La Vanguardia

La lección

- Fernando Ónega

Demoledor. Carlos Alsina hizo ayer en Onda Cero un ejercicio de memoria casi asesino: puso en antena los testimonio­s de los políticos catalanes que estos días se metieron en los ejercicios espiritual­es de la autocrític­a y los comparó con testimonio­s de los mismos políticos hace unos meses o unos pocos años. Debo advertir que esa prueba tampoco la resistiría probableme­nte ningún otro político del ámbito estatal o autonómico, pero es que esas grabacione­s de independen­tistas son una antología del engaño, de la fantasía ideológica o de la ingenuidad, según el grado de dureza crítica que se les quiera aplicar.

Y así ocurre que donde algunos cargos públicos confiesan hoy que la independen­cia falló porque no tenía público suficiente, hace nada veían una mayoría indiscutib­le. Quienes hoy reconocen que no había el menor respaldo internacio­nal, hace nada predicaban el inmenso respaldo internacio­nal que estaban cosechando. Quienes hoy admiten que no era pensable que la Unión Europea respaldase la secesión, hace nada preguntaba­n cómo la Unión Europea iba a prescindir de Catalunya. Y quienes hoy no pueden negar los efectos económicos de su aventura, hace nada prometían una economía fastuosa y una larga fila de empresas dispuestas a instalarse en la Catalunya “lliure i sobirana”.

Ignoro qué imagen dejan estas rectificac­iones en la opinión pública catalana. En la española no es buena, por mucho

La creación de un Estado nuevo se quiso montar con abundantes dosis de frivolidad y demagogia

que se revistan con el honroso traje de la honestidad en la confesión de errores. Y no es buena porque transmiten que hubo improvisac­ión y faltó realismo en la planificac­ión de la hoja de ruta. Algo tan serio como la creación de un Estado nuevo se quiso montar con abundantes dosis de frivolidad, demagogia, ausencia de datos o falta de conocimien­to de la realidad. Se entiende que una parte de la sociedad catalana tiene que sentirse engañada. Se cree que las referencia­s a la violencia del Estado son una pura disculpa para disimular el fracaso. Y se piensa que menos mal que se detuvo el proceso porque, si se hubiese consumado, Catalunya estaría en este momento ante el abismo del desastre. Económico y social.

Esos son los sentimient­os y opiniones que este cronista recoge en la calle de Madrid y que cualquier lector de periódicos puede percibir. A lo mejor tiene algo positivo en Catalunya: para la próxima intentona de crear, por fin, la república catalana, los promotores ya saben a qué atenerse. Ya saben que saltarse la ley es topar con la justicia y el 155. Ya saben que el dinero es muy sensible ante cualquier síntoma de inestabili­dad. Ya saben que la Unión Europea no quiere oír hablar de ruptura de los estados miembros. Y ya saben sobre todo cuál es la barrera que hay que superar. Es la barrera de un número: el 50 por ciento de los votos populares. Siempre habrá el inconvenie­nte de la legalidad y la vía unilateral. Pero por debajo de ese porcentaje falla también la legitimida­d.

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