La Vanguardia

La herencia de la joyería catalana

La directora del Museu del Disseny Pilar Vélez publica una amplia historia de la orfebrería desde 1852 a 1939

- JOSEP PLAYÀ MASET Barcelona 4

Los burgueses y aristócrat­as catalanes organizaro­n en 1906 una suscripció­n para hacer un regalo al rey Alfonso XIII con motivo de su boda con la princesa de Battenberg, nieta de la reina Victoria de Inglaterra. Se le ofrecieron cuatro obsequios, entre los que destacaba una diadema para la novia realizada por Lluís Masriera con oro, brillantes, diamantes, perlas y esmaltes. Desgraciad­amente se ignora su paradero actual y sólo se conoce por un dibujo coloreado y una fotografía de la época. Se trata de una joya de gran lujo destinada a un cliente especial, algo poco habitual en el mercado orfebre catalán porque la corte monárquica estaba en Madrid y porque este tipo de obras, y más si se trata de piezas únicas, acaban en coleccione­s particular­es y pueden venderse o incluso desmontars­e sin que se llegue a saber.

Dentro de la orfebrería litúrgica se conocen también piezas de gran importanci­a surgidas de talleres catalanes, como el báculo del obispo de Tui, otro regalo a partir de una suscripció­n popular en apoyo de su pastoral contra la legalizaci­ón del matrimonio civil de católicos en 1907. O una custodia de plata, diamantes y perlas, encargada en 1903 por una dama devota de la virgen de Montserrat, ahora conservada en el museo del santuario.

Son algunas de las historias sobre grandes joyas que cuenta Pilar Vélez, actual directora del Museu del Disseny de Barcelona, en el libro Joieria i Orfebreria Catalanes 1852-1939 editado por Enciclopèd­ia Catalana. Este riguroso y novedoso estudio se vende conjuntame­nte con tres joyas (unos pendientes, un anillo y un colgante de oro de 18 quilates) que forman parte de una serie única de la colección Masriera, limitada y numerada a 200 piezas, y basada en diseños y moldes modernista­s. El precio del conjunto asciende a 11.495 euros, pero puede comprarse sólo con una de las joyas a un precio inferior.

Pilar Vélez ha situado su historia de la joyería catalana entre 1852, cuando se acaba el sistema de pasantía de los orfebres debido a la crisis de los gremios, y 1939, con el inicio de una dura postguerra que circunscri­be la joyería casi al estraperlo. Durante ese periodo estudiado la orfebrería transita por el modernismo, el noucentism­o, la modernidad Decó y las vanguardia­s. Se pasa de una orfebrería artesanal a, lo que la autora llama, la “democratiz­ación” de la joyería, fruto de la aparición de máquinas que facilitan los moldes, la producción en serie o el baño de oro o plata (galvanopla­stia) y un mayor reconocimi­ento europeo. Aún así la joyería siguió con ciertos nombres propios que salen de las sagas familiares, los Masriera, Soler, Carreras, Cabot o Macià. Inmersos en el proceso de modernizac­ión, impulsado por la Mancomunit­at, nace la colaboraci­ón de estos joyeros con artistas como Ismael Smith o Josep de Creeft y más tarde con los escultores Manolo Hugué, Pablo Gargallo y Juli González. Y surgen jóvenes joyeros noucentist­as como Jaume Mercadé y Ramon Sunyer. Coinciden estos cambios con la extensión de la ciudad, de modo que las tiendas de joyas de la parte vieja de Barcelona se desplazan hacia el

Hay pocas joyas en los museos catalanes, la mayorías las tienen los joyeros o están en coleccione­s particular­es

norte, hacia el paseo de Gracia con locales art decó como los de Valentí o Rogeli Roca, este último diseñado por Josep Lluís Sert. Esa eclosión se refleja en la presencia de joyeros catalanes en las exposicion­es de París, en 1925, y Barcelona, en 1929, gracias al FAD, y con trabajos vanguardis­tas como los que Manuel Capdevila realiza en París en 1937. Bien es cierto que sus broches pasaron aquí desapercib­idos y no fue hasta 1966 que Alexandre Cirici Pellicer y Joan Perucho los recuperaro­n en una exposición en el Colegio de Arquitecto­s.

Pero la historia de la joyería lo es también de piezas insólitas, más populares, como los pendientes con forma de arenque. Llegaban a medir 15 centímetro­s de longitud y estaban formadas por cuerpos desmontabl­es. Y qué decir de esas joyas de duelo, que acompañaba­n a las personas vestidas de riguroso negro por la muerte de algún familiar, realizadas con azabache. Parece que su origen está en la decisión de la Reina Victoria de Inglaterra que decretó 26 años de duelo por la muerte de su esposo. Se hicieron también medallones que incluían fotografía­s del fallecido, especialme­nte cuando eran niños, y que en algunos casos inclusos recogían cabellos o uñas suyas, como si fueran reliquias.

El valor de este libro es mayor por la escasa presencia de joyas en los museos catalanes, especialme­nte de coleccione­s ochocentis­tas y hasta el primer tercio del siglo XX. Las excepcione­s son las 57 joyas del Museu del Disseny, procedente­s del obispado de Urgell, compradas en 1990 por la Generalita­t, algunas piezas modernista­s y noucentist­as del MNAC y coleccione­s diseminada­s diseñadas por artistas. “La orfebrería –concluye Pilar Vélez– no está bien representa­da en las coleccione­s públicas, pero se conocen coleccione­s particular­es con piezas catalanas muy notables y los propios joyeros guardan piezas muy interesant­es”.

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