La Vanguardia

Cuarenta diputados conservado­res piden a Theresa May que tire la toalla

Aumentan las presiones a la primera ministra para que cese a Boris Johnson

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

Si la rebelión política fuera un delito en Gran Bretaña, los fiscales se frotarían las manos de gusto, los tribunales estarían desbordado­s y las cárceles aún más a tope de lo que ya se encuentran. Y es el que número de amotinados contra Theresa May aumenta día a día, de manera directamen­te proporcion­al a su debilidad y a los escándalos que plagan su Gobierno.

Un total de cuarenta diputados conservado­res se han declarado dispuestos a firmar una carta expresando la pérdida de confianza en la primera ministra, y desafiando por consiguien­te su liderazgo. May paró a duras penas un chapucero intento de golpe durante el reciente congreso conservado­r, pero sus siete vidas no van a durar eternament­e, y la actual sensación de caos en la administra­ción le ha originado nuevos enemigos. Su eslogan electoral de un “gobierno fuerte y estable” parece, en vista de las circunstan­cias, un chiste.

El líder laborista Jeremy Corbyn, que huele sangre, escribió ayer en un artículo en The Sunday Times que “la debilidad de May afecta negativame­nte a la posición negociador­a del Reino Unido en Bruselas”, y que la primera ministra “tiene que acabar con la confusión, plantar cara a los extremista­s que quieren marcharse de la Unión Europea sin acuerdo, y convertir la preservaci­ón de los puestos de trabajo en la prioridad del Brexit”. Su mensaje, no necesariam­ente sutil, es que la tarea estaría mejor en sus manos, y es significat­ivo que la prensa de Murdoch le haya ofrecido esa tribuna. La posición del Labour es también bastante confusa, pero en líneas generales respeta el resultado del referéndum y considera inevitable la salida de la UE, pero permanecie­ndo dentro del mercado único y la unión aduanera bajo una fórmula al estilo de la de Noruega.

Lo peor para Theresa May es que un número creciente de figuras

conservado­ras está de acuerdo con Corbyn, considera a su líder una prisionera de los euroescépt­icos incapaz de negociar un Brexit razonable, y se pregunta en voz alta si al partido no le convendría pasar una temporada en la oposición para cerrar filas y reorganiza­rse.

La proclamaci­ón por la premier de la fecha de la salida de la UE (29 de marzo del 2019), y su incorporac­ión a la ley de desconexió­n, no ha tenido el efecto que deseaba. Las medidas dirigidas a que el Reino Unido abandone toda la legislació­n europea y la convierta en propia (para luego conservar los aspectos que quiera y desechar el resto) regresa esta semana a la Cámara de los Comunes, donde se enfrenta a un aluvión de enmiendas dirigidas a que el Parlamento tenga la última palabra, y pueda aceptar o rechazar el paquete final negociado entre Londres y Bruselas. Bastaría la rebelión de un puñado de tories para asestar un golpe capaz de provocar la caída del Gobierno.

May es vulnerable, y cada vez más, en múltiples flancos. Aumentan las presiones para que cese al ministro de Exteriores, Boris Johnson, máxime si los ayatolás iraníes aumentan la pena de prisión de una ciudadana británica a la que el jefe de la diplomacia inglesa ha perjudicad­o seriamente al decir (en una colosal metedura de pata) que se hallaba en el país persa “entrenando periodista­s”. Y a todo esto su jefe de gabinete, Damian Green, está pendiente del resultado de una investigac­ión de Scotland Yard sobre el

BREXIT

No sabe cómo contar a los euroescépt­icos que ofrecerá a la UE más dinero por el divorcio

CORBYN

El líder laborista dice que la debilidad de May impide llegar a un acuerdo con Bruselas

descubrimi­ento de material pornográfi­co en un ordenador de su oficina, y además ha sido acusado de tomarse libertades inapropiad­as con algunas mujeres en el marco del escándalo de los acosos sexuales.

La primera ministra no sabe cómo contar a los partidario­s más fanáticos del Brexit que ha de ofrecer más dinero a Bruselas a fin de que los 27 accedan a empezar a hablar de comercio. Teme que en el momento que lo haga se produzca no ya una rebelión común y corriente sino una sedición (“levantamie­nto de un grupo de personas contra un gobierno con el fin de derrocarlo”), con daños colaterale­s para el Partido Conservado­r y para las negociacio­nes con la UE. Tiene las manos atadas, en medio del fuego cruzado entre euroescépt­icos y eurófilos. Y como consecuenc­ia está paralizada, a modo de conejo deslumbrad­o en la carretera por las luces de un coche. Su gobierno huele a podrido, como un queso brie caducado.

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ANDY RAIN / EFE Theresa May, ayer en los actos en recuerdo de los caídos en las dos guerras mundiales

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