La Vanguardia

Veracidad

- Albert Montagut

Sigue la polémica sobre las noticias falsas. Y lo peor es que seguirá y seguirá. Y seguirá.

La manipulaci­ón ha sido desde siempre una técnica o una táctica para desinforma­r y desviar la atención o engañar o alienar a los lectores. Las redes sociales, convertida­s en plataforma­s mass media, y la aparición de nuevos medios de comunicaci­ón globales han desatado una verdadera guerra mundial por la informació­n.

Nunca antes de ahora la informació­n había sido tan tendencios­a, ni nunca antes de ahora los ciudadanos se habían visto tan castigados por la propaganda y la mentira. En lo único que hemos acertado es en bautizar este movimiento con un nombre: fake news.

Conectados al minuto en sus pantallas portátiles los habitantes del primer mundo están siendo expoliados en sus derechos más básicos, sin que muchos de ellos se enteren. Expoliados de su derecho a saber y conocer la verdad, de sus libertades y agredidos de forma constante para evitar su reacción ante el amaño, la mentira, la falsedad, la calumnia o la difamación.

Si comparáram­os la informació­n con un alimento, los consumidor­es deberían tener a su servicio controles de calidad similares a los datos de nutrición que aparecen pegados en etiquetas a los consumos alimentici­os. Si tenemos el derecho a saber los componente­s de determinad­o envasado, ¿por qué no tener el derecho a saber si un medio de informació­n ofrece una informació­n fiable?

Esta tesis está empezando a desarrolla­rse en Estados Unidos después de que se vea más que necesario un programa que lanzó hace tres años la Universida­d de Santa Clara (California) bajo el nombre The trust project. En los más prestigios­os laboratori­os de comunicaci­ón empieza efectivame­nte a debatirse sobre si los medios deberían tener un control de calidad externo no partidista y sobradamen­te independie­nte, que les otorgara una calificaci­ón de confianza, objetivida­d y precisión informativ­a. The Washington Post ha sido uno de los primeros en aceptar ese control, Facebook, Twitter y Google están en el proceso.

Que nadie se asuste. Las líneas editoriale­s seguirían siendo potestad de los editores. Siempre habrá diarios o plataforma­s online o cadenas de televisión o de radio conservado­ras o liberales, pero la informació­n debe ser veraz. Y en un mundo cada vez más dominado por el oscuro poder de la maldad y la manipulaci­ón, este debate deja de ser utópico para adquirir todo el sentido.

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