Estrellas que brillan

NO pasa el país por sus mejores días. Cuando no son empresas que se van, resultan agencias que no vienen. Pero, de repente, sin que nadie lo espere, se produce una pequeña alegría. Una golondrina no hace verano, si bien permite percibir que el tiempo mejora. Anoche se supo que el restaurante Abac obtuvo su tercera estrella Michelin (el año pasado la consiguió el restaurante Lasarte), mientras Dos Cielos y Disfrutar lograron la segunda. La cosecha barcelonesa de estrellas reconoce la solidez de una cocina de vanguardia, pero con unas raíces ancestrales. Son pocas las grandes urbes europeas que puedan presumir de tener dos restaurantes con la más alta puntuación de la guía roja. De hecho, hace dos años, no había ninguno. Los críticos de la prestigiosa guía han prescindido de cualquier otra consideración que no sea la buena comida para reconocer a Barcelona como una de las ciudades que sobresalen sobre el resto por su gastronomía.

En la capital catalana se ha comido siempre aceptablemente bien, incluso en los peores momentos. Ignasi Domènech (1874-1956), tan buen cocinero como escritor, se atrevió a escribir una obra titulada Cocina de recursos, que se publicó inmediatamente después de la guerra, en 1941, cuando no había casi nada que llevarse a la boca. Domènech fue capaz de redactar un dietario con almuerzos y cenas en tabernas humildes y buenos restaurantes con más habilidades que alimentos, que representa un homenaje al talento en tiempos de miseria. Contrasta su lectura con los menús inacabables y sofisticados de nuestros días, que premia Michelin. Pero que son la demostración de que la gastronomía no surge por generación espontánea, sino que es el resultado de una historia que viene de lejos. Y que configura un pueblo. Como escribió Josep Pla:

“Siempre he creído que la mesa es un elemento decisivo de sociabilidad y tolerancia”. Y ahora, con el firmamento estrellado.