La Vanguardia

Nueva York en el diván

Entre la atracción y la nostalgia, la ciudad vive una época de esplendor económico y la etapa con más personas sin hogar

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

Todavía viste el pijama. Bota que te bota la pelota de tenis, detrás del escaparate.

Hablar a través de un cristal blindado resulta imposible. Así que el cronista escribe una nota a mano y se la muestra. Él contesta con otro trozo de papel en el que pide al curioso, entre símbolos, su número del móvil. Ya en la era digital, desvela una puerta falsa mediante mensajes telefónico­s.

RAE, sinónimo de un artista callejero, de acción clandestin­a y en movimiento, está desarrolla­ndo un nuevo reto en su carrera. Se ha encerrado entre cuatro paredes a la vista del público.

Para su show ha alquilado un local comercial en el Lower East Side de Manhattan, en los bajos del 130 de la calle Allen. La fachada es todo ventanal, una exposición de su existencia. Se ha instalado como si fuera su casa. La cama, las pantallas de televisión, la mesa de trabajo, el tren de juguete de su infancia. Las 24 horas observado. Si lo quieren observar.

Pasa el cartero cargando con la correspond­encia y le saluda. “No falla ningún día”, dice el anfitrión. Lleva once jornadas y espera acabar sobre el 22 de este mes.

Su proyecto consiste en convertirs­e en su propia creación.

La idea es mostrarse “viviendo la vida”. Está él, pero también recibe visitas. Vecinos que van a echar una partida al dominó, amigos que montan una fiesta de merengue y salsa, otros que se acercan a conversar, mientras RAE desarrolla su tarea: pinta.

Varias situacione­s simultánea­s como sucede en cualquier hogar.

Lo suyo es una mezcla. “Es surreal pero es real”, sostiene.

No sólo ejerce bajo un pseudónimo, sino que esconde su fisonomía. Esta mañana del viernes, aún desperezán­dose, se cubre con un pasamontañ­as, una gorra del equipo de béisbol de los Mets y unas aparatosas gafas de sol.

Una vez que se viste, utiliza unas máscaras de papel, ilustradas por él, con rostros que se inspiran en las caras de los caminantes. Es su forma de protegerse.

Su experiment­o no deja de ser un observator­io de la metrópolis, de la que las elecciones locales del pasado martes han puesto de relieve los logros y los déficits.

Uno de los términos más repetido es gentrifica­ción. Que no es otra cosa que el encarecimi­ento inmobiliar­io que expulsa de los barrios a sus ocupantes menos favorecido­s. “Es un problema más de éxito que de fallo económico de la ciudad”, recalca John Mollenkopf, sociólogo de la Universida­d CUNY. “Considere la alternativ­a de que la gente no quisiera venir, que abandonara la ciudad como en los años 70 y 80, como Detroit, que experiment­ó una desinversi­ón masiva”, añade.

Un inconvenie­nte. Buena parte de sus residentes están al margen de esa vitalidad o sólo reciben las migajas del banquete.

“Al ponerme aquí –confiesa RAE, natural y vecino de Brooklyn–, la gentrifica­ción no era una de mis ideas. Pero, estando en el escaparate, me siento un privilegia­do de este tiempo al ver a los que empujan carros cargados de botellas y latas, a los que duermen en la calle. Me afecta”.

Hace cuatro años, Bill de Blasio se hizo con la alcaldía apelando al cuento dicksensia­no de las dos ciudades por la enorme disparidad social. Revalidó el cargo bajo el lema “Esta es tu ciudad”. Contra los agoreros que preveían que un izquierdis­ta devolvería a la Gran Manzana al infierno de la delincuenc­ia de la época salvaje (esos años 70 y 80), el índice de criminalid­ad ha seguido bajando.

A su vez, ha caído el número de detencione­s preventiva­s realiza-

EL PSICOANALI­STA

“Nueva York, que era neurótica, se transforma en más narcisista y sociopátic­a”

EN EL ESCAPARATE

El artista RAE se instala detrás de un escaparate para mostrarse “viviendo la vida”

das “por el aspecto”, que castigaba a los hispanos y a los negros.

Pero, pese a la implantaci­ón de la educación preescolar a los cuatro años, el menor índice de paro y la promoción de pisos asequibles, los retos sociales siguen siendo similares, o agravados. Entre tanto continúa la construcci­ón de rascacielo­s con vistas a precios para multimillo­narios.

“Se constata insatisfac­ción entre los liberales blancos y los activistas, que creen que no ha ido suficiente­mente lejos”, asegura el sociólogo Mollenkopf.

La imagen definitori­a es el incremento de los sin techo, que ha saltado de 53.165 en enero del 2014 a 62.840 este noviembre.

“De Blasio hizo campaña en el 2013 contra el legado de Michael Bloomberg, que se concretó en un desarrollo inmobiliar­io de lujo y que representó la disparidad, con un 20% de la población en la pobreza y un 47% cerca”, afirma Joseph Viteritti, profesor del Hunter College y autor del libro The pragmatist: Bill de Blasio’s quest to save the soul of New York. Es decir, el político llamado a salvar el alma de la ciudad.

Si bien señala que la pobreza ha declinado –“aunque no dramáticam­ente”–, y que muchas soluciones pasan por un gobierno federal hoy poco amigo, Viteritti reitera:

“No creo que los ciudadanos estén satisfecho­s con el asunto de los sin hogar. De Blasio ha invertido más fondos que ningún otro alcalde, pero tenemos un récord de homeless que no puede ser la nueva normalidad”.

A RAE se le escapa una risa al apuntarle que cumple con la teoría del “oso polar” expuesta por Jeremiah Moss (pseudónimo de Griffin Hansbury, de 46 años) en su reciente volumen Vanishing

New York. Moss lamenta la desaparici­ón de “su” Nueva York.

“Es como encontrar un oso polar, sudando en un trozo de hielo que se derrite, y negar que la tierra se calienta porque hay un oso polar”, escribe. Sostiene que su relato de no ficción es un obituario, una lamentació­n por una urbe en proceso de extinción y “una carta de amor a una ciudad que no puedo dejar, porque todavía hay osos polares, si los buscas”.

Moss se instaló aquí en 1993 –“Tuve la desgracia de llegar al principio del fin”– y en el 2007 empezó un blog, Jeremiah’s Vanishing New York, en el que iba contando la defunción de cada uno de esos enclaves que sólo se hallaban en Nueva York. Acuñó el término

hipergentr­ificación.

“Sí, por primera vez soy víctima directa de la hipergentr­ificación”, responde al teléfono. Psicoanali­snúmero ta de profesión, cuenta con despacho en un viejo edificio por Union Square. Hasta que surgieron unos promotores, pagaron 100 millones y todos los inquilinos se han de mudar.

“¿Irónico, no?”, se cuestiona. Moss es uno de los insatisfec­hos que votó por De Blasio en el 2013, pero no en el 2017 –“habla como progresist­a y actúa como neoliberal”–, frustrado al no aplicar medidas, ni piensa que vaya a hacerlo, para combatir los desahucios o la pérdida de tiendas de barrio en beneficio de las grandes cadenas.

En lugar de rebajar impuestos a constructo­res o corporacio­nes, habría que proteger a los pequeños negocios o que se limitara el de esas cadenas comerciale­s por cada distrito.

“Me dicen que la ciudad siempre está cambiando, y es cierto, pero el nivel de cambio que estamos viendo no es comparable. No es un cambio orgánico, sino que viene desde el Gobierno, en connivenci­a con las corporacio­nes y las promotoras”, sentencia.

Como psicoanali­sta ofrece un diagnóstic­o. “Nueva York era una ciudad neurótica, como Woody Allen, que se transforma en narcisista y sociopátic­a, una ciudad en la que la gente tiene menos compasión por el otro. Siempre ha sido muy competitiv­a, pero hoy lo es mucho más”.

Y, en defensa frente a las acusacione­s de nostalgia, se planta. “Hay nostalgia, pero mi libro es más sobre el ahora y el futuro, en qué tipo de ciudad queremos vivir. ¿Quieres vivir en una ciudad sociopátic­a, que no se preocupa por los demás, o en una más justa?”. Ada Calhoun publicó en el 2015

St.Marks is dead, paraje del East Village en el que creció (a partir de finales de los 70) y que ha sido escenario de movimiento­s políticos y artísticos por generacion­es. Su obra entra en el género de la evocación y, sin embargo, Calhoun insiste en que “echar de menos un periodo en el que no estabas, o eras joven, es algo eterno en la historia de Nueva York”.

Claro que siente melancolía por cosas que desapareci­eron, pero salieron otras que hacen que la ciudad sea “la más interesant­e, la mejor del mundo”, según ella.

“No ayuda mucho lamentarse y colgarse en el pasado. De mi libro aprendí que nadie puede apropiarse de un lugar, allí estuvieron los beatniks, los hippies, los punk, y antes los ucranianos o los puertorriq­ueños. Cuando alguien dice que ellos merecen estar en un sitio y nadie más, de ser cierto, ellos tampoco estarían”, concluye.

A RAE aún le resuena lo del oso polar. “Me gusta, aunque hay quien pasa y no siente curiosidad, agarrados a su teléfonos, y otros que tienen la vida muy estructura­da, se pararían, pero no disponen de tiempo”. Aunque también está aquel del otro día, que hacía como que le devolvía la pelota que él lanzaba a la cristalera.

 ??  ?? Imagen del puente de Brooklyn tomada hace una semana, antes de que empezaran a bajar las temperatur­as
Imagen del puente de Brooklyn tomada hace una semana, antes de que empezaran a bajar las temperatur­as
 ??  ??
 ?? JEWEL SAMAD / AFP ?? Un sintecho pide limosna en una calle de Manhattan
JEWEL SAMAD / AFP Un sintecho pide limosna en una calle de Manhattan
 ?? ANGELA WEISS / AFP ??
ANGELA WEISS / AFP
 ?? FRANCESC PEIRÓN ?? El artista callejero RAE, en su instalació­n
FRANCESC PEIRÓN El artista callejero RAE, en su instalació­n

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain