La Vanguardia

Los turcos

- Pilar Rahola

No siempre, pero a veces llega. Y aunque no devolverá la voz, ni la mirada, ni los sueños a miles de cuerpos rotos, puede que les alcance algo de paz. “Desgraciad­a la generación cuyos jueces merecen ser juzgados”, asegura sabiamente el Talmud, y es cierto porque la justicia es el último bastión de la víctima, incluso más allá de la muerte.

No siempre llega, pues, pero finalmente ha llegado para las miles de personas que murieron en el asedio de Sarajevo y también para las miles asesinadas en la masacre de Srebrenica. Ratko Mladic, el famoso carnicero de Srebrenica, había sido el todopodero­so jefe del Estado Mayor serbio en los tiempos de Radovan Karadzic, y fue un aplicado ejecutor de la limpieza étnica de miles de musulmanes (“los turcos”, escribía en las libretitas donde apuntaba sus hazañas), a los que desplazó, amontonó en campos improvisad­os, asesinó y después tiró en fosas comunas. En 1996 fue acusado de genocidio (el asesinato en masa más importante desde la Segunda Guerra Mundial) por el Tribunal Penal Internacio­nal de La Haya, que intentó capturarlo durante quince años. La sospecha de estar bajo protección del Gobierno serbio llevó a la UE a exigir su captura si Serbia quería entrar

Las miradas huecas de los niños: era un paisaje de tristeza tan profunda que abarcaba océanos

en la Unión. Finalmente, en el 2011, fue capturado y 22 años después de haber perpetrado sus brutales matanzas ha sido condenado a cadena perpetua.

Este asesino despiadado, pues, que llevó a la muerte planificad­a a miles de personas, pasará el resto de su vida tras las rejas. Mi posición contraria a la pena de muerte no imagina otra sentencia, pero es honesto reconocer que sabe a poco. ¿Privación de libertad? No hay otra opción, pero al recordar sus crímenes… En el asedio a Sarajevo dijo, según grabación del tribunal, que no había apenas serbios, y ordenó a la artillería disparar incansable­mente. Los muertos superaron los diez mil, 1.500 de ellos niños. En Srebrenica la masacre fue más personaliz­ada. Más de 40.000 musulmanes, que habían huido de sus pueblos, estaban refugiados en la ciudad, y el ejército de Mladic con el apoyo de paramilita­res (los temibles chetniks) separaron a miles de hombres de las mujeres y niños y los amontonaro­n en camiones. Después perpetraro­n el asesinato en masa de 8.100 personas y lo hicieron con tal dedicación que, según un testigo protegido, llegaron a utilizar granadas en las fosas para matar con más rapidez. Mladic supervisab­a personalme­nte los asesinatos y gustaba de rematar a las personas que aún estaban con vida.

El artículo llega al final tan asqueado como quien esto escribe.

Estuve en Bosnia durante y después de la guerra y siempre recordaré las miradas huecas de los niños que habían sobrevivid­o al horror. Era un paisaje de tristeza infinita, tan profunda, que abarcaba océanos. Nunca se cerrará su dolor, pero al menos se ha encerrado al criminal que lo causó. ¿Es suficiente? Como mínimo, es.

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