Un millón de indecisos
Uno de cada cinco entrevistados por GAD3 todavía no ha decidido su voto de cara a las elecciones al Parlament del 21 de diciembre. No es una proporción elevada cuando faltan todavía 45 días para la cita con las urnas y aún se desconocen las formaciones que se presentarán, sus candidatos, las posibles coaliciones, los ejes programáticos... Más aún en un contexto de máxima tensión económica, social, judicial e institucional llena de sobresaltos inesperados en todos los órdenes. Durante los cinco días del trabajo de campo del barómetro se produjeron las declaraciones del expresident Puigdemont desde Bruselas y las detenciones de los consellers. La indecisión es ligeramente mayor entre los que votaron el 2015 a Junts pel sí y la CUP que entre los que votaron al resto de formaciones, pero la diferencia no es determinante para provocar un vuelco en la distribución de escaños por bloques. Tampoco es determinante el cambio de voto, pues muchos de esos cambios –más de ochocientos mil electores votarían ahora a una formación diferente– se compensan entre sí o se producen dentro de los dos bloques configurados por el proceso: el de los partidarios de la independencia de Catalunya y el de los partidarios de conservar sus derechos cómo españoles.
Este martes sabremos qué formaciones se presentan en coalición electoral. Su impacto es más político que de matemática electoral, pues cuando el reparto es de 135 escaños en cuatro circunscripciones, la optimización del voto se reduce a un 5% de ambas formaciones coaligadas. Nunca una coalición ha logrado retener ni de lejos al 95% de los electores de dos partidos coaligados. Ese es uno de los motivos por los que la antigua Convergencia y ERC se quedaron a seis escaños de la mayoría absoluta cuando históricamente la habían logrado por separado.
Catalunya es la única autonomía sin ley electoral propia, porque ha faltado el consenso suficiente para adaptarla y actualizarla, por ejemplo, al censo actual. El sistema electoral implica que un escaño en Barcelona cueste más del doble de votos que en Lleida. Es un elemento de corrección muy común en todas las democracias para garantizar mejor los derechos de los ciudadanos que viven en zonas menos pobladas: no hay democracia sin solidaridad. El problema se produce cuando se emplea este sistema electoral como si fuera plebiscitario y se confunden las mayorías parlamentarias con las electorales. En caso de circunscripción única, donde los votos de las cuatro provincias contaran lo mismo, la suma de escaños de ERC, PDECat y la CUP serían, con los datos del sondeo, de 64, y la suma de Cs, PSC y PP de 60. La formación de Catalunya en Comú lograría 11 y tendría la llave del gobierno. No descartemos, en todo caso, un escenario similar. Seguramente la participación romperá el récord histórico y supere el 80% del censo de residentes: casi 4 millones de votantes que votaron hace dos años –algo más de cien mil ya han fallecido– se muestran dispuestos a votar, y se les unirán ahora otros trescientos mil catalanes tradicionalmente abstencionistas. A la tensión e incertidumbre por los resultados se añade el hecho de que se celebren en pleno solsticio de invierno, lo que implica un elevado consumo de televisión –y, por tanto, de seguimiento de la campaña electoral– y en día laborable, incentivando los comportamientos colectivos. Para que nos hagamos una idea: un supuesto partido de nuevos electores lograría seis de las 135 actas del Parlament. En todo caso, el incremento de la participación no será determinante en el resultado final pues ya en el 2015 se dieron cotas históricas de compromiso con las urnas. Lo que sí podemos estar seguros es que el 21 de diciembre Barcelona será la ciudad con más concentración de corresponsales extranjeros del planeta: Europa es consciente que su futuro se juega en las urnas de Catalunya.
La indecisión es algo mayor entre los que votaron el 2015 a JxSí y la CUP que entre los que votaron al resto