La Vanguardia

La Fura brinda la luna a Wagner

El impactante ‘Tristán e Isolda’ de Àlex Ollé llega al Liceu con Pons e Iréne Theorin

- MARICEL CHAVARRÍA Barcelona

Existe, y de eso no hay duda, una Barcelona wagneriana deudora de una tradición liceísta de aquellos tiempos en que el teatro de la Rambla estrenaba con frenesí toda nueva ópera del autor de Tristán e Isolda yEla nillo del nibelungo. Una Barcelona a la que hoy se acusa de resultar poco comercial, pues a duras penas llena la sala del Gran Teatre al nivel que exige la economía derivada de la crisis.

Pues bien, aquí está el ingredient­e comercial que hacía falta para que siete funciones de Tristán e Isolda –del 28 de noviembre al 15 de diciembre– atraigan al público que merece el título, incluso a gente joven: se trata del espectacul­ar montaje que Àlex Ollé, de La Fura dels Baus, le brinda a Wagner en ese homenaje que el compositor le hizo al amor. Una ópera con la que revolucion­ó las normas armónicas y la música tonal, en palabras del director musical del Liceu.

Josep Pons llega a la pausa del ensayo –el tercero en sala con orquesta– con la camiseta y los tejanos completame­nte empapados. “Mira, toca”, bromea. La partitura –que llega algo recortada en el monólogo de amor de Tristán– no exige menos. Una entrega total por parte de los músicos, el director, el equipo técnico y de dirección de escena... y de un reparto encabezado por la sueca Iréne Theorin, soprano mayúscula, a la que acompañan el tenor Stefan Vinke, además de Albert Dohmen en el papel de Marke, Greer Grimsley (Kurwenal) o Sarah Connoly (Brangäne).

Sobre sus cabezas, en escena, se halla suspendida la gigantesca escenograf­ía que Alfons Flores diseñó para esta producción de la Ópera de Lyón, el primer encargo de esta plaza que recibió Ollé –“me recomendó Gerard Mortier”, recuerda– y que se estrenó hace seis años. Se trata de una semiesfera de hierro que pesa 4,7 toneladas y que se convierte en el centro del universo simbólico del montaje.

“Esas arrugas no deberían verse. Se trata de un casquete y ahora parece un globo”, señala Flores al técnico de la sala, para que corrija la inclinació­n de la inmensa bola. “Esta bola hace un viaje extraordin­ario –dice–: de entrada es la luna que ven Tristán e Isolda en la bartortura­da ca, el lugar soñado al que quieren llegar, pero en el segundo acto, cuando han llegado, bascula y se transforma en un lugar no tan maravillos­o, el castillo del rey Marke, lleno de escaleras por donde mirar sin ser visto. Para en el tercer acto acabar como un espacio residual, una losa que carga el personaje de Tristán”, explica el escenógraf­o.

Ollé y su ayudante de dirección, Valentina Carrasco, prueban desde la platea las diferentes proyeccion­es elípticas que convierten la bola en una auténtica luna, con sus sombras y sus cráteres. Y también ese mar en 3D que va variando a medida que el atardecer rojizo deja paso a la noche, cuando pasa a ser un mar plateado.

“La producción se apoya en la capacidad expresiva, algo que ya está en la naturaleza de la obra”, apunta Carrasco. “Es un trabajo de mucha interioriz­ación, pues hay una constante transición emocional y muy poca acción teatral”. Las videoproye­cciones de Franc Aleu potencian el simbolismo, como la iluminació­n de Urs Schönebaum o el vestuario de Josep Abril. Un trabajo multidisci­plinar que entronca con la idea de “obra de arte total” del propio Wagner.

“El argumento se explica muy brevemente –conviene Ollé–: dos personajes antagonist­as que acaban siendo protagonis­tas de una historia de amor. Un amor que se produce a partir de un filtro mágico, una droga, que anula sus voluntades y los lleva a un amor místico y espiritual, porque de carnal poca cosa tiene”. “Es una obra –añade– cuya expresión emocional está más en la música que en el texto o el argumento. Había que huir de lo descriptiv­o. El montaje es potente porque es estático, no distrae. Y en este sentido juega a favor de los sentimient­os y todo lo que les ocurre por dentro a los protagonis­tas. Tienes que dar valor a la música y a un trabajo de interioriz­ación de los cantantes, como hizo Heiner Müller, autor de uno de los Tristanes más reconocido­s, y que juega mucho al estatismo. Los demás montajes nunca han funcionado”.

Ollé, autor también del montaje de Quartett que tanto éxito tuvo en el Liceu y que devolvió la fe en la capacidad de atracción de las óperas de nuevo cuño, no se resigna a no hacer una llamada a la juventud. “Estaría muy bien que el Liceu utilizara un ensayo general como se utiliza en otras plazas como París o Roma para atraer a menores de 28 años con entradas a cinco o diez euros”. La Fura tendría sin duda ese efecto llamada, el resto lo haría el veneno wagneriano. “Fue emocionant­e ver en Roma a tres mil chavales puestos en pie al final de Il trovatore”, recuerda.

Ahí queda eso. Como queda la posibilida­d de que el coso lírico barcelonés se sume a la producción de un Frankenste­in de nuevo cuño que tiene Ollé entre manos.

“El montaje es potente porque es estático, no distrae, juega a favor de los sentimient­os de los protagonis­tas”

 ?? XAVIER CERVERA ?? El maestro Josep Pons, la soprano Iréne Theorin y el furero Àlex Ollé durante los ensayos en el Liceu, bajo la escenograf­ía de Alfons Flores, una semiesfera de hierro de 4,7 toneladas
XAVIER CERVERA El maestro Josep Pons, la soprano Iréne Theorin y el furero Àlex Ollé durante los ensayos en el Liceu, bajo la escenograf­ía de Alfons Flores, una semiesfera de hierro de 4,7 toneladas

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