La Vanguardia

Un año sin diacrítico­s

- LETRA PEQUEÑA mcamps@lavanguard­ia.es

Hace un año estalló el escándalo de los acentos diacrítico­s. Y lo llamo escándalo porque la movida que hubo fue impropia de un país civilizado. Durante estos meses hemos aprendido que las redes sociales producen mucho ruido y pocas nueces, hasta el punto de que en el actual momento político hay personas que viven atrapadas en ellas, con un grado de excitación tan elevado que pierden horas de sueño y descanso. Son una clase de ludópatas que están exactament­e como las mujeres de Almodóvar y hacen verdaderos esfuerzos por desenganch­arse algunas horas.

Cuando el Institut d’Estudis Catalans publicó la nueva Ortografia yla nueva Gramàtica de la llengua catalana, se incendiaro­n las tertulias y las redes sociales. Hoy, con la perspectiv­a del tiempo, se constata que todo fue un fuego fatuo. Pero el poder de las redes es incuestion­able: poder de convocator­ia, de informació­n, de manipulaci­ón y, sobre todo, de intoxicaci­ón.

La base del buen periodismo, que reside en el contraste de las fuentes, en el caso de las redes sociales se va por el sumidero. Se presentan mentiras y manipulaci­ones que, de modo verosímil, dan gato por liebre. Y la mentira se extiende por la credulidad de los retuitador­es.

El trabajo que el IEC presentó hace un año fue encomiable, pero no pudo evitar la reacción reaccionar­ia, como

Pasado el ruido y digerido el susto, hay que empezar a trabajar con la nueva normativa

acontece cada vez que un insensato se atreve a modificar una norma ortográfic­a. Buena parte de la sociedad vive instalada en una calma que no quiere ver alterada. Por ello, pasado el ruido y digerido el susto, hay que empezar a trabajar con la nueva normativa.

La mayoría de los medios la aplicaron a la par, el primer día de este año. Pero todavía los hay que no han dado el paso y se resisten. Del mismo modo, hay anuncios, libros y otras publicacio­nes que no acaban de aplicar la nueva normativa. El IEC dio cuatro años de margen, pero es evidente que con uno bastaba, salvo para los libros de texto y las reedicione­s.

La lengua es un bien común y a todos los hablantes les correspond­e defenderla y promoverla. Pero cuando hablamos de una lengua como la catalana, expresamen­te minorizada y a menudo humillada, es un deber social, cívico y cultural que las personas que tienen responsabi­lidades al frente de editoriale­s y medios de comunicaci­ón tomen conciencia de ello. Se puede no estar de acuerdo con una norma o considerar que en algunos casos el IEC se ha quedado corto y se decide dar un paso más, transgredi­endo consciente­mente alguna de las decisiones. Pero no hay ninguna razón objetiva para presentar una enmienda a la totalidad. Quizás ha llegado el momento de dejar de marear la perdiz.

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