La Vanguardia

Ni por un cóctel del barman Isaac

- Quim Monzó

Hay dos cosas que moriré sin haber hecho nunca. Una es esquiar. Probableme­nte me equivoco, pero no le veo la gracia a eso de deslizarse por una pista de nieve tras haber subido en el telesilla para, simplement­e, una vez abajo volver a hacer cola en el telesilla y subir, y volver a bajar. Claro que podría ir al bar –en todas las estaciones de esquí hay bares confortabl­es, a veces con una chimenea encendida– y tomar un Cacaolat caliente luciendo los descansos, que te hacen parecer un experto en la materia.

La otra cosa que no haré nunca es un viaje en crucero. No sólo porque quizá tendría que tomar Biodramina para evitar el mareo sino por la angustia –no sé si se puede llamar claustrofo­bia– de no poder irme del lugar cuando me apetezca. No puedes coger un bote de emergencia, lanzarlo al mar y alejarte de todo ese gentío que se lo pasa la mar de bien con cenas y fiestas mientras tú te preguntas por qué se te ocurrió apuntarte. En materia de cruceros mi referente es Vacaciones en el mar, aquella teleserie de los setenta y los ochenta donde te los pintaban como el paraíso, con un capitán, un médico, una relaciones públicas y un barman siempre hipócritam­ente sonrientes y que, quizá por eso, me parecían insoportab­les.

Antes a los cruceros iban personas de edad avanzada, jubilados en muchos casos. Pero la cosa ha cambiado y ahora la media de los que viajan tienen cuarenta años, más o menos. Y como muchos van en pareja y se hace difícil ligar en el mismo barco (aunque conozco casos que lo han conseguido), a una empresa se le ocurrió montar cruceros exclusivam­ente para solteros, eso que ahora llaman singles. Así es fácil consumar ahí mismo. Ahora hay muchas. Una de ellas es Solteros de Viaje, que se presenta como “la primera agencia de viajes española para singles”. La semana pasada se metió en un berenjenal. Hizo pública una nota en la que decía: “Acogiéndon­os a nuestro ‘derecho de admisión’, siempre buscando el bien de la mayoría y que el ambiente durante un crucero no se vea amenazado, hasta que la situación política y social en Catalunya no se normalice hemos decidido únicamente aceptar personas de esta comunidad que firmen un documento donde manifieste­n que no comparten ideas separatist­as”. El problema es que eso que piden no tiene nada que ver con el derecho de admisión y, según no sé qué artículo de la Constituci­ón española (¡ja!), “no se puede obligar a nadie a declarar su ideología, religión o creencias”. Ante la avalancha de reproches que les han caído encima por parte de sus clientes –catalanes y no catalanes– han tenido que dar marcha atrás. Ahora dicen que, simplement­e, pedirán a los clientes que manifieste­n “de forma voluntaria” que no comparten “las ideas del separatism­o”. Para dejar del todo clara su postura, el próximo viaje para solteros que monten deberían hacerlo en el Moby Dada, el barco de cruceros de la compañía Moby Lines que durante un montón de semanas alojó a antidistur­bios en el puerto de Barcelona, en compañía del querido Piolín. Así no habría duda ninguna de quién es bienvenido y quién no.

Es una decisión irrevocabl­e: pienso morirme sin haber puesto nunca los pies en un crucero

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