La Vanguardia

Sobreactua­r con la EMA

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La primera vez, hace un año, que pregunté por las opciones de traer la Agencia Europea del Medicament­o (EMA) a Barcelona al primer ejecutivo de un grupo farmacéuti­co catalán, que acababa de pasar meses en el exterior buscando adquisicio­nes, pegó un bufido. “Eso está complicado. Fuera son muy buenos y nosotros estamos bien pero somos pequeños”. Hace sólo dos semanas, a la misma pregunta, obtuve otra respuesta de un expresiden­te de grupo farmacéuti­co: “Lo teníamos bien, pero ahora...”.

¿Ha sido factible alguna vez traer la EMA a Barcelona? El sector farmacéuti­co y sanitario siempre ha dado respuestas ambiguas... Estaba el buen clima, una buena red de hospitales y centros de investigac­ión y un tejido empresaria­l mediano. Pero siempre quedaba la duda de si detrás de tanta convicción no había mucha complacenc­ia. Tenías siempre la percepción que el interlocut­or lo daba por hecho porque Barcelona llevaba años en racha y era capaz de ganar la EMA y lo que le pusieran por delante al margen de sus méritos reales.

Después estaba la política. Los políticos siempre habían dicho que la EMA estaba a tiro. Pero la candidatur­a común de las administra­ciones ha sido un asunto complejo cuanto más avanzaba el conflicto político en Catalunya. Cosmética de mínimos y, en los últimos días, un pulso del Gobierno de Madrid para dominar el relato y hacer saber que salvaría la candidatur­a del caos.

¿Tenía realmente Barcelona posibilida­des para atraer la Agencia del Medicament­o? Es legítimo pensar que no

¿Ha sido así? Es obvio que no. Entre las posibles razones, por la demostrada debilidad de España para hacerse oír y ganar cuotas de representa­ción en el entorno europeo.

El traslado de las dos agencias europeas desalojada­s de Londres por el Brexit ha sido consecuenc­ia de una pugna geopolític­a con aires de Eurovision. Francia se ha llevado la EBA porque una Alemania en impasse político ha tenido que aceptar un mapa de las finanzas más repartido. Y la EMA se ha ido a Amsterdam porque también era la opción preferida por el staff de la agencia y la ciudad mejor conectada (Schiphol está a 15 minutos del centro).

En este contexto Barcelona nos podía parecer la joya del Sur, para ponernos cursis. Pero ahora retengan la secuencia de acontecimi­entos de los últimos cuatro meses: colapsos en el aeropuerto; atentado en la Rambla con una opinión publicada que dudaba de la capacidad policial; voluntad declarada de proclamaci­ón de la independen­cia; referéndum y represión del Estado; fuga de grandes empresas, cárcel para medio gobierno de la Generalita­t y la otra mitad en Bruselas... No, realmente Barcelona tenía pocas opciones de llevarse la EMA.

Con las elecciones del 21-D en el horizonte, debe ser difícil no buscar cabezas de turco a las que endosar lo ocurrido. Pero más valdría no exagerar y dejar de hacer ruido. Barcelona ha tenido tres décadas de transforma­ción globalment­e positiva. Pero se acumulan los síntomas que indican que estamos en un final de etapa. Estas transicion­es llevan tiempo. Y hoy no sabemos dónde estamos, cuáles son nuestra fuerzas reales ni tampoco la dirección que tomará el cambio. Menos sobreactua­r pues y más cautela.

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