Apuesta eléctrica
La convicción, generalizada en pocos años, de que la contaminación de nuestras ciudades genera graves problemas de salud y los requerimientos europeos para acercarse a los estándares razonablemente saludables han provocado que el anuncio de aplicación de medidas restrictivas a la circulación de los vehículos más contaminantes haya sido saludado positivamente por todo el mundo. Una acogida positiva que contrasta con la incomprensión y el amplio rechazo de la otra gran iniciativa municipal para limitar la contaminación derivada de los vehículos, las supermanzanas. Y es que la ciudadanía está dispuesta a cambiar sus pautas de movilidad si esta modificación está bien justificada y genera un consenso político y mediático generalizado. Claro está que no son lo mismo cambios puntuales y vinculados a situaciones de riesgo, pero la prohibición de circular con los vehículos más contaminantes resulta comprensible y objetivable, y afecta a todo el mundo independientemente de su residencia.
En la estrategia para disminuir la contaminación de las ciudades, sin embargo, se echa de menos una apuesta decidida por la movilidad eléctrica. Es cierto que sustituir vehículos de combustión por vehículos eléctricos no soluciona la congestión y apropiación del espacio, pero sí minimiza la emisión de los principales elementos contaminantes y el ruido. Todavía chocamos con limitaciones relevantes para la generalización de la movilidad eléctrica –sobrecoste de adquisición, autonomía, tiempo y electrolineras–, y determinadas medidas fiscales sólo son relevantes a escala estatal. Pero se echa de menos un plan integral y a largo plazo para estimular el uso de los vehículos eléctricos a escala municipal y metropolitana. A escala metropolitana, la aportación más importante que se puede hacer es la de transmitir a los ciudadanos que la apuesta por la movilidad eléctrica es masiva, transversal e irreversible. Como todas las innovaciones, la movilidad eléctrica requiere un punto de no retorno a partir del cual este se convierta en el escenario ineluctable. Desde Barcelona y su área metropolitana se puede ayudar mucho a llegar este estadio de no retorno convirtiendo la electrificación de los desplazamientos en un objetivo de ciudad para mejorar salud y calidad de vida.
Las medidas en fiscalidad local y precios públicos, en modificación de normativas, en electrificación del parque de autobuses y del resto de los vehículos de servicios municipales –propios o en concesión–, en apoyo a la electrificación de las flotas de taxis y otros vehículos de transporte de pasajeros y de distribución de mercancías, la ampliación de periodos restrictivos en los vehículos más contaminantes, todo contribuiría a generar masa crítica en la demanda, a rebajar el freno de mano con que patronales y sindicatos del sector contemplan el cambio y a convertir un grave problema de salud y de calidad de vida en una oportunidad para la innovación y la generación de nuevas actividades y servicios.
El ciudadano, dispuesto a cambiar su movilidad si está justificado