Que el 155 no afecte a la escuela
No sé cómo acabará la crisis actual, con dos tercios de nuestro gobierno legítimo en prisión o en busca y captura, con la administración intervenida, y pendientes de elecciones, y todo adobado con relatos tergiversadores en donde a los pacíficos se nos ha convertido en agresores. Tampoco sé cómo ello afectará al modelo educativo cuando desde hace tiempo se prepara su liquidación, largamente anhelada por Ciudadanos, un partido fundado con esta finalidad, y por el PP. Y aunque la mayoría del profesorado no acepte las falsedades de que se le acusa porque niegan la realidad de su experiencia diaria, el poder de coerción por parte del Estado es muy grande, como vamos comprobando cada día. Y lo peor es el miedo que pueda despertar con la consiguiente autocensura. En este contexto, lo que puede peligrar más es el uso de la lengua, que, por mucho que se hable del éxito de la inmersión, va decayendo desde hace tiempo, especialmente en situaciones informales. Antes decíamos que se hablaba poco en los patios y los pasillos, ahora ocurre también en las aulas: en los trabajos en grupo, y también en la relación entre alumnos y hasta con el profesorado.
Y si bien es cierto que generaciones de maestros han luchado para salvar la lengua, la escuela no deja de ser un reflejo de la sociedad y hoy el catalán es minoritario en su territorio, y residual en muchas zonas y ámbitos. Además, la lengua queda ocultada por el hábito de la mayoría de catalanohablantes de cambiarla según su interlocutor, un hábito que también ha llegado a la escuela. Todo ello se ha acentuado más con la segregación, y a pesar de la acogida modélica en muchos sentidos de cientos de miles de niñas y niños procedentes de lenguas y culturas distintas al sistema educativo, no se ha podido detener el proceso de sustitución lingüística. Al fin y al cabo, mucha población nacida aquí y escolarizada en catalán tampoco usa el catalán porque lo ha desaprendido cuando ha abandonado la escuela, no lo necesita, o sencillamente porque no quiere hablarlo. Por ello hoy más que nunca el profesorado debería mantener un firme compromiso con nuestro modelo educativo, y una actitud profesional para que la lengua más débil, la que tiene más dificultades de supervivencia, y que es la propia del territorio, viva plenamente en la escuela, también en situaciones informales, que son las que fortalecen su uso.