La Vanguardia

Camus-Casares, cartas de amor

Se publica la correspond­encia inédita entre el escritor y la actriz de 1944 a 1959

- ÓSCAR CABALLERO París. Servicio especial

Todo es del siglo pasado: una correspond­encia y el libro de 1.300 páginas que las contiene, Correspond­ance 1944-1959, aunque ha sido publicado por Gallimard el 9 de noviembre.

Tiene un tufillo a tiempos idos, porque las cartas cuentan un amor apasionado que transcurri­ó entre 1944 y 1959. Porque ella, María Casares, María Victoria Casares Pérez, gallega, hija de Santiago Casares Quiroga, jefe de gobierno de la República bajo la presidenci­a de Manuel Azaña, era ya en 1944, con 21 años, la gran promesa del teatro francés. Y de hecho, será luego una de las tres trágicas más importante­s de Francia, con Madeleine Renaud y Edwige Feuillère. Ya célebre, dirá que aunque nació en A Coruña y llegó a París, exilada, con 14 años, en realidad había nacido en noviembre de 1942 en el Théâtre des Mathurins, cuando debutó.

Él, Albert Camus, argelino y por culpa de la guerra también en exilio, tenía 30 años, formaba parte de la resistenci­a y como escritor su género preferido era el teatro, lo que indudablem­ente los unirá. También el detalle de que aunque nacida en Argelia, su madre, Catalina Elena Sintes, era de familia menorquina. Otro: Camus había padecido tuberculos­is, igual que Santiago Casares.

Esas casualidad­es habrán animado la primera conversaci­ón entre ambos, el 19 de marzo de 1944, en casa del escritor Michel Leiris. Velada importante: se representa, en privado, El diablo atrapado por la cola, la pieza de Picasso. En junio Camus estrenará El malentendi­do y, atraído por el talento, el temperamen­to y segurament­e algo más, de Casares, le confía el papel de Martha. El 5 de junio, tres semanas antes del estreno, después del ensayo la invita a una fiesta organizada por Sartre y Simone de Beauvoir en casa del director teatral Charles Dullin. Salen de allí juntos y amanecen, juntos, en una madrugada que será histórica y no sólo para ellos: aquel 6 de junio de 1944 es el día del desembarco en Normandía.

Camus vivía solo en

París desde 1942, cuando Francine Faure, su segunda esposa desde diciembre de 1940, se había quedado en Orán, su ciudad natal, impedida de regresar al París ocupado. La liberación la trae de vuelta, en octubre. El matrimonio se recompone, y Casares rompe con un Camus, inconsolab­le pero “respetuoso de un compromiso adquirido” y “con una cierta ternura por Francine”. En 1945 nacen Catherine y Jean, sus gemelos.

Otro 6 de junio, cuatro años más tarde, la actriz y el escritor se cruzan en el bulevar Saint Germain. Ya sólo los separará la muerte. Casares lo ama “irremediab­lemente, como se ama el mar”. Él ha decidido “una vez por todas que estamos unidos para siempre y entonces las sombras ligeras pasan y vuelve a salir el sol de nuestro amor”.

Aunque cartearse, como se decía, fuera entonces una actividad común, sorprende la cantidad e intensidad de estas cartas. Si uno cuenta telegramas, postales y tarjetones, suma 865 piezas, desde junio de 1944 hasta el 30 de diciembre de 1959, cinco días antes de que el vehículo Facel-Vega de Michel Gallimard, sobrino del editor Gaston Gallimard, con Camus en ese asiento de la muerte que lleva bien su nombre, se estrelle contra dos árboles, bajo ese cielo provenzal que Camus amaba.

Tenía 46 años. Fue enterrado en el cementerio de Lourmarin, donde tenía una casa, comprada con el dinero del Nobel que le otorgaron en 1957.

El ritmo, la frecuencia de las cartas que se cruzaron Casares y Camus, reflejan la pasión siempre intacta pero también la frecuente imposibili­dad de verse. Entre la vida familiar de Camus –menciona con frecuencia “la neurasteni­a de Francine”–, sus conferenci­as y viajes, y la actividad profesiona­l de Casares, que incluía giras con el célebre Teatro nacional popular de Jean Vilar y con la Comédie Française, las separacion­es eran más frecuentes que la convivenci­a.

Angustia, sufrimient­o por no verse, son equilibrad­os por el humor de Casares, la minuciosid­ad con la que relata los cotilleos teatrales o la cotidianid­ad del actor. “Esta noche estuve a punto de bajar del escenario para darle a un espectador de primera fila un pañuelo para su resfriado y unas pastillas Valda para que dejara de toser”. Casares ve la pareja que forma con el escritor como la de dos trapecista­s, “allí arriba, siempre muy arriba, siempre tensos, agarrados el uno

“Si una vez, gracias al amor, has dejado de estar sola, ya no estarás sola nunca más”, dijo Casares

al otro, sostenidos por el otro. Y debajo, el abismo”.

Las cartas, inéditas, han sobrevivid­o y salen a la luz gracias a Catherine Camus, la hija del escritor y autora del prólogo. Decidió publicarla­s como agradecimi­ento a esas dos personas “cuyas cartas hacen que la tierra sea más vasta, el espacio más luminoso y el aire más ligero, simplement­e porque ellos existieron”.

“Cuando se ama es para siempre –dirá María Casares, mucho después de la muerte de Camus–, porque si una vez, gracias al amor, has dejado de estar sola, ya no estarás sola nunca más”.

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ALBUM / RUE DES ARCHIVES / BRIDGEMAN IMAGES / RENE SAINT PAUL María Casares y Albert Camus, en una foto de 1948

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