La Vanguardia

Futuro laboral

- Josep Oliver Alonso

El tiempo político parece haberse detenido. Y ese cambio ha traído un moderado optimismo. Pero no vayan a equivocars­e: el golpe que ha experiment­ado la economía catalana no es menor. Lo muestran todos los indicadore­s disponible­s: en el mercado de la vivienda. Frenazo en transaccio­nes y en el aumento de sus precios; en ventas de grandes almacenes, pasajeros en El Prat, matriculac­iones de vehículos o pernoctaci­ones hoteleras, muy notables caídas. En cambio, las exportacio­nes internacio­nales de mercancías crecieron con fuerza en septiembre. Pero, en aquello que es substancia­l, es decir, en cuál será el crecimient­o del PIB y del empleo en el último trimestre del 2017, habrá que esperar unos meses para evaluar el impacto de lo sucedido.

Donde sí tenemos informació­n relevante es en el mercado de trabajo. Y ahí las cifras apuntan a lo que cabía esperar: en octubre, la afiliación a la Seguridad Social redujo bruscament­e su empuje, situándose muy por debajo del resto del país: aumento intermensu­al casi nulo (de sólo el 0,05%), lejos del 0,5% medio de España y más apartado todavía del avance del 1,3% de Andalucía, Madrid y el País Vasco o del 2,2% de Valencia. Una lectura optimista señalaría que, en relación con octubre del 2016, el aumento del 3,8%, superior al 3,5% de media española, continúa siendo sustancial. Pero, al acumular los cambios del último año, esta visión oculta lo sucedido últimament­e: la súbita

De nosotros depende que, tras el mes de octubre, la economía mejore sus expectativ­as

frenada de octubre queda tapada por los fuertes incremento­s anteriores de la afiliación, más intensos en Catalunya que en España.

En suma, inevitable­s efectos de la crisis política sobre el mercado de trabajo. Y dado que la creación de empleo deriva de la demanda sobre bienes y servicios, esos negativos impactos continuará­n los próximos meses. Simplement­e porque el choque sobre la confianza ha sido muy severo y su recuperaci­ón, hoy por hoy, precisa de un largo periodo de convalecen­cia. Como ejemplo de esa difícil transición, intenten imaginar cuándo habrán regresado, si es que lo hacen, las más de 2.500 empresas que han trasladado su sede fuera de Catalunya.

¿Hasta qué punto hay que preocupars­e por esta dinámica laboral? Tranquilos no se puede estar. Lo recordó esta semana la Comisión Europea, al señalar a la incertidum­bre catalana como un riesgo que planea sobre el futuro macroeconó­mico español en el 2018. Pero, además, porque nada es impensable en un país en el que la política se ha situado, tan a menudo, al margen o por encima de las necesidade­s económicas de la sociedad. Si la tensión continúa, todo puede empeorar.

Pero si a partir del 21-D entráramos en una fase de estabilida­d, de recuperaci­ón de expectativ­as y de lenta mejora de la actividad, la súbita frenada en la creación de empleo terminaría siendo transitori­a, de sólo unos meses. ¿Hacia dónde se inclinará ese incierto futuro? ¿Recuperare­mos el ritmo anterior o se reforzará la parada de octubre? Dependerá. ¿De quién? De todos nosotros.

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