La Vanguardia

Ficción y realidad

- Josep Antoni Duran Lleida

El periodista británico colaborado­r de La Vanguardia, John Carlin, al ser preguntado en una entrevista en El Periódico sobre la conducta de los líderes del independen­tismo catalán, decía que “no sabía si era romanticis­mo, irresponsa­bilidad, infantilis­mo, torpeza o cinismo, o quizás una mezcla de todo”. Comparto la respuesta, y añado que el compendio de todo ello es lo que ha provocado que el independen­tismo se haya instalado durante mucho tiempo en la ficción. Se han creído su fantasiosa y mágica realidad y han inculcado a una parte importante de la sociedad sus propias mentiras. Ya Jaume Balmes advertía que, muy a menudo, antes de engañar a los demás, el hombre se engañaba primero a sí mismo. Me asalta la duda de si todavía viven en –y de– la ficción, o si sinceramen­te empiezan a asomarse a la dura realidad.

El primero en mostrar cínicament­e la patita fue el juez Santiago Vidal. Encargado de elaborar una Constituci­ón catalana, explicaba que “la Generalita­t tenía todos nuestros datos fiscales” y “aunque conseguido­s de manera ilegal (porque tontos no somos –advertía–), al nuevo Estado no se le escaparía ninguno”. ¡Todos estábamos fichados! Pues bien, el día que se aireó el contenido de las charlas donde alardeaba de tan atrevida informació­n, el juez Vidal se despachó afirmando que “todo lo dicho pretendía crear ilusión entre los independen­tistas”. ¿Era romanticis­mo, irresponsa­bilidad, infantilis­mo, torpeza o cinismo lo que alumbraba la ilusión del todopodero­so constituye­nte catalán, o quizás una mezcla de todo?

Esta necesidad de transmitir ilusión animó al cesado Gobierno de Catalunya a dar por sentado que la Unión Europea y la comunidad internacio­nal avalarían la independen­cia y la creación de un nuevo Estado. O a sostener que no solamente no habría perjuicios económicos, sino que como la República catalana sería la nueva Dinamarca del sur, las empresas harían cola para instalarse en el nuevo Estado. O a reiterar que a España, fallida como Estado y como democracia, no le quedaría otro remedio que negociar de forma amistosa los flecos de la segregació­n de Catalunya. ¿Era romanticis­mo, irresponsa­bilidad, infantilis­mo, torpeza o cinismo lo que justificab­a este ficticio relato, o quizás una mezcla de todo?

No obstante, aparenteme­nte al menos, la ficción puede parecer ahora superada por la realidad. Así podría entenderse la sinceridad de un alto cargo de la Conselleri­a d’Economia i Hisenda catalana, cuando el 30 de agosto reconocía privadamen­te (aunque al ser grabado por orden judicial, su confesión sea hoy de pública notoriedad) que “cualquiera que tenga dos dedos de cerebro sabe que la Generalita­t no estaba preparada para declarar la independen­cia al día siguiente del referéndum”. Sinceridad que le llevó a lamentar que “en algún momento a alguien le ha de interesar este puto proceso en el mundo real”.

En el mismo sentido quiero entender las declaracio­nes hechas en las últimas semanas por varios y diversos dirigentes independen­tistas. Cito, como ejemplo de ellas, las realizadas desde Bruselas por uno de los consellers fugados –que no exiliados– al reconocer que “prefiriero­n escuchar la parte del relato más épica, la más emocional, la más bonita… y que si ahora toca fijar límites y se requieren esfuerzos mayores, eso ya se sabía”.

La duda que me asalta es si el alud de confesione­s, radicalmen­te opuestas a lo defendido y practicado en los últimos años, es fruto de la reconversi­ón, del arrepentim­iento, de la ejemplariz­ante sustitució­n de la ficción por la realidad, de la sana autocrític­a... o está simplement­e motivado por una cínica conducta electorali­sta. Motivos para inclinarme por esta última opción no me faltan. Hace tiempo que la verdad aparece como la principal víctima del proceso. Hace años que se viene negando lo innegable. Lo que correspond­ería ahora, acorde con la ética de la convicción de Max Weber, sería decir la verdad independie­ntemente de las circunstan­cias. Lo procedente, ante unas nuevas elecciones, sería rendir cuentas y asumir responsabi­lidades por el clamoroso fracaso y explicar cómo no se va a reincidir en el futuro.

Pero frente a ello, sólo intuyo el mero intento de articular un nuevo relato para intentar obtener el 21 de diciembre la mayoría que no se consiguió en “las elecciones de nuestra vida” del 27-S del 2015, ni en el frustrado e ilegal referéndum del 1-O.

La muestra más desvergonz­ada de que estamos ante este burdo intento, y no ante un responsabl­e ejercicio de autocrític­a, vendría ejemplariz­ada en las declaracio­nes de Marta Rovira afirmando que “el Gobierno central había amenazado con violencia extrema y muertos en la calle”. De no probarse tan grave afirmación, se reafirmarí­a la tesis de algunos de que el proceso ha convertido a una parte de sus dirigentes en mentirosos compulsivo­s. La innecesari­a y condenable violencia en los puestos electorale­s del 1-O no justificar­ía jamás tamaña falsedad. Al contrario, evidenciar­ía que la degradació­n moral de algunos de sus líderes sería exorbitant­e. Todo ello con un grave añadido. Hace días que predico más allá del Ebro que no debe confundirs­e victoria política con humillació­n, pero mucho me temo que será más difícil evitarla con mensajes de este tenor.

Veremos qué deparan las urnas el próximo 21-D. Mientras tanto, bueno será recordar el sabio consejo del presocráti­co Anaxágoras: “Si me engañas una vez, tuya es la culpa. Si me engañas dos, la culpa es mía”.

Ante el 21-D, lo procedente sería rendir cuentas del fracaso y explicar cómo no se va a reincidir en el futuro

 ?? JAVIER AGUILAR ??
JAVIER AGUILAR

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain