Tradición electoral: toda la culpa es de TV3
Si, camino de Ítaca, Ulises hubiera concedido tantas entrevistas como el presidente Puigdemont, no sabríamos quién fue Homero. El sábado lo vimos en TV3 dando un paseo otoñal por un bosque belga. Hacía frío y tanto él como su interlocutor (Ricard Ustrell) iban vestidos de dramaturgo polaco de los setenta. Tocado pero no hundido, Puigdemont impresiona al admitir que debe sacar fuerzas de donde sea para mantener la dignidad de la institución intervenida. El factor humano lo hace tan vulnerable que no se puede permitir la autocrítica y se intuye la solidez de sus convicciones y una diplomacia monástica que corre el riesgo de colapsarse a base de entrevistas. Insistió en la idea de excepcionalidad para combatir la inercia que pretende normalizar una situación anómala (causada por una doble incompetencia).
En efecto, son tiempos tan excepcionales que unos funcionarios de la Generalitat organizaron una tintinada (homenaje a la línea clara del cómico belga como contribución a la cultura europea) en apoyo al gobierno prófugo. ¿Nos estamos solidarizando por encima de nuestras posibilidades? Más creatividad: que en TV3 Gabriel Rufián polemice con Pablo Echenique y sea tan esclavo del impacto que cree que debe provocar con cada frase. Hace unos días un gran experto en tele me dijo: “¡Qué gran concursante de Gran Hermano sería Rufián! Lo tiene todo: físico mefistofélico, aureola de barrio, jeta dialéctica y talento para moverse por la selva de los conflictos artificiales más estúpidos”. Como rufianólogo diletante, suscribo la definición.
Después de volver a derrapar, Xavier Garcia Albiol visitó TV3 para matizar el concepto gente normal. Por lo que entendí, a veces dice una cosa cuando quería decir otra, que es un reflejo bastante extendido entre políticos. Y Albiol lo demostró en directo: cuando quería decir imparcial decía parcial y cuando quería decir parcial decía imparcial. No hubo que corregirlo porque, haciendo uso de nuestra libertad, muchos dimos por hecho que cuando Albiol dice algo, o no sabe lo que dice o quería decir otra cosa. El problema de la polémica de la gente normal es que sitúa el debate en el territorio de la demagogia electoralista y los aspavientos ofendidos tipo Gran Hermano y refuerza el tabú, tristemente crónico, de que no se pueda hacer una crítica razonada de TV3 y Catalunya Ràdio desde la fidelidad de espectador y oyente sin pasar por puto facha españolista. Comparto la necesidad de defender los medios públicos con uñas y dientes pero también con argumentos que nos permitan percibir cuando nuestros medios pecan de parcialidad (o sea: de parcialidad), de falta de pluralidad y seguir reforzando un espacio mediático que, si no existieran TV3 y Catalunya Ràdio, sería mucho más pobre y menos plural.
El factor humano hace tan frágil a Puigdemont que no permite la autocrítica