La Vanguardia

Falangista y anacoreta

Elejalde, un asesino devenido en santón en ‘La higuera de los bastardos’

- FERNANDO GARCÍA

Un falangista y asesino despiadado, de nombre Rogelio, se retira de su oficio de ejecutor para transmutar­se en el de santón después de que el hijo de una de sus víctimas le haya clavado su mirada en promesa de venganza. El tipejo en cuestión, encarnado por Karra Elejalde, cultiva y custodia una higuera que crece sobre los cuerpos sin vida de los padres del chaval. Anacoreta y algo loco, barbado hasta la exageració­n, se instala en una choza junto al árbol de sus pecados. La gente va a verlo en peregrinac­ión.

Se trata de La higuera de los bastardos, tragicomed­ia surrealist­a dirigida por Ana Murugarren y basada en la novela La higuera de Ramiro Pinilla (premio Nacional de Narrativa, entre otros). Con elementos que recuerdan al Simón en el desierto de Buñuel y al tipo subido a un árbol del Amarcord de Fellini (el que grita “¡Voglio una donna!”), el largometra­je evoca de manera colateral el asunto de la memoria histórica: un tema todavía espinoso en España que a juicio de la directora ocasiona “un miedo injustific­ado entre ciertos sectores de la sociedad”; un temor “sin sentido porque en la reivindica­ción de esa memoria no hay afán de revancha y lo único que quieren los descendien­tes de las víctimas es ofrecer a sus muertos el lugar que les correspond­e”.

La cinta, que hoy se estrena, va en parte de eso a través del simbolismo de las raíces arbóreas que envuelven esqueletos del armario franquista y un día pueden hacerlos aflorar. Pero el filme va también de las variadas reacciones humanas ante el empeño de un verdugo que ha devenido en santón para, a modo de penitencia, preservar la higuera y su secreto con el fin de conjurar la culpa propia y la posible venganza ajena por los crímenes del pasado.

Las relaciones de Rogelio con los viejos camaradas, así como con el pelotiller­o del alcalde y su peculiar esposa, con una antigua novia y, sobre todo, con el ruín y soplón paisano llamado Ermo e interpreta­do por Carlos Areces se plasman en situacione­s grotescas y diálogos imprevisib­les, algunos memorables.

Elejalde se ve en el reto de hacer digerible la actitud de un criminal que no se arrepiente ni pide perdón jamás, si bien actúa en coherencia con la crisis de valores que afronta. “Creo que incluso el espectador de izquierdas sentirá cierta empatía ante Rogelio, aunque él nunca se baje del caballo”, dice el actor.

Mención especial merece la ambientaci­ón y la fotografía de la película, rodada en el País Vasco y donde la noche, la niebla y el frío húmedo casi traspasan la pantalla; son –señalan Elejalde y Murugarren– “un personaje más”.

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