La lección
Demoledor. Carlos Alsina hizo ayer en Onda Cero un ejercicio de memoria casi asesino: puso en antena los testimonios de los políticos catalanes que estos días se metieron en los ejercicios espirituales de la autocrítica y los comparó con testimonios de los mismos políticos hace unos meses o unos pocos años. Debo advertir que esa prueba tampoco la resistiría probablemente ningún otro político del ámbito estatal o autonómico, pero es que esas grabaciones de independentistas son una antología del engaño, de la fantasía ideológica o de la ingenuidad, según el grado de dureza crítica que se les quiera aplicar.
Y así ocurre que donde algunos cargos públicos confiesan hoy que la independencia falló porque no tenía público suficiente, hace nada veían una mayoría indiscutible. Quienes hoy reconocen que no había el menor respaldo internacional, hace nada predicaban el inmenso respaldo internacional que estaban cosechando. Quienes hoy admiten que no era pensable que la Unión Europea respaldase la secesión, hace nada preguntaban cómo la Unión Europea iba a prescindir de Catalunya. Y quienes hoy no pueden negar los efectos económicos de su aventura, hace nada prometían una economía fastuosa y una larga fila de empresas dispuestas a instalarse en la Catalunya “lliure i sobirana”.
Ignoro qué imagen dejan estas rectificaciones en la opinión pública catalana. En la española no es buena, por mucho
La creación de un Estado nuevo se quiso montar con abundantes dosis de frivolidad y demagogia
que se revistan con el honroso traje de la honestidad en la confesión de errores. Y no es buena porque transmiten que hubo improvisación y faltó realismo en la planificación de la hoja de ruta. Algo tan serio como la creación de un Estado nuevo se quiso montar con abundantes dosis de frivolidad, demagogia, ausencia de datos o falta de conocimiento de la realidad. Se entiende que una parte de la sociedad catalana tiene que sentirse engañada. Se cree que las referencias a la violencia del Estado son una pura disculpa para disimular el fracaso. Y se piensa que menos mal que se detuvo el proceso porque, si se hubiese consumado, Catalunya estaría en este momento ante el abismo del desastre. Económico y social.
Esos son los sentimientos y opiniones que este cronista recoge en la calle de Madrid y que cualquier lector de periódicos puede percibir. A lo mejor tiene algo positivo en Catalunya: para la próxima intentona de crear, por fin, la república catalana, los promotores ya saben a qué atenerse. Ya saben que saltarse la ley es topar con la justicia y el 155. Ya saben que el dinero es muy sensible ante cualquier síntoma de inestabilidad. Ya saben que la Unión Europea no quiere oír hablar de ruptura de los estados miembros. Y ya saben sobre todo cuál es la barrera que hay que superar. Es la barrera de un número: el 50 por ciento de los votos populares. Siempre habrá el inconveniente de la legalidad y la vía unilateral. Pero por debajo de ese porcentaje falla también la legitimidad.