La Vanguardia

EE.UU. lleva hasta Guatemala sus controles migratorio­s

ANDY ROBINSON, enviado especial

- ANDY ROBINSON

“Voy a cruzar en Tijuana; la única forma de hacerlo ya es por el mar; me han dicho que hay un acantilado en el lado mexicano que es más alto que el muro, así que te tiras de allí hasta el otro lado”. Lo dijo Sergio Antonio Vallecillo, un albañil nicaragüen­se de unos 50 años que no parecía en condicione­s

ni para tirarse de la escalera de la iglesia donde estaba sentado junto otros inmigrante­s centroamer­icanos en el parque Hidalgo de Tapachula, a media hora de la frontera con Guatemala.

Herman Suazo, hondureño de 39 años, escuchaba con interés. Venía desde San Pedro Sula huyendo de los dos extorsiona­dores de la temida banda salvadoreñ­a la mara Trucha. Su destino: Canadá, donde vive su hermano.

Ambos centroamer­icanos habían cruzado el río Suchiate desde

Guatemala. Pretendían subir al norte en autobús. Ya no sale de Tapachula el notorio tren conocido como la Bestia, en el que los centroamer­icanos pagaban 1.000 pesos o más a la mara (o quizás a la policía mexicana) para que no les arrojasen a las vías. De modo que, al menos, en Tapachula, ya no se ven aquellos mendigos sin piernas. Aunque las pandillas aquí también amedrentan. “Por la noche, si duermes en la calle como yo, hay mucho peligro; te pueden secuestrar o te pueden

apuñalar”, explicaba Sergio.

Al otro lado de la ciudad, iluminada con focos potentes, una inexpugnab­le fachada de hormigón blanco escondía otro posible destino para Sergio y Herman: la Estación Migratoria Siglo XXI, el centro de detención de inmigrante­s más grande de América Latina, con capacidad para 960 inmigrante­s en vías de deportació­n, aunque suele haber muchos más. En un parking colindante esperaban los autobuses de la empresa Pullman de Chiapas que horas después llevarían la próxima veintena de deportados a Honduras, Guatemala o El Salvador. “Conducir esos buses es uno de los mejores trabajos que hay en Tapachula; si haces muchas salidas, puedes ingresar 5.000 pesos (240 euros) por semana”, explicaba el taxista.

La cárcel se financia en parte con dinero estadounid­ense procedente de la llamada Iniciativa

LA CÁRCEL DE TAPACHULA El mayor centro para deportados de América Latina se paga con dinero de EE.UU.

CRÍTICAS DE OENEGÉS “Con Trump, la ‘externaliz­ación’ de la seguridad fronteriza se ha intensific­ado”

Mérida del 2008, mediante la cual Washington presta apoyo para la seguridad fronteriza y operacione­s contra el narcotráfi­co y la delincuenc­ia organizada en el sur de México.

Ahora, con Donald Trump en la Casa Blanca, esta estrategia de externaliz­ar la seguridad fronteriza entra en una fase más intensiva, aseguran defensores de derechos humanos en Tapachula. “Yo voy dos veces a la semana al centro de detencione­s y he visto a funcionari­os del departamen­to de Seguridad Interna estadounid­enses. La semana pasada iba a asesorar a un detenido que denunciaba la corrupción en el centro y lo encontré en una entrevista con un estadounid­ense”, dijo Diego Lorente, director del centro de derechos humanos Fray Matías de Córdoba.

Aunque a 30 kilómetros más al sur, en el pueblo fronterizo de Ciudad Hidalgo, queda claro que esta frontera no tiene nada que ver con el muro hermético en la frontera de EE.UU. y México: cientos de jóvenes cruzan el río en grandes neumáticos transporta­ndo cajas de cerveza o aceite a la orilla guatemalte­ca.

Es un tráfico de contraband­o, pero la policía no hace nada. En Talismán, 20 kilómetros río arriba, cruzan los inmigrante­s en balsas o a nado. En el puente, cuadrillas de jóvenes campesinos guatemalte­cos cruzan cargados de bolsas para ir a trabajar en las fincas de Chiapas recogiendo café. Aunque la caída del peso frente al quetzal empieza a menguar la oferta de mano de obra guatemalte­ca. “Deberíamos tener la misma moneda”, dice Lázaro Matías, que cambia dinero en la calle delante de los vendedores indígenas de pan y queso. Y añade: “Deberíamos tener el mismo país”.

Al otro lado, una larga cola de coches se extiende por más de un kilómetro de la carretera. Son centroamer­icanos afincados en EE.UU. que regresan cargados de los objetos de consumo. Muchos tendrán que pagar un soborno en la frontera. “En EE.UU. todos los latinos estamos unidos contra Trump; pero aquí los mexicanos son unos cabrones”, dijo el guatemalte­co Óscar Álvarez, de 46 años, que había conducido un autobús escolar desde Nueva Jersey –tres días de viaje–, para venderlo a una escuela en Ciudad de Guatemala.

Se calcula que unos 400.000 centroamer­icanos cruzan la frontera mexicana cada año. Bajo presiones de EE.UU., México ha aumentado las deportacio­nes hasta la cifra récord de unas 120.000 personas anuales.

En lugar de construir un muro físico en los 700 kilómetros de frontera sur, el presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, parece estar apostando por mayor presencia policial y militar, según una estrategia para combatir la delincuenc­ia organizada y el narcotráfi­co y frenar inmigrante­s.

El plan Frontera Sur incluye un reforzamie­nto de la seguridad y la creación de seis zonas económicas especiales. En la carretera entre Tapachula y la capital de Chiapas, Tuxtla Gutiérrez, ya lejos de la frontera, hay dos grandes controles de la policía de inmigració­n. Se ha multiplica­do por dos la presencia de policías federales en la zona sur.

Es una estrategia diseñada, en gran parte, desde Washington, para la seguridad regional. En dos cumbres este año, los presidente­s centroamer­icanos se reunieron con representa­ntes de las administra­ciones de Trump y de Peña Nieto, así como altos mandos del ejército, para pactar ayudas militares. Se acordó establecer parte del centro de operacione­s militares de EE.UU. en América Latina, en una base militar guatemalte­ca en Petan, muy cerca de la frontera. “Con su apoyo, las fuerzas armadas de México y Guatemala están llevando a cabo patrullas terrestres, aéreas y de reconocimi­ento”, señaló el militar guatemalte­co Manuel Pérez Ramírez. En otra base guatemalte­ca, en Tecún Umán, militares estadounid­enses imparten cursos de formación en la llamada guerra contra la droga.

México siempre ha sido más reacio que sus vecinos centroamer­icanos a acordar esta clase de colaboraci­ón con EE.UU. Pero “a cambio de mejorar la negociació­n del Tratado de Libre Comercio (TLC), el Gobierno mexicano puede estar finalmente concediend­o operacione­s del ejército estadounid­ense en territorio nacional”, dijo Miguel Ángel Paz, de la asociación de apoyo a los inmigrante­s Voces Mesoameric­anas, en San Cristóbal de las Casas. Cabe recordar a Trump: “Tienes un montón de bad men allí y vuestros militares no hacen nada; parece que tienen miedo”, le reprochó al presidente mexicano en febrero. “Pues nuestros militares no tienen miedo, así que igual les mando hasta allí para hacerse cargo del asunto”. Parecía bravuconer­ía típica del presidente. Pero en Tapachula hay quien piensa que iba en serio.

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RONALDO SCHEMIDT / AFP Traficante­s trasladan en neumáticos de goma mercancías de Guatemala a México a través de la porosa frontera del río Suchiate
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ANDY ROBINSON El hondureño Herman Suazo y, sentado, el nicaragüen­se Sergio Vallecillo, en la ciudad mexicana de Tapachula, esperando para ir a EE.UU.
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