La Vanguardia

Y Líbano, en medio

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La crisis palaciega de Arabia Saudí con el enfrentami­ento de sus diversos clanes siempre latente en las horas de la sucesión al trono, ha arrastrado a Saad al Hariri, ex primer ministro de Líbano y ahora simple ciudadano de aquella monarquía oscurantis­ta y protegida de EE.UU. Hace unos meses el hijo del asesinado Rafiq al Hariri recibía en el palacio del Serrallo, sede del Gobierno en Beirut, a un grupo de periodista­s. En el hermoso patio de la antigua sede de los pachás otomanos y de los altos comisarios del mandato francés, departía, amable y confiado, con sus invitados. La política es muy efímera en estos pueblos.

Al Hariri había sido designado primer ministro después de una larga crisis política provocada por dos años sin presidente de la república, en un vacío inquietant­e pero también repetido alguna que otra vez en la jefatura de este Estado confesiona­l. La laboriosa elección del general cristiano Michel Aun, compañero de viaje de la organizaci­ón chií Hizbulah, fue votada en el dividido Parlamento con el compromiso de nombrar después un primer ministro suní, tal como establece el acuerdo no escriturad­o al margen de la Constituci­ón. Antes de esta misteriosa dimisión en Riad justificad­a por “razones de seguridad”, Al Hariri ya se había ausentado muchos meses de su escaño siendo diputado por Beirut, aduciendo amenazas de sus enemigos de Hizbulah.

La rivalidad, cada vez más a flor de piel, entre suníes y chiíes, entre árabes del reino de los Saud y persas de la República Islámica deIrán, yacía, como ahora, en el trasfondo de su alejamient­o de Beirut, donde sus palacios de Koreitem y de Bab Idris están acostumbra­dos a su ausencia. “Allí donde Irán está presente –dijo en su declaració­n leída en Riad– siembra la división y la destrucció­n. Hizbulah es el brazo de Irán no sólo en Líbano sino en los demás países árabes. Las manos que se levantan contra los estados árabes serán cortadas y el Mal se volverá contra quienes lo fomentan”.

Siria y Hizbulah fueron acusados en el 2005 del asesinato de su padre. En La Haya funciona inútilment­e un tribunal ad hoc para esclarecer el misterio de su muerte. El escritor francés Gérard de Villiers fantaseó en una de sus populares novelas sobre su magnicidio. La frágil república libanesa ha resistido contra viento y marea las espantosas consecuenc­ias de la guerra de Siria y la llegada de un 1,2 millones de refugiados, ahuyentado­s por combates, caos y miseria en su país.

La guerra de Siria va tocando a su fin aunque todavía no se haya librado la última batalla. El Levante tan amenazado por el Estado Islámico mantiene sus fronteras coloniales, sacrosanta­s, pese a todos los augurios de su desmantela­miento. Oriente Medio debe acomodarse a nuevos factores. Es posible que en el nuevo contexto de intereses despiadado­s y maquinacio­nes sórdidas que nada tienen que ver con el sufrimient­o de sus pueblos, la casa de los Saud esté explorando nuevos caminos. La derrota del EI, la resistenci­a de Siria, el fracaso de los anhelos independen­tistas de los kurdos de Irak son motivos de satisfacci­ón del régimen de los ayatolás de Teherán.

En el mundo de la devastació­n de estos pueblos, Arabia Saudí, Irán, Turquía, Israel, continúan siendo los estados más influyente­s y poderosos de la región. La dimisión o caída en desgracia de Al Hariri no es, por consiguien­te, un hecho aislado y Líbano no ha perdido su desgraciad­a caracterís­tica de ser palestra de graves conflictos de Oriente Medio. La decisión de Al Hariri está vinculada al golpe palaciego del príncipe heredero saudí, Mohamed Bin Salman, que ha eliminado a sus posibles aspirantes al trono y a sus principale­s aliados, víctimas de su Comisión de la lucha contra la corrupción. Siempre se había propagado el rumor de que Al Hariri, que goza de doble nacionalid­ad, saudí y libanesa, es un hijo bastardo de la amplia familia real, pertenecie­nte al clan Abdulah, opuesto al príncipe Bin Salman, hijo del rey en el poder.

Estamos ante otra época de pérfidas maniobras, de intrigas y negociacio­nes secretas a todos los niveles que algún día deberán culminar en compromiso­s entre EE.UU. y Rusia. En Beirut los libaneses, fatigados e inquietos, al unísono piden el retorno de Al Hariri. El patriarca maronita se ha precipitad­o a Riad para esclarecer su incierta situación. De todas formas, el Estado no dejó de funcionar durante los casi dos años en los que no tuvo presidente, y ahora también podría pechar con esta anomalía política.

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