El consumo como acto patriótico

ISAAC Asimov, uno de los grandes maestros de la ciencia ficción, era un hombre con los pies en el suelo. Siempre tuvo claro que una cosa era fabular y otra muy distinta habitar la realidad: “Negar un hecho es lo más fácil del mundo; mucha gente lo hace, pero el hecho sigue siendo un hecho”. La inestabilidad política que hemos vivido los catalanes no sólo ha supuesto la marcha de bancos y empresas, sino también la parálisis del consumo. La sobrecarga de tensión política ha restado afluencia a los comercios. Las cosas son como son, no como nos gustaría que fueran. Y negarlo, como decía Asimov, no cambia la realidad. Afortunadamente, la ocurrencia del diputado Joan Tardà, que pidió que no se encendieran las luces navideñas en solidaridad con los consellers encarcelados, no tuvo recorrido.

Las luces navideñas iluminaron las calles anoche, a las puertas del black friday, que el año pasado disparó las ventas en los comercios durante el fin de semana. El milagro de la Navidad es que la alcaldesa Ada Colau ha pasado en un año de mirar con reticencia el consumismo de las fiestas a volcarse en que la gente descubra una ciudad con una oferta comercial única. Comprar es casi un acto patriótico, de verdadera fe en el país, como descubrió Randolph Hearst en los años treinta, cuando Estados Unidos no conseguía salir de la recesión. Hearst llegó a producir noticiarios cinematográficos animando a consumir. E incluso prohibió que en sus periódicos se hablara de la Depresión. Los directores de los diarios de su grupo recibieron un telegrama del jefe en que exigía no hablar más de crisis, para devolver el optimismo a la gente. Como si negar la realidad la hiciera más soportable.

El ejercicio de realismo del Consistorio barcelonés, que ha redoblado sus esfuerzos para recuperar turismo en estas fiestas, se agradece. Rectificar es de sabios y, como dijo uno de ellos como Asimov, no hay nada como aceptar la realidad para empezar a cambiarla.