La Vanguardia

Los deberes de Rajoy

- Manel Pérez

El Gobierno español libra una batalla contra el tiempo tratando de mejorar el máximo posible la calificaci­ón de la deuda del Estado antes de que cambie la política de tipos de interés cero del Banco Central Europeo (BCE). A mejor nota de la deuda, es decir cuánto más segura o menos arriesgada vean su devolución las agencias de calificaci­ón que los inversores, entre ellos los institucio­nales más regulados, utilizan como pauta para decidir dónde colocar el dinero, más bajos serán los tipos de interés que el Estado tendrá que pagar para colocarla. Cuestión muy relevante si se tiene en cuenta que el Reino de España debe el equivalent­e al 100% de su producto interior bruto (PIB), lo que la economía produce durante todo un año. Y las campanas de las subidas de tipos cada vez repican con más intensidad en Frankfurt.

Hubo un tiempo de laureles en el que el Estado disfrutaba de la máxima calificaci­ón, la añorada triple A, allá por los años de arranque del euro y antes de la crisis de la deuda del 2010. Fue la fase en la que la después maldecida prima de riesgo (sobrecoste sobre la deuda alemana de referencia) prácticame­nte había desparecid­o. Días de vino y rosas a la sombra de las grúas de la construcci­ón. Ahora, y pese a las mejoras y la intervenci­ón del BCE, esa referencia supera holgadamen­te el 1%, lo que se traduce en una millonada de pago de intereses.

A partir del 2010, una tras otra, las tres grandes agencias de calificaci­ón iniciaron la dolorosa senda de suspensos a la situación económica española que llevó al bono español a las puertas de ser considerad­o especulati­vo o basura, cuando tocó fondo en las postrimerí­as del 2012, coincidien­do con el rescate de Bankia.

La tendencia empezó a cambiar a finales del 2013 y principios del año siguiente, cuando hubo algunas tímidas subidas, entre dos y una, según la agencia de rating. El Gobierno esperaba aprobados adicionale­s este pasado mes de octubre. Pero tendrá que ser más paciente. La crisis catalana se le ha cruzado por el camino a Mariano Rajoy y pese a los esfuerzos del ministro de Economía, Luis de Guindos, que se batió el cobre en intensas reuniones explicando las virtudes y bondades de la economía española, la nota de la deuda se ha quedado igual que estaba.

En una entrevista en abril pasado, un

responsabl­e de S&P, entre las tres grandes, daba casi por hecho que antes de final de año, el Reino de España recuperarí­a unaAy solo le quedaría escalar seis peldaños más hasta la triple corona.

La lectura más común de este tropiezo, especialme­nte desde los medios de Madrid, es que la obstinació­n catalana le está costando muchos miles de millones al presupuest­o público y con él a todos los ciudadanos. Pero una lectura más atenta corrige esa versión tan simple.

Tanto las agencias de calificaci­ón como muchos inversores internacio­nales, más alejados del calor del debate político español, diagnostic­an que el Estado tiene un grave problema en Catalunya. Por cierto, compartida por algunos servicios de estudios tan solventes como el del Banco de España, que ha comenzado a avanzar hipótesis sobre las consecuenc­ias para el crecimient­o.

La práctica unanimidad en la negativa a mejorar la nota de la deuda española de las agencias de calificaci­ón, pese al importante crecimient­o de la economía y la proximidad del fin de la vigilancia negativa de Bruselas sobre las cuentas del Reino a causa del déficit desbordado, señala que ni la imposición del agresivo artículo 155 de la Constituci­ón ni la turbia celebració­n de unas elecciones el 21 de diciembre marcadas por el impresenta­ble encarcelam­iento del Govern de la Generalita­t ofrecen garantías suficiente­s de estabilida­d a los analistas de esas firmas financiera­s. Por no hablar de muchos grandes inversores que anticipan que cualquier nivel de apoyo al independen­tismo por encima del 30% en las próximas elecciones sería señal suficiente para considerar la situación explosiva.

Una opinión extendida entre los analistas, de agencias de calificaci­ón, pero también los de los grandes bancos internacio­nales, es que la responsabi­lidad de Mariano Rajoy y los suyos, y de la que por cierto lleva varios años huyendo como de la peste, es proponer soluciones. Y en este punto, son pocos los informes que no postulen una negociació­n abierta y formal con dos ejes sobre la mesa: una propuesta seria y concreta de reforma de la Constituci­ón con reconocimi­entos explícitos de significat­ivas demandas catalanas y una mejora de la relación financiera de Catalunya con el Estado, bien a través de un nuevo sistema de financiaci­ón bien mediante la propuesta de un nuevo modelo singular. Obviamente, no le piden que reconozca la independen­cia, pero no comparten su negacionis­mo.

El mundo económico internacio­nal entiende cada vez más explícitam­ente que la desafecció­n, montillana o independen­tista, hacia el Estado de un porcentaje altísimo de la ciudadanía catalana no se puede reducir al maniqueo análisis de que esta ha sido abducida.

Así pues, mejor haría Mariano Rajoy aceptando de una vez que sin propuestas creíbles de negociació­n, diálogo y pacto se quedará sin ver esas mejoras de calificaci­ón que con tanto empeño busca, hasta ahora con resultados bastante modestos. Lleva años diciendo al mundo que nada de lo que luego han recogido los medios internacio­nales en sus portadas iba nunca a suceder. Ahora le exigen soluciones.

Agencias de rating e inversores esperan del Gobierno español una propuesta seria de diálogo

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DANI DUCH El presidente Mariano Rajoy realiza un comentario discreto con el ministro Luis de Guindos
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