Barcelona y el turismo perdido
LOS datos son “muy preocupantes”, advirtió ayer el presidente del Gremi d’Hotels de Barcelona, Jordi Clos. Y lo son. Un descenso de 7 puntos en la ocupación de octubre, caída de la facturación del orden del 13%, bajada del 40% de las reservas para Fin de Año y unas previsiones menos optimistas para el 2018, tal y como apunta el bajo ritmo de reservas, especialmente en el llamado turismo de negocios, al que no será ajeno el traslado de más de dos mil sedes sociales de empresas catalanas.
Hace apenas cuatro meses, la ciudad filosofaba sobre el turismo y se veía con el poderío suficiente para aspirar a un modelo a la carta, inexistente en las grandes mecas turísticas que, en general y salvo Venecia, perciben el turismo como una bendición económica. De forma vertiginosa y encadenada, Barcelona ha sufrido numerosos reveses en estos últimos cuatro meses. Las imágenes de colas en los controles del aeropuerto de El Prat –subsanadas con celeridad, todo sea dicho–, el atentado de agosto en la Rambla, las sucesivas manifestaciones políticas en las arterias principales –con el consiguiente problema de movilidad para muchos turistas–, la actuación policial el 1 de octubre contra ciudadanos pacíficos y un debate público en el que algunos transmiten la idea de que el franquismo ha vuelto o de que Catalunya es una región inestable. No hace falta decir que ninguno de estos hechos favorece –ni aquí ni en China– el flujo de visitantes.
Barcelona había olvidado que tiene competencia y es una competencia global. Sus atractivos son grandes, su ubicación es ideal y su patrimonio es rico en muchos aspectos. Pero también existen las modas y no hay que dar por descontado que la actividad turística esté garantizada por los siglos de los siglos, como podría deducirse de un discurso ciudadano algo despreciativo –incluso desde partidos con responsabilidad institucional– respecto del turismo.
El cambio de perspectiva sobre el turismo en esta coyuntura puede contribuir a la reacción. Barcelona en particular, y Catalunya en general, deberían tener en cuenta la importancia del sector y, en consecuencia, cuidarlo o, al menos, no arrojarle piedras mediante imágenes, declaraciones y manifestaciones no autorizadas que han llegado y llegan a todo el mundo, con el riesgo de que Barcelona pueda parecer un destino inseguro o impredecible. Es evidente que las cifras espectaculares del turismo en toda España de los últimos años se deben también a los temores asociados a otros destinos de la cuenca mediterránea.
Paralelamente, tal y como pidió ayer el presidente del Gremi d’Hotels, Jordi Clos, es oportuno aumentar el presupuesto para la promoción turística, en especial del sector de negocios. Barcelona tiene que esmerarse en conservar los congresos profesionales y las ferias que proyectan imagen, atraen visitantes con bolsillo y han situado la ciudad entre las primeras de Europa. Y, ahora más que nunca, ser ambiciosos y no renunciar a captar aquellos que todavía no han apostado por Barcelona.
Las cifras invitan a la reflexión desde la serenidad que dan unos porcentajes de ocupación hotelera aún positivos. Es hora de recuperar la sensibilidad hacia el turismo, que empieza por el sentido común, y transmitir al mundo que los encantos y la convivencia en Barcelona se mantienen. Y recordar que nada está garantizado de por vida, y menos en la aldea global.