600 de Messi y dos de Alcácer
Leo Messi jugó ayer su partido 600 con el Barça, y sólo sorprendió que no marcara alguno de los goles de la victoria. La gente está tan acostumbrada a sus prodigios que considera natural en Messi lo que resulta casi imposible para los demás. El fútbol tiene una definición para este caso: genio. Lo ha sido desde el primer día, cuando apenas era un crío y entraba a jugar con Ronaldinho, Eto’o, Xavi y compañía, y lo será hasta su último partido. No ha habido nada parecido desde Maradona, el otro genio argentino. No merece la pena entrar en comparaciones. Cada jugador es hijo de su tiempo y Messi ha definido la época que le ha tocado vivir.
Messi fue el mejor frente al desconocido Sevilla, un equipo que suele perder con el Barça, pero que le exige actuaciones memorables. Pocas pueden compararse con la impresionante demostración de Messi el pasado año, en el Sánchez Pizjuán. Fue un compendio de orgullo, épica y magia. Esta vez se limitó a ofrecer una buena versión de sí mismo, que es mejor que la más brillante de los demás. Desde esta perspectiva, es muy duro ser Messi. A nadie se le pide la excelencia a diario. Lo más curioso es que Messi casi siempre está a la altura.
El partido deja al Barça con diez victorias y un empate en once partidos, un trayecto significativo del campeonato. No deslumbra, pero gana. Nadie se lo reprocha porque este Barça era el que menos expectativas levantaba en los últimos diez años. A su alrededor ocurren tantas cosas importantes que parece una frivolidad debatir sobre el estilo y la estética. Valverde, que llegó a jugar en el Barça de Cruyff pero comenzó su carrera entre ardientes chimeneas de Sestao, ha visto suficiente mundo para comprender que este equipo necesita pragmatismo en grandes dosis.
Valverde ha construido un Barça profesional, sin alardes creativos, poco proclive a las concesiones defensivas y siempre pendiente de Messi, que tiene más gente a su espalda que nunca. Si es necesario alinear a cuatro centrocampistas y dos pivotes para proteger a su estrella, Valverde lo hará. Lo importante es que Messi no decaiga. Su respuesta ha sido irreprochable. Salvó el pellejo al Barça y a su directiva en los primeros partidos de Liga, elevó la estima de un equipo que venía herido de las derrotas ante el Madrid en la Supercopa y sostiene al líder cada semana.
Un aspecto interesante del Barça es la contribución de los menos titulares. Valverde ha creado un equipo con diez titulares casi fijos y una posición sin ocupante declarado. Es la posición comodín del Barça. Puede ser un delantero o un medio. Puede ser Paulinho o Deulofeu, André Gomes o Alcácer. Lo notable del caso es la respuesta. El que ingresa, funciona. Digamos que Valverde detecta el apetito de los suplentes. El de Alcácer, por ejemplo.
Alcácer marcó los dos goles del Barça en una noche importante. Aunque el Sevilla tuvo un aire anémico durante la mayor parte del encuentro, el partido le resultaba inquietante al Barça. Jugó muy bien los primeros veinte minutos, pero perdió una por una todas las ocasiones. Este tipo de
Valverde ha creado un equipo con diez fijos y otra posición sin ocupante claro; ayer fue Alcácer
noches suelen terminar de mala manera, con un contragolpe y una derrota mortal.
Sin embargo, el Barça encontró la tecla imprevista. Alcácer, que apenas había jugado en la Liga, figuró entre los titulares, para sorpresa del personal, que daba por amortizado al exdelantero del Valencia. No sólo marcó los goles, sino que abrió todavía más el interrogante que pesa sobre Luis Suárez, el delantero que debería marcar los goles que ayer marcó Alcácer. Goles a un toque, sin ornamento, sin ruido. Goles de especialista que el Barça celebra más que nunca ahora que Suárez no carbura.