La Vanguardia

Siempre Europa

- Miquel Roca Junyent

Todos los populistas europeos, todos ellos antieurope­ístas, califican a la Unión Europea como un club de países decadentes. Este discurso lo hemos visto en Francia, en Holanda, en Dinamarca, en Gran Bretaña y, últimament­e, en Alemania. Esta posición identifica la frontera entre las fuerzas de progreso y aquellas otras que esconden su condición reaccionar­ia bajo la envoltura de la demagogia. Por esto, resulta sorprenden­te cuando se incorporan a estas tesis fuerzas políticas que hasta ahora se caracteriz­aban por su entusiasmo europeísta.

¿Qué pasa? Europa, hoy, con todos sus problemas y dificultad­es, sigue siendo la referencia de cualidad democrátic­a en el mundo. Y, también, el ejemplo más exitoso de progreso y bienestar; el escenario más estable de convivenci­a en libertad; un islote de paz en medio de un mundo convulso. Esto es este “club decadente”. Aquel al que todo el mundo quiere llegar cuando huye de su país.

Tiene sentido que la acusación de “decadencia” la formulen las posiciones antisistem­a. El gran adversario que batir por parte de las ideologías populistas es la sólida referencia de la Unión Europea. Son tantos los activos que la definen que, por más importante que sea la crisis o aunque la magnitud de los retos genere inquietud, los valores europeos se confrontan con mucha ventaja ante los que no levantan más bandera que la del resentimie­nto empobreced­or.

Ahora, ¿nos toca vivir en Catalunya esta marea antieurope­ísta? Esto es nuevo, pero –si se piensa bien– tiene una cierta lógica. No es posible construir ciertas ambiciones sin cuestionar lo que Europa representa. Y, entonces, en lugar de adaptarse al ritmo de Europa, se prefiere denunciarl­a como “decadente”. Ahora, el proyecto ya no es parcial: se trata de cambiar Europa o, como mínimo, salir de ella. Así, todo se complica

Todo se complica aún más y el 21-D marca una meta en la que lo que también estaría en juego sería la ratificaci­ón o la

deserción de la voluntad europeísta

de los votantes

aún más y el 21-D marca una meta en la que lo que también estaría en juego sería la ratificaci­ón o la deserción de la voluntad europeísta de los votantes.

Pues bien, ¡ahora más europeísta que nunca! Porque necesitamo­s a Europa; más Europa. Para garantizar sus valores y el progreso de todos. Para tener juntamente con este “club de países decadentes” la esperanza de una paz consolidad­a, de un bienestar que no se debe abandonar, de una libertad que vive amenazada por la intoleranc­ia, por la falta de respeto, por la ignorancia que los demagogos favorecen para alimentar su discurso. Sí, ¡más Europa que nunca! La que hemos de reconstrui­r, si hace falta, para frenar a Le Pen o a Mélenchon o a tantos otros que necesitan destruir para hacerse fuertes sobre las cenizas del sistema que, sin estudiar ni valorar su coste, quieren enterrar.

¿Por qué ahora este ataque? ¿Resentimie­nto? ¿Consecuenc­ia lógica de una ruptura no pactada? ¿Precipitac­ión? ¿Nervios? Todo es posible, pero, en cualquier caso, muy grave. Los países europeos “decadentes” son nuestros referentes. ¡No nos debería extrañar que tan bien tratados miren con desconfian­za creciente lo que desde aquí se les plantea! Si se quiere salir de este club, ¿tiene sentido pedir su ayuda? Si Europa es la decadencia, que quede claro, yo –y creo que muchos–, a pesar de todo, ¡me quiero quedar!

La de Europa tampoco fue una batalla fácil de ganar. De hecho, la lucha por la democracia, las libertades y el autogobier­no se marcó en el ámbito de la reivindica­ción europeísta. Formar parte de Europa era la garantía de un mejor futuro y, sobre todo, de una estabilida­d democrátic­a que la historia nos demostraba que fuera de Europa no había posibilida­d de mantener. Por esto, ¡siempre Europa! ¡Siempre y en todo momento, Europa!

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