VIENTOS DE GUERRA
Incluso en los años más belicosos, el espectáculo debe continuar. 1939 hizo temblar al mundo cuando se puso en marcha la maquinaria de la Segunda Guerra Mundial, apenas unos meses después de que hubiera acabado nuestra Guerra Civil, que nos había dejado tiritando. Pero en ese contexto diabólico, tres obras maestras del cine saldrían a la luz: Lo que el
viento se llevó, El mago de Oz y La diligencia. Las dos primeras suelen aparecer en el top 10 de las mejores películas de todos los tiempos y la otra sería incluida con gusto por los aficionados al western. Una cosecha sublime. ¿Fue mera casualidad, conjunción de talentos, o una licencia para soñar antes de que la pesadilla se hiciera real?
Seguramente tuvieron mucho que ver sus perspicaces productores, piezas clave detrás de cualquier gran proyecto que se precie y cuya profesión anda hoy un tanto denostada como consecuencia de las fechorías de Harvey Weinstein. La idea de adaptar El mago de Oz fue una hazaña del productor de la Metro Goldwin Mayer, Mervin LeRoy, quien siempre tuvo en la cabeza a Judy Garland para el papel de la encantadora Dorita, aunque le obligaron a hacerle una audición a Shirley Temple, indiscutible estrella infantil del momento.
Los millones de fans de la celebérrima canción Somewhere over the rainbow le agradecen que mantuviera a Garland y la taquilla lo corroboró desde el momento de su estreno a finales de aquel agosto. Aunque no todo fue dorado para ella en Oz: en el 2017 se ha sabido, a través de las memorias de Sid Luft, su tercer marido, que la joven actriz de tan solo dieciséis años por aquel entonces, pudo sufrir abusos y tocamientos por parte de algunos de los intérpretes de los enanos munchkins, algunos de los cuales más que seres idílicos se comportaron como antepasados del libidinoso Weinstein.
David O’Selznick, el genio de la producción independiente de entonces, había tenido entre sus manos La
diligencia pero la dejó escapar. Se resarció con creces llevando a buen puerto Lo que el viento se llevó. La cinta estrenada en Navidades, fue la última de la mítica cosecha del 39 y la más recordada. Lo había orquestado todo a la perfección O’Selznick, con una desconocida Vivien Leigh, seleccionada a través de un proceso que tuvo casi más de publicidad gratuita que de casting. El nombre de Clark Gable le resultó una elección más obvia, pues ya entonces era una estrella con Oscar y todo (por cierto, descubierto en su día por el citado LeRoy). Para uno de los muchos personajes que poblaban el novelón de Margaret
Mitchell, también Shirley
Temple fue considerada. En su caso, hubiera dado vida a
Bonnie Blue, la malograda hija de Rhett y Escarlata, pero al final se decidió que ya estaba demasiado crecidita.
No fue su año, sin duda, aunque, a pesar de tanto rechazo, sí consiguió protagonizar un filme: The little princess, aquí traducido creativamente como Sueño de hadas .A todas luces una ironía del destino, porque el sueño hubiera sido participar en cualquiera de las otras películas.