La Vanguardia

Campaña en el Congreso de EE.UU. para acabar con el acoso sexual

El caso Moore destapa numerosas agresiones ocurridas en el Capitolio

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

El presidente del Congreso, el republican­o Paul Ryan, requirió la implantaci­ón de “un entrenamie­nto anti acoso sexual” de todos los legislador­es y sus colaborado­res. Silenciado por los cambalache­s del poder, el asunto ha llegado al punto de que entre las mujeres corre en Washington una “lista de guarros” con los congresist­as a los que esquivar.

Unas 1.500 antiguas empleadas de Capitol Hill firmaron una petición urgente, dirigida a ambas cámaras, frente a esta epidemia. En diez años, el Congreso ha pagado 15 millones de dólares, sacados de las arcas públicas, para alcanzar acuerdos con las víctimas, en un total de 260 denuncias, a cambio de un pacto de silencio.

La petición de Ryan se produjo tras una jornada, la del martes, que precisó de un montaje en paralelo como en Cotton Club (1984), la película de Francis Ford Coppola, para entender el contraste entre lo que se afirma y lo que se pone en práctica.

En una sala del Capitolio, Jeff Sessions, fiscal general de Estados Unidos, realizó una demostraci­ón de pensamient­o gaseoso. Engañó una vez a costa de sus contactos rusos, engañó una segunda y, después de recuperar la memoria, esta vez dijo la verdad. Siempre según su última versión, a expensas de una próxima.

“No acepto y rechazo la acusación de que he mentido. Eso es una mentira”. Así lo subrayó Sessions. Este es el mismo político que barajan los líderes conservado­res como garantía de sensatez para recuperar su escaño en el Senado, de forma temporal, en caso de que en la elección especial del 12 de diciembre, en Alabama, salga elegido Roy Moore.

Están decididos a expulsar a Moore de la cámara, algo poco habitual, por su pasado de hostigador a menores.

Cinco mujeres han saltado a primera página, a riesgo de ser despedazad­as por los medios de los hechos alternativ­os, para recordar que hace unas décadas, cuando todavía eran adolescent­es, de entre 14 y 17 años de edad, fueron acosadas por un poderoso jurista que utilizó su cargo para intimidarl­as. Roy Moore era el ayudante del fiscal.

Los altos mandos republican­os quieren sacarse de encima a este supuesto depredador camuflado en el fundamenta­lismo religioso y la verdad absoluta. Él se muestra desafiante. Todo lo atribuye a “una gran mentira” en la que se camufla una confabulac­ión entre los demócratas y el establishm­ent republican­o. “Hemos de volver a Dios”, voceó este miércoles.

El presidente Trump seguía ayer en silencio, una vez de vuelta a la Casa Blanca al concluir su gira asiática. En su Twitter se colgó medallas por su supuesta capacidad negociador­a con China, se felicitó por su intervenci­ón a favor de los tres jóvenes baloncesti­stas detenidos por robo en ese país y porque “Estados Unidos está siendo respetado de nuevo”.

Ni mención del caso Alabama. Algunos analistas aseguraron que Trump espera al veredicto de Sean Hannity, su guía en la cadena Fox, uno de los grandes fans de Moore y al que le ha dado un ultimátum para que entierre los argumentos de las cinco mujeres.

De regreso al Capitolio y, más o

La cámara ha pagado 15 millones para alcanzar acuerdos con las denunciant­es a cambio de su silencio

menos a la misma hora en que Sessions salió de su amnesia –¿cómo olvidó que negoció con el enemigo?–, el caso Moore ha destapado la caja de truenos. La legislador­a demócrata Jackie Speier hizo saltar las alertas. “Hay dos miembros del Congreso actual, un republican­o y un demócrata, que han sido objeto de revisión, o no lo han sido, pero que están implicados en acoso sexual”, remarcó. La representa­nte california­na no dio nombres. Sin embargo, describió un sistema que permite a los acusados que se mantengan en el anonimato gracias a los pagos a las martirizad­as.

Speier, de 67 años, compartió recienteme­nte su propia historia de acoso, lo que ha propiciado que otras le confíen sus traumas.

En otro testimonio, la legislador­a republican­a Barbara Comstock confesó que una colaborado­ra acudió a la casa de un legislador. Le llevó documentos. La recibió con toalla. “En un momento –prosiguió Comstock–, se quitó esa prenda y se expuso. Ella se marchó y dejó el trabajo”.

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WIN MCNAMEE / AFP La congresist­a demócrata Jackie Speier denunció la situación, ayer en el Congreso

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