El sexo consentido

LAS investigadoras María Jesús Fuente y Remedios Morán, autoras de Raíces profundas. La violencia contra las mujeres (Ediciones Polifemo), sitúan en la edad media la época en que se da un importante impulso jurídico y cultural a la justificación de la violencia machista. La estrategia tenía dos vías de penetración: los sermones de los predicadores y la misoginia del teatro de la época. Sirva este dato para apuntar que el machismo institucionalizado es una lacra que hunde sus raíces en el pasado lejano. Está claro que no es algo que pueda abolirse a corto plazo por mucho que, en fechas como la de hoy, día internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, proliferen los buenos propósitos.

El hecho de que esta epidemia se haya instalado en el primer nivel del debate político ya es, sin embargo, un avance. Para mucha gente, cada nueva agresión sexual y cada nuevo asesinato machista (el último, ayer en Vinaròs) constituyen la evidencia de un fracaso colectivo. Mucho se ha avanzado desde que las audiencias progresistas de los setenta aplaudían a Joan Baez cuando cantaba las peripecias de El preso número 9, aquel que al ver “a su amor en brazos de su rival” sintió “en su pecho el rencor y no se pudo aguantar”.

Cada avance, por leve que sea, es relevante en esta larga campaña. Ahora, por ejemplo, al hilo del juicio contra La Manada por violación, se cuestiona el uso de la expresión sexo consentido en oposición a la de sexo forzado. El lenguaje nunca es inocente, y el concepto de consentimiento sugiere que alguien, más que participar activamente en un acto sexual, se deja hacer. Tal vez conviene subrayar que la frontera entre lo que es una violación y lo que es mantener relaciones sexuales por voluntad propia (parece que hay resistencia a considerar a las mujeres como un sujeto sexual activo) sería más diáfana si, en lugar de usar la expresión jurídica de sexo consentido, habláramos de sexo deseado.