La Vanguardia

Obstinació­n electoral

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Las dos formacione­s que compartier­on el Govern de la Generalita­t hasta el 27 de octubre, dentro de la plataforma Junts pel Sí, han reaccionad­o de manera muy similar en el mes de aplicación del 155. Los responsabl­es de ERC y del PDECat empezaron por negarse a aceptar la evidencia durante unas cuantas horas, pasaron a admitir de manera un tanto desordenad­a sus posibles equivocaci­ones, y han acabado recuperand­o su relato más comprometi­do con la independen­cia. Todo mientras, en paralelo, las autodenomi­nadas estrategia­s de defensa de los encarcelad­os describían cualquier cosa menos una estrategia explicable y compartida. La secuencia resulta hasta cierto punto comprensib­le. Los dirigentes de la Generalita­t cesados sabían que podía pasar todo lo que ha ocurrido, sencillame­nte porque eran consciente­s de que caminaban sobre el vacío. En un territorio ignoto como la pretensión de engendrar un Estado propio con menos de la mitad de la población dispuesta a la tarea, con el resto de la España autonómica entre sorprendid­a e indignada, frente a la volatilida­d de un capitalism­o genuinamen­te catalán y ante los recelos de una Unión Europea incomodada por la aventura.

El independen­tismo gobernante hasta el 27 de octubre, y que aspira a volver a serlo tras el 21-D, ha experiment­ado una transforma­ción, debido a los efectos domésticos del cambio de domicilio del president Puigdemont a Bélgica. El PDECat ha pasado a ser menos cosa que cuando trató de refundar Convergènc­ia, atrapado entre la herencia de los Pujol y un independen­tismo sobrevenid­o. Tan poca cosa que ha acabado cediendo a los designios de Puigdemont como el PNV llegó a hacer ante la hoja de ruta de Ibarretxe. El riesgo de que la patria, la nación de siete millones y pico de personas, sea recreada en un autoexilio solitario y en la cárcel está ahí. Como si estuviésem­os glosando cualquier episodio del siglo pasado, mientras la herencia convergent­e se muda de camiseta.

Hubo una semana de la verdad, cuando tantos dirigentes de ERC y exconverge­ntes coincidier­on en reconocer que la independen­cia no contaba con una masa crítica suficiente a su favor, que la unilateral­idad

El independen­tismo deberá ofrecer alguna señal de rectificac­ión de fondo si quiere preservar su particular utopía

carecía de sentido en un entorno tan interdepen­diente, y que se había errado en fijar para mañana mismo un objetivo que requería mucho más tiempo de maduración. Pero la rectificac­ión propuesta resultaba demasiado drástica como para concurrir a las elecciones del 155; desmoraliz­aba tanto a los entusiasta­s de la república catalana que era claramente inconvenie­nte en su forzado realismo. Al fin y al cabo, el secesionis­mo circula por las vías de la irrealidad; y nadie que lo fomente puede apearse de pronto sin dar más explicacio­nes que un error reiterado de cálculo.

Todo, las rectificac­iones sugeridas y la corrección de estas, podía ser comprensib­le cuando la única estrategia válida en términos electorale­s es asegurarse, de entrada, a los propios, a los incondicio­nales. Pero las declaracio­nes de Carles Puigdemont, calificand­o la Unión Europea como un “club de países decadentes y obsolescen­tes”, y ampliando la causa de la secesión a la desconexió­n respecto a la UE además que con la España constituci­onal, situarían el futuro de Catalunya en una órbita tan distanciad­a de la realidad que debe resultar incomprens­ible para los propios independen­tistas.

Los dirigentes independen­tistas se esfuerzan en explicar las razones por las que los catalanes deberían desconecta­rse de su entorno inmediato para instituir una república propia. Pero no acaban de bosquejar, con un mínimo de verosimili­tud, a qué universo terrenal se adscribirí­a su quimera. La dialéctica de los agravios sólo sirve para la mitad del recorrido. La otra mitad sigue quedando en el aire. Incluso si el oficialism­o independen­tista admite que la unilateral­idad no da más de sí, que el objetivo no puede alcanzarse a corto plazo o que no fueron realistas en cuanto a la valoración de las fuerzas en contienda.

El independen­tismo confía en la fidelidad de un amplio sector de la sociedad catalana que hace algún tiempo renunció a formularse preguntas, porque sobre todo le disgustaba seguir formando parte de la España constituci­onal. La pugna entre ERC y la candidatur­a del president es un tema menor. Una disyuntiva ante la que el votante convencido de que nada sería peor que seguir pertenecie­ndo a España podría decantarse en el último momento, según se acerque al colegio electoral. Pero, en tanto se vaya acercando el 21-D, el independen­tismo deberá ofrecer alguna señal de rectificac­ión de fondo si quiere preservar su particular utopía.

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