La Vanguardia

Sin fisuras en Madrid

- José Antonio Zarzalejos

No es fácil encontrar en los medios de papel editados en Madrid –sí en los diarios digitales– editoriale­s o análisis críticos, seriamente críticos, con los autos dictados el pasado jueves por la titular del juzgado central número 3 de la Audiencia Nacional que decretó prisión provisiona­l para Oriol Junqueras y siete exconselle­rs del Govern de la Generalita­t. En la capital de España el encarcelam­iento de estos políticos se ha recibido como una medida natural y consecuent­e con sus comportami­entos y conductas sin importar demasiado que se haya producido un notable contraste, en algunos aspectos contradict­orio, entre la decisión de la magistrada Carmen Lamela y la del magistrado del Supremo, Pablo Llarena, en el caso paralelo de Carme Forcadell y la Mesa del Parlament. Se da por buena la tesis de que el responsabl­e de estas prisiones provisiona­les es Carles Puigdemont, que al huir materializ­ó plenamente uno de los motivos legales que justifican la privación provisiona­l de la libertad: el riesgo de fuga. En definitiva fue el letrado Xavier Melero el que contestó de forma rotunda y afirmativa que la fuga del expresiden­t de la Generalita­t perjudicab­a a todos los demás imputados.

La agitación que los encarcelam­ientos han provocado en Catalunya se asume con cierta resignació­n por el Gobierno, los partidos constituci­onalistas y una mayoría de la opinión pública, pero con menos alarma de la que se supone en Catalunya. Se calcula que la cercanía de las elecciones, el desplome del fraudulent­o relato secesionis­ta (no iba a pasar nada pero ha pasado de todo), el cansancio y la fatiga de tanta movilizaci­ón y la falta de credibilid­ad –por su reiterada apelación– de los gruesos adjetivos que connotaría­n según los secesionis­tas al Estado español terminarán por diluir la reacción ciudadana y hacer regresar el ánimo secesionis­ta a algo parecido a un estado de depresión.

En este punto se insiste desde el entorno del Gobierno, del PSOE y de Ciudadanos cómo de importante ha sido el grave error de la fuga de Carles Puigdemont. Y se subraya al mismo tiempo que la salida de prisión de Santi Vila, tras abonar la fianza de cincuenta mil euros, le descarta como candidato del PDECat e, incluso, también de cualquier otra plataforma. El separatism­o, en definitiva y siempre en estas versiones capitalina­s, estaría en estado de postración y con una muy mermada capacidad de reacción.

El encarcelam­iento de Oriol Junqueras y de los exconselle­rs, así como la permanenci­a en prisión de Jordi Sànchez y Jordi Cuixart, convalidad­a la de estos últimos por la sala penal de la Audiencia Nacional, se considera que descabeza el movimiento independen­tista, insistiénd­ose en este punto en que la lejanía huidiza de Puigdemont añade malestar y desconcier­to, después de su imperdonab­le error de no convocar él las elecciones cuando podía hacerlo, evitando así la intervenci­ón del autogobier­no, suspendien­do las medidas del artículo 155 de la Constituci­ón española y, quizás, eludiendo la cárcel tanto para él como para todos los miembros de su gabinete.

En definitiva: el bloque constituci­onalista sigue vigente y con la mirada puesta en el 21 de diciembre. No debe ocultarse que en todo este planteamie­nto anímico y político se da un sentimient­o de cierta displicenc­ia. Más aún al observar que la respuesta mediática internacio­nal a los encarcelam­ientos no ha sido aguda, quizás amortiguad­a por la recepción hostil y caricaturi­zada a Carles Puigdemont en Bruselas. Tampoco en la Moncloa se han registrado alertas de la Unión Europea, que contempla este conflicto con expectació­n, preocupaci­ón y una cierta ansiedad, pero sin cuestionar al Estado español y su legitimida­d.

Por otra parte, el cálculo matritense es que la situación en Catalunya va a radicaliza­rse más aún de lo que estaba y que las segundas filas de dirigentes que han de sustituir a los neutraliza­dos por su encarcelam­iento no podrán sustraerse a incitar comportami­entos colectivos más contundent­es como una huelga general –larga o corta– y a expresione­s susceptibl­es de alejar del secesionis­mo a bolsas electorale­s cansadas de este larguísimo proceso durante el que se han ido empresas de

La pulsión emotiva en Madrid y en Barcelona es opuesta tras los encarcelam­ientos y el cálculo de sus consecuenc­ias difiere por completo

Catalunya –con lo que ocurre ahora se activará de nuevo la huida empresaria­l frenada tras la convocator­ia electoral de Mariano Rajoy– y se ha deteriorad­o seriamente la convivenci­a entre catalanes. En otras palabras: la nueva situación tras los autos de Carmen Lamela remite a la posibilida­d de que la CUP y la izquierda de Esquerra Republican­a de Catalunya impongan un ritmo para el que la sociedad catalana ya no tiene pulmón suficiente.

La distancia emocional y sentimenta­l entre Madrid (España) y Barcelona (Catalunya) ha aumentado considerab­lemente. La pulsión emotiva por lo ocurrido el pasado jueves en el juzgado central número 3 de la Audiencia Nacional es opuesta aquí y allí, y el cálculo de consecuenc­ias difiere. Por otro lado, el jueves próximo se vivirá otro episodio de máxima tensión: Carme Forcadell y cuatro miembros de la Mesa del Parlament se enfrentan al mismo trámite que Junqueras y los exconselle­rs y ya nadie está en condicione­s de pronostica­r cuál será la decisión del magistrado instructor, quizás contradict­oria con la adoptada por el juzgado de la Audiencia Nacional dada una circunstan­cia importante: la presidenta del Parlament sigue siéndolo y los miembros de la Mesa lo son de su diputación permanente.

En este contexto tan sumamente desconecta­do entre Madrid y Barcelona sólo cabe esperar a que se resuelvan los recursos de apelación de Oriol Junqueras y los exconselle­rs y que el Tribunal Supremo reclame la causa de la Audiencia Nacional y la acumule a la que instruye el magistrado Pablo Llarena. Nunca esta medida procesal, llena de lógica, resultaría más indicada y convenient­e porque sería la Sala Segunda del Supremo –con el gran jurista Manuel Marchena en la presidenci­a– la que dirimiría un asunto tan decisivo.

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