Amor, espiritualidad y... política
En su ya undécimo álbum oficial en solitario, el que fuera legendario vocalista de los imprescindibles Led Zeppelin traza algunos significativos apuntes en comparación con sus anteriores entregas. De hecho interrumpe parcialmente su anterior línea discursiva en busca de “un amor que nunca muere” introduciendo un fogoso puñado de composiciones con evidente trasfondo político. De hecho, emerge un Plant con un posicionamiento crítico inusual. La prueba más fehaciente se encuentra sin duda en New world... una pieza ciertamente potente, una porción de historia del espíritu de los pioneros americanos condensada en solo tres versos.
A lo largo de toda la obra hay unas constantes sonoras en la manera de hacer del glorioso intérprete, sobre todo en las magníficas arquitecturas de guitarras entrelazadas deslizándose sobre la retumbante rítmica y en afilado contraste con su desarmante voz de tono quedo. De hecho, solo en el también remarcable Bones of saints, el músico inglés se acerca en su despliegue vocal a su más tradicional potencia leonina. En cualquier caso, Carry fire es un nuevo ejemplo de cómo se pueden combinar los mensajes elementales de canciones como The May Queen y Season’s song, pequeñas gemas de rusticidad sin fecha, con el abrasivo pop-rock. Piezas indispensables en la operación son su banda The Space Shifters, con una fascinante capacidad para tejer texturas de aroma incluso árabe, así como el violín de Seth Lakeman, con los que es capaz de darle la vuelta estilística a un clásico del rockabilly como Bluebirds over the mountain, con la valiosa ayuda de Chrissie Hynde.