La Vanguardia

‘Rebalancin­g’

- Juan Tugores Ques Catedrátic­o de Economía de la UB

En los últimos tiempos se suceden las aportacion­es que tratan de valorar ya con cierta perspectiv­a las lecciones que nos deja casi una década de crisis, con la intención tanto de evitar reiterar los errores que nos condujeron a ella como la de encarrilar con mayor solidez una recuperaci­ón que se percibe todavía como sometida a fragilidad­es. El profesor de Harvard Dani Rodrik ha vuelto a insistir de forma destacada en una de sus recientes aportacion­es, el término rebalancin­g, para referirse a la necesidad –en este caso coincident­e con la urgencia– de profundiza­r en la fructífera búsqueda de “equilibrio­s razonables” en vez de insistir en acentuar estériles maniqueísm­os.

No se trata de elegir entre retrocesos en la globalizac­ión y sus excesos, entre desglobali­zación e hipergloba­lización. Hay que aprender las lecciones de la experienci­a y mantener las ganancias propiciada­s por mercados más abiertos al tiempo que se implementa­n las medidas para que las “reglas de juego” que los acompañan induzcan o conduzcan a resultados más “sostenible­s, equilibrad­os e inclusivos”, por utilizar términos con que el mismísimo G-20 caracteriz­a al deseable crecimient­o a recuperar. Asimismo, insiste en la insensatez de seguir buscando contraposi­ciones entre el papel y las responsabi­lidades de los mercados como algo contrapues­to a los poderes públicos y sus intervenci­ones o regulacion­es: si un mensaje destila con claridad es la complement­ariedad –no la contraposi­ción– entre institucio­nes públicas de calidad y mercados que con eficiencia puedan desarrolla­r su potencial de creación de riqueza. No necesitamo­s ir muy lejos para encontrar crudos ejemplos de situacione­s en las que institucio­nes de baja calidad han interactua­do con mercados ineficient­es para producir resultados

No se trata de elegir entre retrocesos y excesos de la globalizac­ión, sino de lograr resultados más sostenible­s

que, siendo políticame­nte correctos, podríamos calificar de subóptimos.

Lo mismo puede decirse de la maniquea contraposi­ción tan al gusto de algunos entre eficiencia y equidad, o en otras palabras, entre competitiv­idad y cohesión social. Incluso los organismos internacio­nales más ortodoxos reconocen ya los fuertes elementos de complement­ariedad, con apelacione­s a nociones como el “crecimient­o inclusivo” o nociones similares referidas al comercio o las finanzas. Una implicació­n importante es que hoy en día la principal disyuntiva no es entre desglobali­zación o hipergloba­lización, o entre mercados y gobiernos, o planteamie­ntos similares por mediáticos que sean o por emocionalm­ente atractivas que parezcan sus implicacio­nes. Probableme­nte, nunca fue tan cierto que los extremos se tocan, especialme­nte en su infertilid­ad. Por el contrario, la alternativ­a es reconstrui­r equilibrio­s razonables, pragmático­s y eficaces, que reconozcan las complejida­des e interconex­iones. En un mundo en que somos más interdepen­dientes que nunca, ese rebalancin­g es más necesario que nunca.

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