Alcohol, pobreza y clase
Tras una batalla legal que ha durado cinco años, Escocia ha impuesto un precio mínimo al alcohol
Escocia va a ser el primer país del mundo con un precio mínimo para el alcohol, tras recibir la bendición del Tribunal Supremo del Reino Unido. Una botella de vino o cuatro latas de cerveza no se podrán comprar en la tienda por menos de cinco euros y una botella de whisky por menos de 15. La medida, impulsada por el gobierno nacionalista y aprobada por el parlamento de Holyrood hace ya un quinquenio, pero cuestionada por el lobby de la bebida, tiene por objeto combatir un grave problema de alcoholismo.
Los escoceses beben por término medio un 20% más que los ingleses y galeses, son los europeos más obesos y con más cáncer de hígado, por culpa de una dieta espantosa a base de grasas saturadas y verduras congeladas que han perdido todas las vitaminas, y a la que el tomate, la lechuga, las frutas o el pescado son completamente ajenos. Y todo ello, regado no por un Chateaux Mouton-Roschild del 78, sino por sidra con elevado contenido alcohólico o vodka barato. ¿Po qué al norte de la muralla de Adriano se come y se bebe tan mal? (no es que el sur esté entregado a la dieta mediterránea, pero...).
Diversos estudios sociológicos sugieren que los hábitos alimentarios son una cuestión de clase en el más clasista de los países. Así como en Grecia o Italia pedir una pizza por teléfono es una costumbre de clase media para no cocinar en casa, pero en las comunidades rurales y de clase trabajadora se sigue esperando una comida tradicional, en Gran Bretaña (y Escocia) son por abrumadora mayoría los pobres quienes se refugian en el fish and chips, las barritas de chocolate y los six packs de cerveza. “Tiene mucho que ver con la industrialización y el traslado de masas de gente sin recursos del campo a la ciudad. Los guetos de viviendas subvencionadas de Glasgow, muchos de cuyos habitantes carecen de coche y adonde no llega el transporte público, no tienen un supermercado, una frutería, carnicería o pescadería a kilómetros de distancia. También con el desempleo, la depresión y el hecho de que antiguamente el agua estuviera llena de bacterias y fuera un peligro”, dice Peter Bennie, del Colegio de Médicos.
En la actualidad el coste medio de una unidad de alcohol (un vaso de vino o media pinta de cerveza) es de 52 peniques, con lo que el precio mínimo de 50 tampoco va a causar una revolución. En los pubs o restaurantes ni se va a notar, porque el alcohol es sustancialmente más caro que eso. Pero sí en las tiendas de los barrios deprimidos que ofrecen bebida low cost.
El Gobierno escocés del SNP lleva tiempo tomando medidas para combatir el problema, como restricciones a la publicidad y un límite para conducir bajo los efectos del alcohol mucho más bajo que en el del resto del Reino Unido. El alcoholismo, según estadísticas oficiales, es responsable de la muerte de 22 personas a la semana, de 35.000 ingresos anuales en el hospital, de un 54% de los crímenes, del consumo de drogas y el absentismo laboral. Se calcula que, al margen de las tragedias personales, cuesta al país unos 4.000 millones de euros al año.
El lobby del whisky llevó el tema a los tribunales europeos –que se lo devolvieron a los británicos–, con el argumento de que la imposición de un precio mínimo constituye una “restricción al libre comercio”. “Era un paso necesario para mejorar la salud pública”, declaró la primera ministra Nicola Sturgeon.
Escocia tiene restaurantes de estrella Michelin, pero la inmensa mayoría no se los puede permitir. La dieta es tan pésima que la expectativa de vida en barrios de clase trabajadora de Glasgow es de las más bajas de Europa, catorce años menos que en Londres, lo mismo para hombres que para mujeres. También se fuma mucho más y se hace menos ejercicio. Uno de cada cuatro escoceses es obeso. “Los alimentos se industrializaron al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando el gobierno fomentó las latas como una alternativa barata para que nadie pasara hambre”, explica Franc Roddam, creador de Master Chef.
En las costas escocesas se captura un montón de pescado y marisco, que se mete directamente en camiones con destino a Francia y España. Los nativos prefieren las barritas de Mars o Snickers con un vaso de vodka.
La expectativa de vida en un barrio pobre de Glasgow es catorce años más baja que en Londres