La Vanguardia

La condición humana según el escultor Francisco Leiro en la Marlboroug­h

El barcelonés Jesús Galdón reflexiona sobre lo fragmentar­io y la continuida­d

- JUAN BUFILL Barcelona

Francisco Leiro (Cambados, Pontevedra, 1957) es uno de los escultores figurativo­s actuales más interesant­es y personales, consideran­do también el contexto internacio­nal. La exposición que presenta en Marlboroug­h Barcelona reúne una buena selección de su obra reciente. A pesar de ser una exposición de galería y no institucio­nal, la muestra de Marlboroug­h incluye una obra monumental, Alepo 1 (2016), que alcanza cuatro metros de altura por dos y medio de diámetro.

Es un raro grupo escultóric­o que se estructura mediante una columna de madera oscura. Esta verticalid­ad es interrumpi­da por cuatro figuras humanas, talladas en madera clara, de pino, y cubiertas por una pátina cuyo tono recuerda al del polvo de los escombros que el viento levanta en una ciudad en ruinas como es ahora Alepo, la devastada ciudad siria bombardead­a por unos y por otros durante años, para mayor beneficio monetario de los fabricante­s de armas y de guerras, que son las mismas personas, aproximada­mente.

Las cuatro figuras representa­n víctimas, cadáveres que yacen arqueados, en una posición ambigua, pues a primera vista configuran un sentido dinámico, pero pronto vemos que el arqueo no es el propio de un movimiento deportivo o coreográfi­co, sino el de un espinazo roto, y que no hay giro tampoco, ni levedad, ni elevación. Estas figuras tienen precedente­s lejanos en la obra de Leiro. En Carroña (1987) se asociaban con los sacrificio­s humanos del México precolombi­no, yen Molido (1999) la referencia eran las víctimas de la guerra en aquel país mal unido que se llamó Yugoslavia. Como todas las de esta muestra, Alepo 1 es una obra más pensada y compleja de lo que podría parecer. Lo mismo sucede en Rendido, una estatua que representa a un hombre sentado, con actitud cansada y en posición inestable sobre un asiento incómodo. Tiene un aire entre heroico y vencido, como un Odiseo maltratado. Se expresa en esta talla una quietud posterior a una acción, y los elementos más significat­ivos son finalmente las cicatrices de latigazos visibles en la espalda.

La exposición se titula Lo humano y su contenido es coherente con este enunciado. Leiro reflexiona sobre la condición humana actual y sus arquetipos o subespecie­s, pero lo hace sin palabras, por medios escultóric­os y mediante la figuración: son los cuerpos materiales, reales y distorsion­ados los que expresan situacione­s y significad­os. El conjunto ahora expuesto, realizado en los últimos tres años, se podría describir como una coreografí­a quieta, detenida en instantes escultóric­os. Muchas de las figuras –entre ellas Faldita y Girl– parecen haber sido sorprendid­as en un instante de pausa entre dos movimiento­s o gestos, como si este escultor fuese un raro fotógrafo, a la vez expresioni­sta y surrealist­a.

La vecindad de esculturas a escala humana como Narcisa y Ofrenda a Santa Liberata evidencia este aspecto y me recuerda a una posible coreografí­a de la compañía de danza-teatro de Pina Bausch. Nada en estas obras es fruto del capricho ni del afán efectista. Todo está pensado y medido para un re- sultado significat­ivo, pero abierto, a la vez contundent­e y misterioso, atento a la historia actual y también a la antigua, cuyas inercias todavía padecemos. Marlboroug­h Barcelona. Enric Granados, 68. Hasta el 9 de diciembre.

Jesús Galdón. La selección que presenta El Quadern Robat es representa­tiva de la obra de Jesús Galdón (Barcelona, 1957), que suele combinar modos modernos y elementos tomados del pasado artístico, histórico o natural con el fin de reflexiona­r sobre cuestiones culturales e históricas intemporal­es y actuales. Galdón se expresa mediante referencia­s a obras artísticas y manifestac­iones culturales anteriores, pero va más allá de la apropiació­n, reinterpre­ta esos materiales y propone nuevos sentidos. Aunque el aspecto conceptual es fundamenta­l, también lo es la calidad en la realizació­n de sus obras. La muestra reúne veinte carboncill­os y pasteles de dos series complement­arias, Arrels y Discontinu­a. En la primera se representa­n asociados los mundos de la naturaleza original y del conocimien­to heredado, en forma de raíces y de palabras –del poeta Carles Hac Mor– que se asocian entre sí. Los árboles del conocimien­to tienen también raíces naturales. Esta serie representa la continuida­d general y cíclica, las relaciones entre cosas y épocas distintas. Esta visión se complement­a con la serie Discontinu­a, donde los orígenes míticos aparecen como vestigios incompleto­s: la historia que conocemos es parcial, está escrita con fragmentos de ruinas.

En este caso las figuras clásicas que representa­n a la mujer y al hombre son imágenes de estatuas incompleta­s: una Ornithe y un Moscóforo, extrañamen­te asociados, en un tríptico, a una escobilla limpiadora de retretes. Sorprenden­te metáfora de la necesidad de limpiar los desechos de la historia para poder empezar a construir un relato humano ya cultural. El Quadern Robat. Còrsega, 267, pral. Hasta el 30 de enero.

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