La Vanguardia

El príncipe y la actriz.

El hijo menor de Diana y quinto en la línea de sucesión se casará en la primavera con la actriz norteameri­cana divorciada

- RAFAEL RAMOS

Enrique, el hijo menor de lady Di y el príncipe Carlos, anunció ayer su boda en la próxima primavera con la actriz norteameri­cana Meghan Markle, famosa por su papel en la serie televisiva Suits.

La Casa de los Windsor es un pilar del conservadu­rismo británico, que poco a poco se va modernizan­do. Prueba de ello es su último fichaje, la actriz divorciada norteameri­cana Meghan Markle, cuyo compromiso con el príncipe Enrique fue anunciado finalmente ayer por la Casa Real después de varios días de insistente­s rumores, hasta el punto de que algunas casas de apuestas habían dejado de aceptar dinero para no perderlo.

Meghan Markle (36 años) y Enrique (33 años y hasta ahora el soltero más cotizado del reino) comparecie­ron sonrientes ante los fotógrafos para oficializa­r el acontecimi­ento delante del palacio de Kensington, que va a ser su residencia. En ella tendrán como vecinos al príncipe Guillermo y a Catalina (embarazada de su tercera criatura) y sin duda se convertirá­n en los canguros favoritos de Jorge, Carlota y como se llame el que nacerá en la primavera. De hecho, como en la Casa Real británica se programan las cosas en la medida de lo posible con mucha antelación y el máximo cuidado, la boda de Enrique y Meghan no se celebrará hasta después del parto de Catalina, que tiene prioridad. Tanto los matrimonio­s como los nacimiento­s son eventos festivos que encantan a los súbditos de inclinació­n monárquica y aumentan la popularida­d de la institució­n y los Windsor se han conver- tido expertos en sacarles todo el partido.

La primera ministra británica, Theresa May, pudo olvidarse por un día de las miserias relacionad­as con el Brexit, los escándalos y las peleas entre sus ministros, para felicitar a la pareja real y desearle “gran felicidad en su vida futura juntos”. Más original y pillín en su mensaje fue el líder laborista de la oposición, Jeremy Corbyn, republican­o confeso, como alrededor de uno de cada tres británicos: “Habiendo tenido el privilegio de tratar a Enrique un par de veces, estoy seguro de que juntos se van a divertir de lo lindo”. El hijo menor de Diana y Carlos fue durante su veintena un juerguista redomado y con frecuencia poco diplomátic­o, que provocó más de un conflicto a los asesores de imagen de su abuela al dejarse fotografia­r con un uniforme nazi, o desnudo y rodeado de chicas en un hotel de Las Vegas, o abrazado a un playboy y presunto narcotrafi­cante libanés durante unas vacaciones en su yate.

Pero la vida no se ve a los 33 años igual que a los 20 o 25 y hacía tiempo que Enrique llevaba diciendo que había sentado la cabeza, quería casarse y tener hijos. Sobre todo desde que se vio obligado a abandonar la carrera militar que lo llevó a pilotar helicópter­os en Afganistán, algo que encajaba como anillo al dedo con su espíritu marcial y aventurero y una época que tiene idealizada. Sus relaciones con Chelsy Davy y Cressida Bonas –también actriz– acabaron supuestame­nte (al menos en parte) porque no quisieron asumir las funciones y responsabi­lidades de pertenecer a la familia real.

Pero no así Meghan, que ha puesto el punto final a su participac­ión en la serie de televisión Suits (un drama legal) que estuvo años rodando en Toronto. De hecho esa noticia –junto con la solicitud de las vacunas para que sus perros pudieran viajar al Reino Unido– fueron las que desataron los rumores de que el anuncio del compromiso era

inminente. Qué hará a partir de ahora la actriz con su carrera, si la reanudará de alguna manera en el Reino Unido o la aparcará, es un misterio. Ofertas no le faltarían, pero parece difícil imaginar a la esposa del número cinco en la línea de sucesión en los escenarios del West End o en películas de Hollywood.

Meghan representa los cambios en la familia real porque no podía ser más distinta que su cuñada Catalina. Hija de un director de iluminació­n en el cine y de una madre afroameric­ana instructor­a de yoga y trabajador­a social (en la actualidad divorciado­s), creció en una familia de clase media alta de Hollywood y se educó en una escuela privada católica. Se casó con un productor televisivo, pero el matrimonio sólo duró dos años. La serie

Suits ha sido su mayor éxito como actriz. Hace campaña por la igualdad de género y varias causas humanitari­as. No es la primera vez que un miembro de la familia real británica se casa con una divorciada norteameri­cana, pero mejor no mencionarl­o en palacio. La anterior pareja transatlán­tica fueron Eduardo VIII y Wallis Simpson y ya se sabe cómo acabó todo. Con la abdicación del primero y un terremoto en casa de los Windsor.

Si Isabel II hubiera preferido una aristócrat­a británica como esposa de Enrique, sólo ella lo sabe. Pero hace ya meses que tomó el té con Meghan, charló con ella de perros, caballos y la vida en Toronto (en estos casos mejor no entrar en política) y le dio su bendición. A partir de ahí, el anuncio de la boda era sólo cuestión de tiempo.

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Enrique y Meghan anunciaron ayer su compromiso en los jardines de Kensington
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TOBY MELVILLE / REUTERS
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MATT DUNHAM / AP

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