¿Qué vale una abeja?
No hace mucho tiempo, se reunieron unos científicos e hicieron una encuesta entre ellos para determinar cuál era la especie viva más valiosa del planeta; es decir, la que resulta clave para la propia existencia humana. Y consideraron unánimemente que esa especie era la abeja. “Sin las abejas, en cuatro días desaparecería el hombre y en diez días desaparecería la vida”. Así lo expresó ayer Sonia Castañeda, directora de la Fundación Biodiversidad, ante un impresionado auditorio de hombres de negocios y finanzas reunidos en un debate organizado por el Cercle Financer de la Societat Econòmica d’Amics del País.
En su intento de ilustrar el valor de la biodiversidad, Castañeda abundó en los datos de matriz económica, y casi sindical. “Si las abejas estuvieran de huelga, se dejarían de efectuar servicios de polinización valorados en 250.000 millones de euros al año”. Es como si a cada uno de los habitantes del planeta nos entregaran al final de año 35 euros. No está mal. Si nos pica la abeja, habrá que echarse la mano al bolsillo. Sarna con gusto no pica, debieron de pensar algunos de los presentes en la sala de actos de La Caixa en Barcelona.
Castañeda destacó así la importancia de los servicios ambientales, una economía invisible que salió a la escena pública cuando el economista Nicholas Stern reveló en 2006 que la inacción frente al cambio climático es mucho más cara que actuar para mitigar el calentamiento y la adaptación a este fenómeno. El valor natural es reconocido ya en algunas estrategias empresariales, enfocadas en la respuesta filantrópica (o la responsabilidad social corporativa), el diseño de productos respetuosos con la naturaleza (“este café restaura los ecosistemas”) o ideados para “dejar la naturaleza mejor de lo que estaba”.
El profesor Ramon Folch dio cuenta de los últimos datos sobre el impacto del cambio climático en Catalunya y alertó sobre el “inquietante escenario económico” que supone la pérdida de recursos hídricos, lo que comporta riesgos sobre los abastecimientos, la industria o el riego agrícola. Para Folch (hoy consejero de Aigües de Barcelona), la “economía circular” es la nueva manera de denominar “esa necesidad de hacer que la economía sea compatible con las disponibilidades de planeta” y sepa ajustarse a sus límites. En su opinión, ya no es posible dejar al margen la valoración de los activos de la naturaleza en la contabilidad de las empresas porque si no, “no se refleja una verdadera cuenta de resultados”. “Y esto no es un alegato ecologista, sino rigor contable”.
Por eso alertó de dos riesgos: “El de externalizar y transferir los problemas ambientales a futuras generaciones o externalizarlos alejándolos en el espacio”, fuera de nuestra vista. No hay que fiarlo todo a la tecnología, porque puede ser una mera “terapia ortopédica”, el fruto de una mala concepción de la economía.
El geógrafo y profesor de la UAB Martí Boada expresó su convencimiento de que previamente es necesario acabar con ese verdaderismo en el enfoque ambiental; ahondar en la alfabetización ecológica de la ciudadanía y hacer frente a una crisis civilizatoria pero sin dejarse arrastrar por una visión apocalíptica y paralizante. Las abejas no nos lo perdonarían.
La economía debe incorporar los activos ambientales; si no, no refleja la verdadera cuenta de resultados