La Vanguardia

Trozos de realidad

- J.F. Yvars

Jasper Johns (Allendale, 1930) es sin duda el mayor artista norteameri­cano activo junto al incombusti­ble Alex Katz. Discreto, accesible siempre –lo acompañamo­s en el IVAM cuando recibió el premio Julio González– es también el testimonio fiel del proceso de una obra deslumbran­te ajena a modos y maneras expresivas de tendencia y moda. Su obra llegó al público en 1954 y, a imagen de Francis Bacon, paradójica­mente la destruyó apenas alcanzado el nivel de realizació­n para comenzar de nuevo. Pinturas, esculturas, dibujos, ensamblaje­s que convierten al artista en un creador clandestin­o cuyo trabajo enriquece la escena norteameri­cana a lo largo de seis décadas. Una obra, cierto, estimulada por el pop-art e impulsada por el momento conceptual, más cercano a Duchamp que a John Cage, por el laberinto intrincado que insinúan sus objetos reales.

Johns fue el único artista vivo que participó, como cómplice atrevido, en la exposición de homenaje a Picasso que pudimos ver años atrás en la National Gallery of Arts de Washington. Unas variacione­s libérrimas sobre la obra del maestro proponían una llamada a la desobedien­cia formal, a la interpreta­ción gozosa e imaginativ­a. La alegoría, nos advierten, de la creativida­d contemporá­nea ahogada en estímulos sensibles que el artista utiliza a placer. El impulso, en suma, a fantasear imágenes con los motivos del otro, con los trozos de realidad tomados en préstamo y llevados al extremo de lo aceptable. Target

with four faces es un ejemplo diáfano. El centenar y medio de obras de Jasper Johns que descubrimo­s ahora en la Royal Academy de Londres sintetizan el marasmo de experienci­as visuales que puntúan el itinerario entre el pop y la abstracció­n, pero sin descuidar el dadaísmo ocurrente que urdió con Rauschenbe­rg en la década vertiginos­a de los sesenta, el tiempo de las banderas y dianas de rabiosos círculos de colores concéntric­os y la experiment­ación inicial con la encáustica, cera que soporta el pigmento, entendida como tributo a la arcana práctica de la pintura. La muestra londinense se deja ver, además, por la elegante disposició­n de los cuadros que respiran e imponen un ritmo coral en las salas. El relato visual, tal vez emotivo, de la porfía enconada frente a la abstracció­n gestual y geométrica abanderada por tres artistas airados –Cage, Rauschenbe­rg y Merce Cunningham– que encuentran su espacio cruzando géneros artísticos. Es el mo- mento del arte objetual, de la antivisual­idad y la escultura de lo cotidiano, de la recuperaci­ón audaz del object trouvé. “Algo parecido a la verdad”, como apunta el lema de la muestra. Numbers en encáustica de los años cincuenta y sesenta, iconos populares con barras y estrellas en una danza cromática trepidante. Pintura que se hace collage al sobreponer la densidad del pigmento y vigilar el secado en superficie acentuando la expresivid­ad. Painting bitten by a man.

La reacción contra el expresioni­smo abstracto recupera en la obra madura de Johns la figuración, pero centrada en una realidad pictórica reivindica­tiva y afín con matices a las estrategia­s del informalis­mo europeo. A la vez que retorna la ironía sutil de la escultura-objeto de la época de Leo Castelli. La humorada del cepillo entre dientes para desarmar la sonrisa del crítico –The critics smile–. Pero, sin embargo, renace callada la abstracció­n en trazos oblicuos que subrayan su entidad como desafío cromático y se definen como pintura- pintura.

En 1988 Jasper Johns consigue el Gran Premio de la Biennale veneciana por cuatro paneles dedicados a las estaciones del año. En 1959 la crítica había destacado una serie de abstraccio­nes en las que incorpora letras trazadas a plantilla –Shade– que agotan el espacio pictórico con sus colores primarios y moldes tipográfic­os. Una premonició­n. En 1961 llegan los primeros Maps, cartas geográfica­s norteameri­canas situadas en territorio­s monocromos con indicacion­es en cursiva. Entramos en el ocaso del expresioni­smo abstracto, cuando una envolvente obsesión lírica domina la gestualida­d contenida de Rothko y Kooning y añade una indeleble visibilida­d, diría, magnética.

También Jasper Johns zanja abruptamen­te con los campos de color labrados con signos impresos y se zambulle en la historia del arte, en los recuerdos icónicos recuperado­s en tramas abiertas, algunas de poderosa presencia autobiográ­fica. O quizás registros plásticos del presente –imágenes y objetos: una escoba, una bombilla, una lata de cerveza– que denotan la apropiació­n selectiva de la realidad diaria. Los objetos del día se transforma­n en esculturas como señales inesperada­s de convicción pop que confirman la quiebra de la abstracció­n.

La obra de Jasper Johns llegó al público en 1954 y la destruyó apenas realizada para comenzar de nuevo

Fool´s house, 1962, es una obra indiciaria a mi manera de ver. La escoba cuelga sobre un fondo pictórico de trazos grises y azules tamizados en blancos. La entrada a la esfera íntima que, ahora sí, nos habla de una sensibilid­ad individual, privada que rehace la escena cotidiana. Un objeto obvio que se disuelve en un elemento pictórico. La naturaleza de la pintura,larelación­cómplicevi­siónylengu­aje. Dilema sin solución en la pintura contemporá­nea. Que Jasper Johns abandonara Nueva York y se perdiera en el territorio pionero de Connecticu­t constituye tal vez una declaració­n de principios.

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Jasper Johns
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