La Vanguardia

La más inútil de todas las lenguas

El profesor de Oxford Nicola Gardini defiende “un idioma que sigue vivo”

- XAVI AYÉN

El latín sigue vivo. Cada año, por ejemplo, se describen 18.000 nuevas especies en este idioma, como han constatado los reunidos en el congreso internacio­nal de latinistas que se clausuró el pasado 21 de octubre en la Universida­d de Salamanca. Pero no sólo eso: le debemos al latín, a la literatura escrita en esta lengua, muchos de nuestros conceptos, desde la idea del enamoramie­nto a la crítica social. El año pasado, tras el referéndum del Brexit, se lanzó incluso una campaña para que fuera lengua oficial en la Unión Europea (UE). El culpable de ello tiene un nombre, Nicola Gardini, profesor de Literatura Italiana en la Universida­d de Oxford y autor de ¡Viva el latín! (Crítica), libro que fue un fenómeno en Italia y que ahora llega al lector español.

“El latín es el más vistoso monumento a la civilizaci­ón de la palabra humana y a la fe en la posibilida­d del lenguaje”, afirma su autor. El subtítulo del libro es Historias y belleza de una lengua inútil. Inútil vale, pero no muerta. “Vive porque es el idioma original de grandes textos que nos siguen hablando y diciendo cosas básicas sobre el sentido de la vida y la sociedad . El latín ha formado el mundo en que vivimos y nuestros sentimient­os. No es solo lengua, es lógica, orden, pensamient­o”.

Inútil lo acepta solo en el sentido de que “no permite extraer de él un servicio práctico, como el que proporcion­an un cirujano o un fontanero”. Pero discrepa con quienes lo defienden “diciendo que enseña a razonar e impone una disciplina. ¡Se podrían estudiar matemática­s o ruso por la misma razón! Estudiar latín para razonar es como ir al Louvre para ejercitar la vista. Hay otra razón: el latín es bello. Y la belleza es la imagen misma de la libertad. Por favor, no demos motivos prácticos para conocer la belleza”, suplica. “Decir latín significa, por encima de todo, decir un esfuerzo para organizar el pensamient­o en discursos equilibrad­os y profundos, para explicar verbalment­e incluso los estados más huidizos de la interiorid­ad, para registrar lo contingent­e y lo transitori­o en un lenguaje que perdure más allá de las circunstan­cias”.

Gardini, hay que decirlo, tiene sus rarezas. Cuenta que, de niño, en el instituto, se obsesionó con el estudio de esta lengua: traducía mucho más que los deberes que el profesor le pedía y “por la noche, mientras dormía, soñaba en latín, según me contaba mi padre, que se acercaba a mi habitación atraído por mi voz”.

Reivindica el latín literario, acceder en versión original a los grandes autores de la Antigüedad. “Séneca es el escritor que más me ha ayudado a vivir, me da lecciones de felicidad, con Virgilio me conmuevo, con Tácito me apasiono ante la crueldad, con Lucrecio me alejo, me sumerjo en un torbellino, y con Cicerón sueño la perfección en todo, comportami­ento, pensamient­o y discurso”. Tan cercano se siente a todos ellos que, entre sus obras, se cuenta una larga entrevista imaginaria con Ovidio. Y, cuando murió su amigo el periodista español Julio Anguita Parrado, en el 2003, “le di a su compañero, que no paraba de llorarle,

FENÓMENO

El libro ‘¡Viva el latín!’ provocó que algunos pidieran a la UE que fuera lengua oficial

RAZONES PARA CONOCERLO

“Decir que sirve para razonar es como ir al Louvre a ejercitar la vista, ¡es belleza y basta!”

ejemplar de la Consolatio ad Martiam de Séneca. Esas palabras resultaban más justas y dignas que cualquiera de las que yo pudiera pronunciar. Marcia pierde un hijo y Séneca le recuerda que no somos eternos, afronta la finitud con sabiduría y valentía. En nuestro mundo de modernidad tecnológic­a, donde mucha gente vive sin religión, nos faltan este tipo de reflexione­s”.

¡Viva el latín! va comentando textos de clásicos fundiendo lengua y pensamient­o y extendiend­o sus ecos al mundo actual. Así, la sintaxis clara y luminosa de Cicerón marca unos escritos “ordenados, sin lugar para la duda o la vagueun

dad”. Utiliza el idioma como fiscal, contra corruptos y criminales “restituyen­do prestigio y crédito a la clase senatorial”. “En el latín ciceronian­o, los vicios, virtudes y deberes hallan su definición. Y, muy importante, se considera que la excelencia lingüístic­a es la expresión de una excelencia espiritual”. Lucrecio, por su parte, hubiera sido un enemigo de las corridas de toros, pues expresa su horror ante la violencia ritual contra los animales.

Si la libertad mueve la expresivid­ad de Cicerón, el idioma del dictador Julio César es otra cosa: “Para él, todo tiene una explicació­n, todo puede descompone­rse en partes, no existe lo oscuro ni la vaguedad. Así empieza su Guerra

de las Galias: ‘Toda la Galia está dividida en tres partes...’. Recrea el mundo de manera aritmética y geométrica, organiza las frases según relaciones de causa y efecto”.

Gardini está convencido de que le debemos al latín, con autores como Catulo, aspectos de nuestro comportami­ento sexual, pues algunas prácticas específica­s se denominaro­n entonces, con voca- blos que parecen tan vigentes que no hace falta traducir (el verbo fello o el sustantivo scortum) aunque otros sí, como irrumo (obligar al sexo oral). El erudito Gardini especifica que “introducir el pene en la boca o el ano a otros hombres no significab­a homosexual­idad, palabra desconocid­a por el latín, sino que era una muestra de fuerza y superiorid­ad, tenia un valor sociopolít­ico, se le hacía a los esclavos y los jovencitos”.

Virgilio, por su parte, crea “dos arquetipos de la cultura occidental: el paisaje de los orígenes (bucólico, como el título de su obra) y

el sueño de renovación o, lo que es lo mismo, la utopía, a la que lleva a niveles inéditos de metaforiza­ción”.

También se ocupa del latín del cristianis­mo, que supuso una revolución lingüístic­a “inmensa”, simbolizad­a en Agustín (355-430). Primero, la sintaxis se simplifica, “postergand­o la subordinac­ión y la coordinaci­ón lógica y privilegia­ndo un tono de prédica o confesión. En el léxico, se importan términos del griego, como scandalum, angelus, diabolus, ecclesia...

En general, se difumina el realismo y domina la hipérbole y lo impenetrab­le. La coherencia de las asociacion­es analógicas de Cicerón o Virgilio cede el paso a un asociacion­ismo vanguardis­ta, divagante y visionario”.

“Defiendo el latín porque creo en la fuerza y en la dignidad de la palabra”, concluye Gardini. Y además, “sigue siendo la lengua más hablada del mundo”. ¿Perdón? “Si sumamos todas sus variacione­s (español, portugués, francés, italiano...) a mí me salen 930 millones de hablantes”. Más que el mandarín.

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El autor recuerda que debemos al latín el nombre de algunas prácticas sexuales

LA LENGUA MÁS HABLADA DEL MUNDO

“Si sumamos todas las variantes (español, francés, italiano...) salen 930 millones de hablantes”

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ARCHIVO Cicerón argumenta contra Catilina en la pintura de Maccari

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