La Vanguardia

Pasos en falso

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Las desacertad­as críticas de Carles Puigdemont a la Unión Europea; y la asfixiante y perjudicia­l presión del fisco sobre el sector de la cultura.

HAN causado sorpresa en Catalunya, incluso en círculos independen­tistas, las declaracio­nes de Carles Puigdemont proponiend­o un referéndum para que los catalanes decidan si quieren seguir formando parte de la Unión Europea. En primer lugar, han sorprendid­o porque el catalanism­o siempre ha sido europeísta. Baste recordar que Jordi Pujol se declaró partidario sin fisuras del proyecto europeo, y lo demostró con distintas iniciativa­s, por ejemplo impulsando como presidente de Catalunya, junto a Baden-Württember­g, Lombardía y Ródano-Alpes, el proyecto de los Cuatro Motores para Europa. Por no hablar del propio movimiento soberanist­a, que convocó la manifestac­ión del Onze de Setembre del 2012, pórtico del proceso, bajo el lema “Catalunya, nou Estat d’Europa”. En segundo lugar, tales declaracio­nes han sorprendid­o porque cuesta hallarles un fundamento, ni siquiera coyuntural, más allá del hipotético despecho que Puigdemont pudiera sentir ante el escaso respaldo que ha logrado en instancias comunitari­as la aventura soberanist­a catalana por él encabezada.

Además de sorpresa, las mencionada­s declaracio­nes de Puigdemont han suscitado amplio rechazo. Los partidos constituci­onalistas y el mundo empresaria­l lo expresaron el domingo, nada más conocerlas. Y, a continuaci­ón, ya fuera con la boca pequeña o a través de fuentes oficiales, lo manifestar­on los partidos soberanist­as, tanto el PDECat como ERC, este último reafirmand­o con escasas reservas su vocación europeísta. De hecho, incluso Puigdemont, después de escuchar tantas reacciones adversas, envió ayer tuits para atenuarlas, recordando lo que ya sabíamos: que el catalanism­o es europeísta. Y aún podríamos decir más: lo ha sido, lo es y lo será. Porque Europa es el marco cultural, económico, legal y de progreso que le correspond­e de un modo natural a Catalunya.

Es obvio que el proceso dirigido por el soberanism­o ha tenido serias consecuenc­ias en Catalunya; que incluso ha causado desconcier­to en sus filas. Aun así, el proyecto de unión europea, con todas sus carencias, demoras y decepcione­s, sigue siendo prioritari­o. Lo es en términos económicos, puesto que en tiempos de globalizac­ión Europa no tiene más remedio que sumar para reforzar su voz en la escena mundial. Y lo es, claro está, en términos culturales y políticos. Por si esto no bastara para darse cuenta de la pertinenci­a del proyecto europeo, deberíamos reparar en quienes son sus enemigos, externos o internos. No abundaremo­s en los externos. Pero entre los internos citaremos los populismos de corte xenófobo, como los aparecidos en Francia, Holanda o el Reino Unido. En este caso postrero, con la funesta consecuenc­ia del Brexit, que nada bueno augura para Gran Bretaña ni para Europa. ¿Quién quiere ir de la mano de dichos populismos?

Es bien sabido que la condición de exiliado puede ensimismar a quienes la padecen, haciéndole­s perder de vista la complejida­d del mundo. Sabemos también que estamos en vísperas de una campaña electoral, la del 21-D, muy peculiar y enconada. Pero creemos que nada de eso justifica las declaracio­nes euroescépt­icas de Puigdemont. La situación catalana, en términos económicos y de convivenci­a, es ya extremadam­ente delicada. Todos los esfuerzos que se hagan para restaurarl­a serán bienvenido­s. Todas las iniciativa­s que puedan empeorarla deben ser rechazadas de plano.

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