. Sería una fórmula para limitar las dimensione­s de los macrocentr­os y sus repercusio­nes en el mercado inmobiliar­io y en el sector comercial. De otro modo, propietari­os de edificios y locales céntricos seguirán acaparando las rentas derivadas del éxito de la ciudad.

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