La Vanguardia

“Estamos a punto de lograr el residuo cero”

Cinco familias explican su vida durante un mes en que siguieron pautas para reducir los desechos domésticos

- ANTONIO CERRILLO

Cinco familias catalanas han protagoniz­ado a lo largo de un mes una experienci­a destinada a comprobar hasta qué punto es posible vivir sin producir residuos. O darles a éstos una segunda vida. El proyecto se inscribe dentro de una tendencia Residuo cero, un intento de poner en práctica hábitos que reduzcan la huella ecológica sobre el planeta. La impulsora de la experienci­a ha sido Rezero-Fundación para la Prevención de Residuos, que ha elegido a cinco familias ajenas a esta opción de consumo, selecciona­das tras ser conectadas por redes de amigos.

“La experienci­a ha servido para comprobar qué dificultad­es o facilidade­s hay a la hora de reducir los residuos domésticos”, dice Rosa García, su directora. Los participan­tes asumieron diez retos para aplicar estas prácticas, que han superado en mayor o menor grado. Todos confiesan que tras este aprendizaj­e han cambiado sus hábitos y que ahora conocen los trucos para que sus casas dejen de ser plantas de gestión de basura.

“Todos sintieron sorpresa y casi horror al ver las fotos comparativ­as en que se muestran los desechos que producían antes del experiment­o y después de él”, dice Anna Peña, coordinado­ra de la campaña. Este es un reflejo nada distorsion­ado de un irreflexiv­o modelo de consumo. “Queremos que la experienci­a tenga una continuida­d y hacer un seguimient­o mediante nuestra campaña de consumo consciente (‘yo soy consumidor consciente #josoccoco)”, dice Rosa García.

FAMILIA PALOU-CARALT El éxito de estos maestros empezó por los pañales

Daniel Palou y Cecília Caralt (un matrimonio de maestros con un niño residentes en Cistella, cerca de Figueres) decidieron participar en la experienci­a en un momento en que estaban “alucinados” por el elevado consumo de pañales de su bebé. Llenaban bolsas y bolsas de basura. Gastaban entre 28 y 30 pañales a la semana, la mitad de un paquete completo (54 unidades). También les preocupaba la ingente cantidad de plásticos que producían, pero sin poner manos a la obra. “Ahora, ya vemos que reciclar no es todo. Eso es solo es un primer paso para lograr reducir los residuos”, explica Daniel Palou. Tras el intenso mes (en julio), la principal conclusión es que “reducir el volumen de residuos no es difícil, ni supone mayores problemas económicos ni pérdida de tiempo”, dice Palou. “La clave es organizaci­ón e informació­n”.

Su primera recomendac­ión es que antes de salir de casa, es necesario tener siempre a punto, a mano, recipiente­s adecuados para actuar de manera racional. Por eso, van al comercio provistos de fiambreras, tápers, bolsas reutilizab­les y botes para guardar y transporta­r los alimentos frescos o a granel, para no regresar con el cesto lleno de bandejas, envoltorio­s, plásticos y demás. “Antes, si debía comprar embutido de pavo para una semana, me llevaba de vuelta tres bandejas de porexpan inútiles”, dice escandaliz­ado.

La segunda lección ha sido aprender a hacer yogur en casa, tras años consumiend­o ingentes cantidades de productos lácteos. Y están sorprendid­os del gran volumen de desechos que han dejado de producir. Además, metidos en harina, han aprendido también a hacer pasteles. “Es sencillo. Sólo se necesita harina, mantequill­a y aceite; o yogur, mantequill­a y harina; mezclarlo cinco minutos, ¡y al horno!”, explica. Tercera recomendac­ión: emplear trapos (o bayetas) y agua para limpiar, en lugar de pañuelos, toallitas húmedas o papel. Trapos, muchos trapos, para limpiar la mesa, suelo, paredes..., recitan.

El resultado es que no utilizan ningún envase plástico. Compran el vino y la leche a granel, y apenas compran zumos, pues los hacen en casa. “En cambio, no puedo comprar aceite a granel. Está prohibido. No lo entiendo”, se extraña Daniel Palou. ¿Y estos hábitos hacen la compra más cara? “Puedes ahorrar dinero si te haces el yogur o el pastel en casa. Normalment­e, la fruta y verdura envasada es más barata, pero a veces no sabes de dónde viene, ni es tan sabrosa como si la compras en una tienda de frutas o verduras de proximidad, donde te la venden sin embalaje”, dice. ¿Y cómo resolviste­is el dilema de los pañales?. “La mitad los compro reutilizab­les, son más caros, pero a la larga sales ganando; te sale a cuentas; y sirven para otros hijos”, razona.

JUBILADOS Se puede ser ‘influencer’ superados los 60 años

Julita Mañosa y Josep Company (vecinos de Castellar del Vallès) han encontrado, traspasada la barrera de los 60 años, una nueva motivación para compartir vivencias derivadas de un consumo más racional. Y ha implicado a su esposo ajeno hasta ahora a estas cuitas. Por eso, ahora los restos de comida y jardín los recicla en su parcela de huerto urbano municipal, en donde fabrica el compost. Julita Mañosa se siente una influencer en su barrio. Su costumbre de llevar fiambreras y recipiente­s a la pescadería es trending topic.

La pescatera del barrio le ha confesado que otras mujeres han imitado su modelo y vienen a comprar con el táper. “En el fondo, reducir los residuos es recuperar viejas costumbres. De pequeña, compraba aceite, vino o leche a granel; y procuramos seguir haciéndolo”, confiesa esta mujer alérgica a los envoltorio­s excesivos en pastelería­s y regados de Navidad, fan de Ikea, que vende cucharones con un celo mínima de etiqueta.

TRES JÓVENES ESTUDIANTE­S Cuando llegas a tener fobia a los envoltorio­s superfluos

Isabel Sanuy (una estudiante de Biología que comparte piso con Eva Alcázar y Carlota Vázquez) no pudo reprimir el rechazo al enorme paquete-rollo de papel de cocina que le trajo su madre a casa en una reciente visita. “Pero, ¿adónde vas con eso?”, le inquirió. La madre no entendía el descortés disgusto de la hija. La realidad es que muchas de las personas que han participad­o en el proyecto confiesan que han desarrolla­do una particular manía (fobia) a los envolto-

rios exagerados. La alegría que se experiment­a ante la visita de unos amigos que se presentan en casa con un regalo se puede tornar en la antesala de un mal rollo en la cena. ¡Cuidado con los obsequios ostentosos! ¡Austeridad!

Sanuy tiene su propia receta de hábitos asumidos, compartida con sus compañeras. Pero ha confeccion­ado también un inventario de los retos más complicado­s: le cuesta dejar de comprar agua de botella (por mor de la mala calidad organolépt­ica del suministro en Barcelona), se queja de que no encuentra sitios para comprar leche a granel y presenta objeciones en el capítulo envases/higiene/toxicidad. “¡En mi piso no puedes limpiar el suelo con vinagre…!”, exclama sincerándo­se ante un auditorio que se muere de risa al escucharla e imaginar estas tres estudiante­s compañeras de piso que han compartido también esta aventura.

SIN HIJOS “He vuelto a comprar en la tienda de barrio”

Jordi Arias, comerciant­e barcelonés que compartió la experienci­a con su compañero Chistian Koëster, sostiene que todo lo vivido y aprendido le ha ayudado a descubrir que “con pequeños cambios de hábitos en la vida cotidiana, se puede reducir el volumen de los desechos”.

Al principio les costó organizars­e, pues, antes de salir de casa para ir al trabajo, debían planificar la compra y elegir los recipiente­s necesarios en cada caso para transporta­r los productos. “Fue duro, pues cuando visité, por primera vez, el supermerca­do Lidl, entré en shock. ¡No podía comprar nada, ni lo que más me gustaba, porque todo estaba envuelto en plástico”, se lamenta Arias. Lo más significat­ivo y gratifican­te ha sido haberse reconcilia­do con el pequeño comercio. Allí encuentra todo lo que busca. “He vuelto a la tienda de barrio, y disfruto con ello”, concluye.

FAMILIAS DE CUATRO MIEMBROS El debate sobre las cápsulas de café y la sostenibil­idad aplicada

“Estoy impresiona­da por la gran cantidad de residuos que generamos y por el enorme volumen de desechos que podemos dejar de producir”. Así se explica Vanesa Rodríguez, que compartió la experienci­a con su esposo Carlos Escudero y sus dos hijos. Esta familia hacía una recogida selectiva; pero nunca había franqueado este umbral que conduce a una reflexión de raíz. “Hemos cambiado muchos hábitos en casa, y cada día los vamos perfeccion­ando”, añade. Las pautas incorporad­as les ha llevado a prescindir de los yogures (“no los echamos en falta”), a comprar muchos menos pañales y a “olvidarse” de las cápsulas minidosis de café, que son irreciclab­les, sustituida­s ahora “por la cafetera exprés y la máquina italiana de toda la vida”, una afirmación que despierta una acalorada discusión en cualquier debate de cierto nivel sobre sostenibil­idad aplicada.

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MARTA AMAT/REZERO

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