Armenia, un país en la encrucijada
Situado en los precipicios entre Europa y Asia, Armenia es un concurrido museo al aire libre lleno de historia y tragedia, pero también es una pista de paisajes abrumadores salpicados de monasterios medievales. Encaramado sobre Turquía e Irán, este país habitado por menos de tres millones de personas descansa bajo la influencia de Georgia, pero, sobre todo, vive abrazado por una circundante frontera con Azerbaiyán, todo ello en escasos 30.000 kilómetros cuadrados, que se recorren de norte a sur en menos de diez horas, y de este a oeste en menos de tres.
Las montañas son un rasgo decisivo de este suspiro en la encrucijada, ya que casi la mitad de su superficie son elevaciones del terreno a más de dos mil metros, dando lugar a una sorprendente riqueza en lo que a zonas climáticas se refiere. Esto permite al viajero más valiente adentrarse en su seno de la mano de deportes de riesgo, como parapente y trekking, pero también con mayor serenidad de la mano del esquí, senderismo y observación de aves. Bosques y lagos llenan su paisaje como un lienzo místico de colores, sobre todo aquellos aportados por atardeceres de impacto sobre las laderas arrugadas de los montes. Puestas de sol rugientes, pajizas y rosáceas juegan con los ojos de un turista atrapado por sorpresa bajo un cielo de transitadas nubes.
EL LAGO TRANQUILO
En esta lucha de los elementos, ocupa una superficie nada desdeñable el gran lago azul Sevan, que en el corazón del país ostenta el título de una de las balsas a mayor altitud del mundo, y da a sus habitantes la ilusoria presencia de un mar en el continente. No en vano, el lago Sevan es una parada en el camino para pasar el día y dejarse seducir por sus actividades acuáticas. Y, como no podía ser de otro modo en Armenia, también este lago tiene un monasterio, el de Hayravank, resistiendo en los bordes fronterizos de la cristiandad.
En realidad, los monasterios habitan a lo largo y ancho del país, proclamando a gritos que Armenia fue el primer país cristiano tras adoptar esta religión su soberano en el año 301 d. C. Estas pequeñas iglesias pueblan los confines de una nación mística, y lo hacen bajo formas muy dispares. Por ejemplo, en la ciudad de esquí Tsaghkadzor, el monasterio de Kecharis fue un importante centro religioso y educativo armenio, actualmente restaurado para su visita y visible desde las pistas de esquí, mientras que el monasterio de Tatev, al que se llega por teleférico, atestigua su centralidad cultural, ya que en él vivían filósofos, músicos, pintores, calígrafos y monjes.
En un desfiladero y medio en ruinas, Havuts Tar (al que se accede en una excursión de una hora a pie) reivindica su papel eminentemente religioso de la Armenia medieval, pese a haber sido destruido por un terremoto en 1679 y posteriormente reconstruido. Pero el monasterio más destacado es el de Geghard, catalogado Patrimonio de la Humanidad y tallado en la roca del desfiladero del río Azat. Sea como sea, las historias y leyendas que resuenan en los muros de estos monasterios aún hoy pueden escucharse con la brisa que entra por sus ventanales.
UNA CAPITAL DE CONTRASTES
Pero Armenia no es solo un país anclado en el pasado, y así lo ponen de manifiesto los contrastes y tensiones estéticas de su capital, Ereván, en la que conviven establecimientos europeos de refinada gastronomía con tabernas y barbacoas de lo más rústico, así como estilismos occidentales con reminiscencias tradicionales. No hay que perder detalle de todo ello desde la emblemática plaza Republic Square, alma de la ciudad, con una bella y sorprendente fuente a la que acuden locales y turistas sin distinción. Rodeada de edificios gubernamentales, de esta plaza salen todas las avenidas principales de la ciudad, además de encontrarse ella el Museo Nacional, con una colección extraordinaria de la Edad de Bronce. No obstante, de entre las mayores atracciones de Ereván se encuentra el Armenian Genocide Museum, teñido del dolor y la barbarie a la que fueron sometidas las víctimas del genocidio armenio, pero también inundado de la fuerza de su resurgimiento. En los pasillos de este museo, el visitante se topará de bruces con la historia de deportaciones forzosas y exterminio de más de un millón de civiles armenios por parte del Imperio otomano entre 1915 y 1923. Pero este espacio no es el único en el que se respira la historia; también está presente en el Instituto Mashtóts de investigación sobre los manuscritos antiguos, que custodia manuales llenos de curiosidades de todas las épocas.
CIUDADES CON ENCANTO
La segunda ciudad, Gyumri, es una parada en los principales caminos hacia Georgia. Tras quedar casi nivelada en el terremoto que asoló el país en 1988, se encuentra en reconstrucción, y cuenta con un animado mercado que abastece los tradicionales y famosos guisos de la ciudad. También curioso es el caso de Dilijan, localidad considerada como la Suiza armenia gracias a su alpino paisaje. Su pasado como cuna de escritores y compositores atraídos por la belleza de su paisaje la ha convertido en un enclave turístico del país.
Pese a sus encantos y la posibilidad de ir por libre, el país tiene que sobreponerse todavía a algunas amenazas de inestabilidad, como la que pesa sobre parte de su frontera con Azerbaiyán al noreste, una zona a la que el Foreign and Commonwealth Office (FCO) desaconseja todos los viajes por las tensiones entre Armenia y Azerbaiyán sobre la República de Nagorno Karabaj. Pese a ello, Armenia palpita entre montañas, atardeceres y leyendas, al abrazo de un visitante dispuesto a perderse en sus senderos, que conducen al cielo.