Cuarenta diputados conservadores piden a Theresa May que tire la toalla
Aumentan las presiones a la primera ministra para que cese a Boris Johnson
Si la rebelión política fuera un delito en Gran Bretaña, los fiscales se frotarían las manos de gusto, los tribunales estarían desbordados y las cárceles aún más a tope de lo que ya se encuentran. Y es el que número de amotinados contra Theresa May aumenta día a día, de manera directamente proporcional a su debilidad y a los escándalos que plagan su Gobierno.
Un total de cuarenta diputados conservadores se han declarado dispuestos a firmar una carta expresando la pérdida de confianza en la primera ministra, y desafiando por consiguiente su liderazgo. May paró a duras penas un chapucero intento de golpe durante el reciente congreso conservador, pero sus siete vidas no van a durar eternamente, y la actual sensación de caos en la administración le ha originado nuevos enemigos. Su eslogan electoral de un “gobierno fuerte y estable” parece, en vista de las circunstancias, un chiste.
El líder laborista Jeremy Corbyn, que huele sangre, escribió ayer en un artículo en The Sunday Times que “la debilidad de May afecta negativamente a la posición negociadora del Reino Unido en Bruselas”, y que la primera ministra “tiene que acabar con la confusión, plantar cara a los extremistas que quieren marcharse de la Unión Europea sin acuerdo, y convertir la preservación de los puestos de trabajo en la prioridad del Brexit”. Su mensaje, no necesariamente sutil, es que la tarea estaría mejor en sus manos, y es significativo que la prensa de Murdoch le haya ofrecido esa tribuna. La posición del Labour es también bastante confusa, pero en líneas generales respeta el resultado del referéndum y considera inevitable la salida de la UE, pero permaneciendo dentro del mercado único y la unión aduanera bajo una fórmula al estilo de la de Noruega.
Lo peor para Theresa May es que un número creciente de figuras
conservadoras está de acuerdo con Corbyn, considera a su líder una prisionera de los euroescépticos incapaz de negociar un Brexit razonable, y se pregunta en voz alta si al partido no le convendría pasar una temporada en la oposición para cerrar filas y reorganizarse.
La proclamación por la premier de la fecha de la salida de la UE (29 de marzo del 2019), y su incorporación a la ley de desconexión, no ha tenido el efecto que deseaba. Las medidas dirigidas a que el Reino Unido abandone toda la legislación europea y la convierta en propia (para luego conservar los aspectos que quiera y desechar el resto) regresa esta semana a la Cámara de los Comunes, donde se enfrenta a un aluvión de enmiendas dirigidas a que el Parlamento tenga la última palabra, y pueda aceptar o rechazar el paquete final negociado entre Londres y Bruselas. Bastaría la rebelión de un puñado de tories para asestar un golpe capaz de provocar la caída del Gobierno.
May es vulnerable, y cada vez más, en múltiples flancos. Aumentan las presiones para que cese al ministro de Exteriores, Boris Johnson, máxime si los ayatolás iraníes aumentan la pena de prisión de una ciudadana británica a la que el jefe de la diplomacia inglesa ha perjudicado seriamente al decir (en una colosal metedura de pata) que se hallaba en el país persa “entrenando periodistas”. Y a todo esto su jefe de gabinete, Damian Green, está pendiente del resultado de una investigación de Scotland Yard sobre el
BREXIT
No sabe cómo contar a los euroescépticos que ofrecerá a la UE más dinero por el divorcio
CORBYN
El líder laborista dice que la debilidad de May impide llegar a un acuerdo con Bruselas
descubrimiento de material pornográfico en un ordenador de su oficina, y además ha sido acusado de tomarse libertades inapropiadas con algunas mujeres en el marco del escándalo de los acosos sexuales.
La primera ministra no sabe cómo contar a los partidarios más fanáticos del Brexit que ha de ofrecer más dinero a Bruselas a fin de que los 27 accedan a empezar a hablar de comercio. Teme que en el momento que lo haga se produzca no ya una rebelión común y corriente sino una sedición (“levantamiento de un grupo de personas contra un gobierno con el fin de derrocarlo”), con daños colaterales para el Partido Conservador y para las negociaciones con la UE. Tiene las manos atadas, en medio del fuego cruzado entre euroescépticos y eurófilos. Y como consecuencia está paralizada, a modo de conejo deslumbrado en la carretera por las luces de un coche. Su gobierno huele a podrido, como un queso brie caducado.