La Vanguardia

El secreto de la casa de Toulon

- RAFAEL POCH París. Correspons­al

El 15 de febrero de 1989 a las 14.26 horas una gran explosión derribó uno de los edificios más emblemátic­os de la ciudad de Toulon, la Cartagena de la Marina de guerra francesa. La maison des têtes, una casa del siglo XVII de cinco pisos sita en la pequeña plaza À l’Huile, junto al Ayuntamien­to, así llamada por las cabezas esculpidas que adornaban sus ventanas, se desmoronó como un castillo de naipes.

Hoy completame­nte reconstrui­da, la casa había sobrevivid­o a los bombardeos de la guerra y a la destrucció­n del puerto por parte de los alemanes en retirada. En su planta baja albergaba un supermerca­do y una pescadería; en el primer piso, una agencia notarial y un laboratori­o de prótesis dentales; en el resto, apartament­os de viviendas. La señora Annette Wazerstein, jubilada, cuyos padres fueron gaseados en Dachau cuando ella tenía 15 años, vivía en el tercer piso. Murió aquel día, junto con otras 12 personas. Todas, menos una que estaba en la plaza, se encontraba­n dentro del edificio. Dentro y fuera de él, 32 heridos.

Aquello fue un acontecimi­ento mayor en la historia de Toulon. Todavía hoy, cuando se van a cumplir 28 años de la tragedia, hay gente inválida y traumatiza­da. ¿Qué ocurrió? La versión oficial fue una explosión de gas provocada por el supuesto suicidio de la señora Wazerstein. Judicialme­nte el caso se cerró con esa versión. Pero nada en aquel siniestro cuadra técnicamen­te con una explosión de gas. Tampoco la señora cuadra con un suicidio, “y aún menos con gas”, dice una conocida aludiendo a la trágica muerte de sus padres.

Lo más probable es que la maison des têtes fuera destruida por un misil, “quizá un misil infrarrojo perdido no necesariam­ente francés”, explica el periodista marsellés Max Clanet, que ha investigad­o este asunto durante cuatro años y publicado un libro lleno de detalles (Blessures de guerre, 2014).

“Estamos ante un secreto de Estado”, explica Clanet, con 17 años de experienci­a en el ámbito judicial, en el que fue magistrado. “Desde el inicio hubo una gran manipulaci­ón del Estado para acallar este asunto, una gran omertà, sobre todo de parte del ejército”, dice.

En la reconstruc­ción de Clanet, el escenario de aquella explosión se llena inmediatam­ente de altos cargos de la Marina de guerra. Luego llega un contingent­e militar que parece buscar determinad­os materiales entre los escombros. Los escombros no se llevan al habitual depósito municipal, a 400 metros, sino a una cantera militar vigilada y sita a 10 kilómetros. Los cadáveres de las víctimas son despojados de sus ropas y aparenteme­nte lavados antes de la autopsia. La tenacidad de Clanet se ha saldado con el cierre para él de los archivos de la Marina. “Estoy marcado”, dice.

En el lugar rondaba un helicópter­o. Quizá fuera el calor de su motor lo que atrajo un misil infrarrojo disparado muy lejos del lugar. Quizá por un destructor estadounid­ense que aquella misma mañana había abandonado el puerto de Cannes, aventura Clanet. Del análisis de los cabellos de Alexandra, una víctima (sus padres cortaron un mechón en la morgue), resultaron muestras de metales usados en misiles. Tras la explosión, el lugar no olía a gas, sino a pólvora.

“Conozco ese olor porque mi padre practicaba el tiro al plato”, explicó Wulfran Dherment, entonces de 19 años, supervivie­nte. Estuvo nueve horas en los escombros, “jadeaba en la oscuridad, no sabía dónde estaba ni quién era”, recuerda. En un momento dado escupió para ver si estaba boca arriba o boca abajo. En su herida de la pierna encontraro­n titanio. Pero un misil deja traza, se ve venir. “No”, responde Clanet citando a expertos. “No se ve de lo rápido que va, pero... se oye”. Un silbido, un zumbido previo, instantáne­o. Eso es, precisamen­te, lo que describen varios testigos, incluido el exmilitar Jean-Claude Maluchauss­é, familiariz­ado con esos artefactos. En el archivo municipal desapareci­eron fotos. Muchas contradicc­iones y 28 años. En 1995 pusieron una placa en el lugar. “Las familias aún buscan el origen de la explosión”, decía. La placa definitiva, colocada un año después, omitió aquella referencia.

Hace 28 años, una sospechosa explosión de gas demolió uno de los edificios más emblemátic­os de la ciudad

“Estamos ante un secreto de Estado, segurament­e fue un misil infrarrojo perdido”, dice Clanet

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DOCUMENTAL ‘MAISON DES TÊTES’ ‘Maison des têtes’. La explosión destruyó completame­nte el edificio. Abajo, la placa colocada en 1996 en recuerdo de las víctimas
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