La Vanguardia

Anécdotas matrimonia­les

- Joan-Pere Viladecans J.-P. VILADECANS, pintor

Escuché, entre perpleja y divertida, a Pilar Juncosa, esposa de Joan Miró, contar que, pasando unos días invitados en casa de Picasso, este le preguntó a Miró cómo era posible que llevara tantos años casado con la misma mujer.

Los misterios del matrimonio son insondable­s. Y quizá el matrimonio sea el tema por excelencia. Una figura que se adapta y moldea a las circunstan­cias sociopolít­icas, ambientale­s y culturales. Con la posmoderni­dad ya instaurada, una lluvia de eufemismos viene a dar la razón a los que creen que cambia la estética y poco el concepto. “Parejas de hecho”, “matrimonio­s de la tercera vía”, “convivenci­a y unión de hecho”, “pareja estable”, “convivenci­a convenida”, “pareja abierta”, “pareja estable registrada”… Total el personal se acaba aparejando como toda la vida de Dios. Pero con matices semánticos tranquiliz­adores para según qué clase de ideologías. Las conductas dentro de la tan sagrada institució­n también han cambiado algo: se reparten por riguroso turno las tareas domésticas, se compra el microondas a medias, se elude la pompa y cuando un miembro presenta al otro dice “mi compañero/a”, nunca “mi esposo/a” y menos aquello que decían en el barrio de “mi señora”. Horroroso. Los gitanos dicen “la santa esposa”. Correctísi­mo, digo yo.

Bergman filmó Secretos de un matrimonio (1973). Nos puso a cavilar. Y como era una época en que, aún, hablábamos de verdad y los únicos tuits obscenos eran los grafiteado­s en los retretes públicos, nos empanamos en cinefórums y madrugadas. Cahiers du Cinéma y otros asuntos intelectua­les. Cultos, eso sí: Truffaut, Godard, Resnais, la nouvelle vague… Y volviendo al tema de los desposorio­s, fueron unos tiempos memorables. A la progresía, antes de declararse pija del todo, le dio por no casarse y, superado el sarampión del amor libre –que muchos nunca supimos de qué iba–, empezó a juntarse. “Arrejuntar­se” en periférico. El matrimonio perdió prestigio, malo. Un estudio del University College of London ha demostrado que el matrimonio alarga la vida, aunque no dice como Wilde que es aburrido pero confortabl­e, ni por qué los años de convivenci­a generan rutinas, gestos e incluso parecidos –como las mascotas con sus dueños–. ¿Por respirar el mismo aire, compartir cama, baño, programas de televisión, miedos y enfermedad­es o por intercambi­o de fluidos? Sí, efectivame­nte, es un gran tema.

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