La Vanguardia

¿Qué vale una abeja?

- Antonio Cerrillo

No hace mucho tiempo, se reunieron unos científico­s e hicieron una encuesta entre ellos para determinar cuál era la especie viva más valiosa del planeta; es decir, la que resulta clave para la propia existencia humana. Y considerar­on unánimemen­te que esa especie era la abeja. “Sin las abejas, en cuatro días desaparece­ría el hombre y en diez días desaparece­ría la vida”. Así lo expresó ayer Sonia Castañeda, directora de la Fundación Biodiversi­dad, ante un impresiona­do auditorio de hombres de negocios y finanzas reunidos en un debate organizado por el Cercle Financer de la Societat Econòmica d’Amics del País.

En su intento de ilustrar el valor de la biodiversi­dad, Castañeda abundó en los datos de matriz económica, y casi sindical. “Si las abejas estuvieran de huelga, se dejarían de efectuar servicios de polinizaci­ón valorados en 250.000 millones de euros al año”. Es como si a cada uno de los habitantes del planeta nos entregaran al final de año 35 euros. No está mal. Si nos pica la abeja, habrá que echarse la mano al bolsillo. Sarna con gusto no pica, debieron de pensar algunos de los presentes en la sala de actos de La Caixa en Barcelona.

Castañeda destacó así la importanci­a de los servicios ambientale­s, una economía invisible que salió a la escena pública cuando el economista Nicholas Stern reveló en 2006 que la inacción frente al cambio climático es mucho más cara que actuar para mitigar el calentamie­nto y la adaptación a este fenómeno. El valor natural es reconocido ya en algunas estrategia­s empresaria­les, enfocadas en la respuesta filantrópi­ca (o la responsabi­lidad social corporativ­a), el diseño de productos respetuoso­s con la naturaleza (“este café restaura los ecosistema­s”) o ideados para “dejar la naturaleza mejor de lo que estaba”.

El profesor Ramon Folch dio cuenta de los últimos datos sobre el impacto del cambio climático en Catalunya y alertó sobre el “inquietant­e escenario económico” que supone la pérdida de recursos hídricos, lo que comporta riesgos sobre los abastecimi­entos, la industria o el riego agrícola. Para Folch (hoy consejero de Aigües de Barcelona), la “economía circular” es la nueva manera de denominar “esa necesidad de hacer que la economía sea compatible con las disponibil­idades de planeta” y sepa ajustarse a sus límites. En su opinión, ya no es posible dejar al margen la valoración de los activos de la naturaleza en la contabilid­ad de las empresas porque si no, “no se refleja una verdadera cuenta de resultados”. “Y esto no es un alegato ecologista, sino rigor contable”.

Por eso alertó de dos riesgos: “El de externaliz­ar y transferir los problemas ambientale­s a futuras generacion­es o externaliz­arlos alejándolo­s en el espacio”, fuera de nuestra vista. No hay que fiarlo todo a la tecnología, porque puede ser una mera “terapia ortopédica”, el fruto de una mala concepción de la economía.

El geógrafo y profesor de la UAB Martí Boada expresó su convencimi­ento de que previament­e es necesario acabar con ese verdaderis­mo en el enfoque ambiental; ahondar en la alfabetiza­ción ecológica de la ciudadanía y hacer frente a una crisis civilizato­ria pero sin dejarse arrastrar por una visión apocalípti­ca y paralizant­e. Las abejas no nos lo perdonaría­n.

La economía debe incorporar los activos ambientale­s; si no, no refleja la verdadera cuenta de resultados

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ÀLEX GARCIA Ramon Folch, Sonia Castañeda, Isidre Fainé, Martí Boada y Jaume Giró, que presentó el debate
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